martes, 19 de junio de 2012

MOONRISE KINGDOM: ARCHIPIÉLAGO WESANDERSIANO

Cuando llegue por fin el cataclismo total que se avecina, y se traspapelen todas las novelas, se incendien todas las filmotecas y museos, y se pierda la información contenida en todas las memorias portátiles del planeta; cuando se deje de consultar la wikipedia por apatía, y ya nadie cuelgue vídeos en YouTube, y no haya registros civiles, ni colas del paro, ni ocupaciones sanas, y corran años, incluso siglos, oscuros de analfabetismo e incultura, de los que haya que salir con paciencia y mucho esfuerzo, los historiadores del cine que sobrevivan a toda esa vorágine de acontecimientos destructivos tendrán serios problemas para atribuir qué obra pertenece a cada autor. Pero no todo será tan negro, por supuesto: a la hora de atribuir, en algunos casos lo tendrán más fácil que en otros.  A aquellos cineastas con un estilo visual propio e intrasferible, reconocible desde el primer minuto de visionado, se les adjudicarán, con un margen de error bastante reducido, la mayoría de las películas que hicieron (dando por hecho que hayan sobrevivido éstas a las catástrofes que desde aquí tan a la ligera  vaticinamos). Las películas de Hitchcock se sabrá que son de Hitchcock, las de Fellini, de Fellini. Se reconocerá fácilmente la autoría de Bresson, Ozu, Tarr, Tati, Lynch, Tarantino o Godard. Y por supuesto, también las de Wes Anderson.  

¡Nos vamos de excursión al universo de Wes Anderson!

Nos pueden gustar más o menos las historias de sus películas (en mi caso concreto, me chiflan), podrá repetirse más o menos (todo autor, en definitiva, escribe o rueda siempre la misma obra), pero no se podrá negar que Wes Anderson cuida al máximo cada detalle. Desde las letras de los títulos de crédito (siempre en amarillo, y en el caso que nos atañe, el de Moonrise Kingdom, especialmente hermosas), hasta la composoción de cada plano, pasando por la música (de Alexandre Desplat de nuevo), los diálogos y los gestos de los actores, nada se deja al azar: no hay un solo plano banal, un solo plano que no haya sido pensado y construido al milímetro. No hay un solo plano sobrante. Quizá, en toda su filmografía (no he visto su primera película, he de reconocerlo) solo sobre aquel vergonzante anuncio de una marca deportiva inserto en The Life Aquatic. 

Moonrise Kingdom  sigue un poco la línea de Fantastic Mr.Fox, en cuanto que une universo infantil y peripecia.  No hay intentos de suicidio. No hay muertes (la única muerte en la filmografía de Anderson, si no recuerdo mal, se da en The Life Aquatic). Pero, cómo no, sí hay matrimonios a punto de quebrarse y niños desatendidos. En resumen, el sempiterno tema wesandersiano de la familia como "institución" inestable, que se mantiene unida en cuanto que cada miembro forma parte del decorado, como si fuese uno de los tantos objetos vintage que lo conforman, adorable y raro externamente, pero vacío y muerto en su interior.

Las familias wesandersianas: adorables objetos en un mundo de objetos.

Desde Rushmore Academy, el tema de Anderson ha sido siempre la adolescencia y la diferencia. Sus personajes son siempre seres al margen, aun siendo su marginalidad algo no buscado conscientemente. Unas veces puede ser una diferencia impostada, otras veces congénita, o incluso derivada de una genialidad un tanto repelente, como sucede con los niños-prodigio venidos a menos de The Royal Tenembaums.  Pero la marginalidad para Anderson no es un drama: es un tesoro. No es una marginalidad social, tipo Accatone, tipo No quarto da Vanda, ni mucho menos. No se trata del niño nacido y crecido en un ambiente hostil, plagado de obstáculos y puertas cerradas. No se trata ni siquiera de una marginalidad edulcorada, tipo Hollywood. Es la marginalidad un tanto egoísta del niño crecido en una familia acomodada que, de pronto, descubre que es diferente al resto y que no encaja del todo bien; pero que también comienza a vivir entonces la aventura de ser individual y único. 

El niño inadaptado...pero combativo: héroe wesandersiano por antonomasia.

La realidad nunca aparece en primer plano en las películas de Anderson: siempre la escomotea por la madriguera caliente e imaginativa que sus personajes saben muy bien construirse, a fin de no crecer, a fin de no conocer la crueldad, a fin de no notar el vacío que poco a poco les envuelve y al que, sin remedio, se ven abocados.  La adolescencia de Anderson es triste; aun así, los adultos suelen ser mucho más tristes, como se comprueba fácilmente en Moonrise Kingdom. En esta última película, los adultos son seres derrotados, que tampoco despiertan mucha compasión, sino más bien una sonrisa cargada de patetismo; los adolescentes, en cambio, a pesar de ser algo depresivos y oscuros para su edad, todavía tienen la ilusión de huir a toda costa de un mundo hueco, a fin de construirse su propio refugio: esa guarida es precisamente Moonrise Kingdom. 


El territorio para una locura compartida: ¡Moonrise Kingdom!
A Wes Anderson le interesa la niñez/adolescencia como parafernalia. Es un periodo que analizamos desde la edad adulta con ojos nostálgicos, y los objetos a tal periodo asociados son siempre mágicos. La parafernalia, que podríamos llamar vintage en cierta manera, oculta o endulza la crudeza del trauma. El humor absurdo, a veces gélido, junto a la parafernalia de objetos, colores y músicas, oculta la mayoría de las veces problemas personales como divorcios, separaciones, intentos de suicidio, autolesiones, depresiones, o en este caso, la horfandad. Humor absurso y parafernalia son las herramientas wesandersianas para neutralizar y sobrellevar la tremenda carga negativa de estos asuntos, sin pasarlos por alto (se pasan más bien de puntillas, cayendo de vez en cuando en algún cenagoso charco). Por tanto, la infancia de Anderson no es una infancia caramelizada, que trata a los niños como subnormales o seres diáfanos, y un tanto cursis (tipo Disney); la infancia de Anderson es sombría. Cada niño o niña debe defender su identidad, su pequeño mundo, con uñas y dientes, frente a la agresión continua de la realidad.  


Los niños (tristes) utilizan la intelegencia y la imaginación  para sortear el control de los adultos (también tristes).

En las películas de Anderson suele haber siempre un viaje o aventura, en este caso, como decía, cargada de más peripecias, de inesperados cambios de escenario, de postergación infinita de la captura de los fugitivos (copiando un esquema que ya aparecía en Fantastic Mr.Fox, y que Anderson parece tomar de las películas de animación para público adolescente). Ya no hay un viaje "interior" ficticio, como en The Darjeeling Limited, ni tampoco se trata de la última aventura de un "héroe" olvidado y crepuscular (drogata, carismático y mal padre, podríamos añadir), como en The Life Aquatic. En este caso, el viajecito parece una excusa en sí misma, para desplegar un eterno juego, y un tanto carente de garra, entre perseguidos y perseguidores. Aun así, Anderson se las ingenia para conseguir una película lograda, y estéticamente magistral, que hará las delicias de cinéfilos y gafapastas (entre los que me incluyo). Además, Anderson introduce un personaje que me recordó remotamente a l'avvocato felliniano de Amarcord: un narrador que habla directamente al espectador, y que nos va comentando las peculiaridades geográficas y climatológicas de la isla de New Penzance, al igual que l'avvocato comentaba las maravillas arqueológicas de aquel Rimini inventado por Fellini.


El comentarista wesandersiano y el felliniano. La comparación puede ir más lejos: el personaje de Anderson comenta las catastróficas consecuencias de un temporal, "el más fuerte de las segunda mitad del XX"; el personaje de Fellini comentaba una asombrosa y copiosísima nevada en junio, adjuntando a su erudito discurso los pocos años en los que se había producido un fenómeno semejante tan insólito.

jueves, 14 de junio de 2012

SE EMPIEZA A BARRER...

Antes lo digo y antes sucede.  En la anterior entrada del blog hablaba de la necesidad de la limpieza en profundidad que requiere el ciclismo, a fin de despojarlo de toda la podredumbre acumulada desde años atrás. Precisamente esta misma mañana hemos podido leer en los periódicos las serias acusaciones de la USADA a las que tendrá que hacer frente Lance Armstrong y su entorno. Ya no se trata de una investigación periodística, fácilmente refutable: Armstrong se enfrenta a cargos muy serios, sólidamente argumentados a buen seguro. 

Se acusa al máximo vencedor del Tour de Francia y a cinco "colaboradores": Johan Bruyneel, su director deportivo en US postal (1998 - 2004), Discovery Channel (2005), Astana (2009) y Radioshack (2011), ex-ciclista bajo las órdenes de Manolo Sáiz (más conocido, tras la Operación Puerto, como "el gordo"), y director entre 2007 y 2009 de Alberto Contador; Michele Ferrari, médico de Lance Armstrong y por desgracia de muchos más ciclistas, púpilo aventajado del doctor Conconi; Luis García del Moral, médico del Us Postal entre 1999 y 2003; Pedro Celaya, médico de los equipos de Bruyneel entre 1997 y 1998, y entre 2004 y 2007, y actualmente médico del Radioshack; y Pepe Martí, entrenador de los equipos de Bruyneel desde 1999 a 2007, y en Astana desde 2008. Al parecer, Armstrong y los otros cinco se enfrentan a los cargos de uso de sustancias y prácticas dopantes (Epo, transfusiones sanguíneas, corticoides, testosterona, hormona de crecimiento...), tráfico con dichas sustancias y coacción e instigación al dopaje. 

De arriba abajo: Lance Armstrong, Pedro Celaya, Pepe Martí (con corredores del Astana en 2010), Johan Bruyneel, Luis García del Moral (en el centro) y Michele Ferrari.

Personalmente, no me creo las alegaciones de Armstrong, fundamentadas en el hecho de que tales acusaciones se basan en los testimonios de los "resentidos" Hamilton y Landis. Parece ser que la USADA no solo se basa en los "testimonios orales" sino también en el análisis de los valores sanguíneos del tejano en los años de su reaparición (2009 a enero de 2011), años en los que algunos laboratorios ya disponían de medios para detectar valores sanguíneos anormales, así como la presencia de Epo en la sangre. Y por otro lado, los sistemas corruptos suelen caer desde dentro, cuando alguien tiene el valor de "cantar", o simplemente por desesperación se ve empujado a ello. No es que me alegre de que tengan lugar noticias así, pero sin duda prefiero que todo salga a la luz y que los culpables lo paguen, a que sigan imperando la omertà, el fraude y la hipocresía, tan nocivas para el ciclismo. 

Ojalá se airee todo y caiga quien tenga que caer, hasta el último responsable: aunque si se hubiesen hecho bien las cosas, esto no pasaría. En 1998, cuando saltó a la luz el escándalo del Festina en pleno Tour, por todas partes se intentó echar tierra sobre el asunto: cabe recordar que los equipos españoles, apoyados por algunos medios periodísticos, lanzaron una campaña contra la organización del Tour y contra Francia ("nos persiguen", "quieren acabar con el ciclismo..."), cuando hoy se sabe que más de uno tenía trapos sucios que ocultar (de ahí la espantada de la última semana, en la que se retiraron los equipos españoles de forma masiva, aduciendo patrioterismos estúpidos). Por otro lado, si aquel año los organizadores del Tour hubiesen anulado la carrera a tiempo, no empeñándose a todo costa en que llegase a París, quizá las cosas hoy fuesen distintas. Al año siguiente reapereció Armstrong tras su cáncer, y volvió renacido, reconvertido en corredor de grandes vueltas: rodador y escalador a la par, como los grandes del pasado. Y de doping ya no habló ni dios en siete años. 

Tras retirarse Armstrong en la cima de su gloria en 2005, volvieron a destaparse casos. Los rivales de Armstrong, los denominados por él mismo como sucesores en el podio de París en 2005 (Ullrich y Basso), se vieron de lleno salpicados por la Operación Puerto. Tal operación fue otra oportunidad perdida, en parte por la inoperancia española. Por un lado, no se llegó a esclarecer al 100% la magnitud de la trama fraudulenta,  y por otro lado, de nuevo los organizadores del Tour decidieron iniciar la carrera con todo en contra. Se impidió salir a Liberty y Kelme, a Basso y a Ullrich, y aquí no ha pasado nada. En la clasificación general final (previa descalificación de Landis), los equipos con algún implicado en la Operación Puerto, obtuvieron los siguientes resultados: 1º Landis (de Phonack, con Quique Gutiérrez implicado), 2º Pereiro (de Caisse d'epargne, con Valverde y Zaballa implicados), 3º Klöden y 10º Michael Rogers (de T-Mobile, con Ullrich y Sevilla implicados), 4º Sastre (de CSC, con Basso implicado), 7º Cyril Dessel y 8º Christophe Moreau (ambos de Ag2r, con Mancebo implicado)...Estos equipos, junto con Liberty y Kelme, eran los únicos con ciclistas implicados. En su momento, me hubiese parecido lo más oportuno que ningún equipo con algún implicado hubiese participado: pero no fue así, prevaleció el interés económico antes que el deportivo. La experiencia y el sentido común nos dicen que un ciclista nunca se dopa sin el consentimiento/conocimiento/instigación de su director deportivo. 

En 2007 y 2008 las cosas se hicieron con más celo. En plena batalla entre la UCI y ASO, la lucha contra el dopaje se convirtió en un arma arrojadiza, y cada organización intentó demostrar que era ella la que realmente luchaba contra esa lacra. En un periodo con Armstrong fuera de los pelotones, por otro lado. En 2007 cayeron Vinokourov, Mayo, Moreni y... Rasmussen, líder de la carrera (pero Bruyneel hizo 1º y 2º con Contador y Leipheimer). Y en 2008, con la Agencia Francesa Antidopaje al mando de los cotroles en el Tour, cayeron Manolo Beltrán (ex-gregario de Armstrong), Moisés Dueñas, Ricardo Riccò, Leonardo Piepoli, Bernard Kohl, Stefan Schumacher y Dimitry Fofonov. Pero en 2009 volvió Armtrong tras su retirada, y al menos en el Tour no volvió a hablarse de dopaje...hasta octubre de 2010, con el famoso solomillo de Irún y con Armtrong en proceso de retirada. 

A la vista de lo dicho, la presencia de Armstrong en el pelotón ha sido sinónimo de omertà y curiosa inexistancia de casos positivos. La lucha contra el dopaje se ha desarrollado en el breve periodo de la primera retirada de Armstrong (de 2006 a 2009). También podemos deducir otra triste realidad: prácticamente la mayoría de las clasificación generales finales de las ediciones del Tour de Francia desde 1998 hasta nuestros días están en entredicho; y de antes no se sabe nada, porque no existían los medios para saberlo. Pero si la investigación iniciada en Estados Unidos sirve para renovar las estructuras del ciclismo, y para depurar responsabilidades por primera vez entre médicos y directores deportivos, bienvenida sea.

martes, 12 de junio de 2012

LA CASA POR BARRER

El Tour de Francia está a la vuelta de la esquina, como quien dice, y yo sigo asustado, y en parte asqueado, por el rendimiento del equipo británico Sky en el reciente Criterium de Dauphiné. No tengo nada contra los británicos, en realidad me da igual si nos devuelven el peñón o si se lo quedan de recuerdo. Mi disconformidad no viene motivada por patrioterismos. Estoy asustado por un rendimiento demasiado espectacular, demasiado bueno, de todos los corredores del equipo (en la clasificación general, cuatro en los diez primeros: 1º Wiggins, 2º Rogers, 4º Froome, 9º Porte; a lo que se suman exhibiciones en montaña de Hagen). Y estoy asqueado porque no me lo creo. 


El Sky presenta una de las equipaciones más elegantes del pelotón. Pero los británicos se han propuesto no ser tan solo los mejores en cuestiones de moda.

Los que seguimos habitualmente el ciclismo desconfiamos de estas "grandes prestaciones". La experiencia nos empuja a ello, pues desde 1998 dejamos atrás la edad de la inocencia, y todavía más desde 2006. Si se sigue un poco la trayectoria de ciertos corredores, uno puede darse cuenta de saltos de calidad excepcionales al fichar por ciertos equipos. Por ejemplo, en el caso de Wiggins, su salto de calidad vino al fichar por Garmin en 2009. Hasta el momento había sido un excelente pistard, que en sus incursiones en la carretera intentaba fugas desesperadas en solitario, como en la primera seamana del Tour de 2007, que discurrió por tierras inglesas. En 2008 arrasó en su especialidad en los J.J.O.O. de Pekín. Pero en el Tour de 2009 descubrimos también que disponía de unas excelentes dotes de escalador (quedó cuarto tras Contador, Andy Schleck y Armstrong). La versión Wiggins.12 es mucho mejor: ahora domina en todos los terrenos, incluso el sprint. Este año lleva ganadas París - Niza, Tour de Romandía y Criterium de Dauphiné. Le queda el Tour.

Bradley Wiggins en su postura natural: la de contrarrelojista. Lo que ya es "anormal" es su invulnerabilidad en montaña.

Su gregario Chris Froome no se queda atrás. Aunque es todavía joven (lo que le permite cierto margen de duda), sus primeros resultados en las grandes vueltas no dejaban intuir sus cualidades de corredor de grandes vueltas. Algunos lo conocíamos de su etapa en Barloworld, cuando se convirtió en el primer corredor keniata en correr una gran ronda (en el Tour de 2008, en el que acabó en el puesto 81º). El año pasado, con la nacionalidad británica, casi vence la Vuelta ante un renacido Cobo (de la escuela Matxin). Fue todo un duelo de marionetas, con molinillo incluido: en Peña Cabarga se vivieron momentos espectaculares...pero que dejaban cierto regusto amargo. A Cobo y Matxin ya se les conocía como dos tramposetes más del oficio. Pero con el sky se demostraba que la "tecnología" aplicada a los últimos éxitos británicos de la pista estaba empezando a dar sus réditos en la carretera: 2º Froome, 3º Wiggins. Todo preparadito para dar la campanada en el año London 2012. 

Chris Froome en la contrarreloj de Salamanca de la Vuelta 2011. Froome hizo mejor tiempo que Wiggins, y peleó con Cobo en montaña. ¿Le nouveau Eddy?

Las grandes demostraciones de fuerza por parte de un equipo suelen destilar cierto tufillo a farmacopea bastante sospechoso. Pueden darse de varias formas: o en forma de triplete, o en forma de "recambio inagotable". Estos fenómenos se han dado con bastante asiduidad desde 1990. Ahí están los tripletes del Gewiss - Ballan en la Flecha Valona de 1994 (Argentin, Berzin y Furlan), o los de Patrick Lefevere en Roubaix : con Mapei en 1996 (Museeuw, Bortolami y Tafi ) y 1998 (Ballerini, Peeters y Steels); con Domo - Farm Frites en 2001 (Knaven, Museeuw y Vainsteins).

Leyendas de la edad de oro: Riccò y Piepoli en las Tre Cime di Lavaredo, en el Giro del 2008. Aquel Saunier Duval  erade ensueño, con estrellas como  Mayo, Simoni, Cobo, Martín Perdiguero, Gómez Marchante, Millar; y con algo más. En Saunier Duval recaló Purito, después de sus años de aprendizaje con "el gordo"...

El "recambio inagotable" también suele ser otro indicio. Con este apelativo pretendo referirme a aquellos equipos que encuentran cada año un líder distinto para una gran vuelta; se trata de equipos pequeños, que suelen perder a su figura destacada al ser fichada por algún equipo de más presupuesto, pero que se las arreglan para conseguir un líder alternativo. Y la habilidad de médicos y directores llega a tal punto que son capaces de conseguir un sustituto que sustituya incluso al sustituto del sustituto. El caso paradigmático es el del Kelme de principios de siglo: en 2000 ganaron la Vuelta con Heras; en 2001, con Heras en US postal, encontraron a Óscar Sevilla, que hizo segundo; en 2002 la cosa fue todavía más "espectacular": se disputaron la victoria Óscar Sevilla y Aitor González. Y en 2003 encontraron un recambio de Aitor González (que se fue al Fassa Bortolo) en Alejandro Valverde. Valv.piti. Y ojo, mientras tanto Santiago Botero hacía de las suyas en el Tour. Algo semejante ocurrió en la ONCE de "El Gordo", que tras probarlo en la Vuelta con Olano, Igor González de Galdeano y Joseba Beloki, encontró un recambio perfecto en la Vuelta de 2003 en Isidrio Nozal. O el Garmin de Jonathan Vaughters, que logró colocar a Christian Vandevelde 4º en  el Tour de 2008, al mentado Wiggins 4º en 2009 y al ahora famosísimo (pero con pasado "oscuro" en US postal y Phonack) Ryder Hesjedal, 6º en 2010.  

Ryder Hesjedal aprendiendo en sus años de Phonack. Una auténtica banda: Botero (tras Hesjedal en la foto), Camenzind, Sevilla, Quique Gutiérrez, Santi Pérez, Pereiro, Santos González, Martín Perdiguero, Tyler Hamilton, Floyd Landis...a las órdenes de Pino, Juan Fernández, John Lelangue y Tony Rominger. Tooooodo transparencia.

En los últimos años, los casos que han salido a la luz han sido, fundamentalmente, los de equipos con prácticas ilícitas algo chapuceras, que acababan por descubrirse: el Kelme de Belda, la ONCE de "El gordo", el Saunier Duval de Matxin, el Gerolsteiner de Holczer, el supersónico Phonack de 2004 - 06, el Telekom de Pevenage-Godefroot...Otros son de los que se barruntaba y se barrunta, pero no ha logrado probarse poco o nada: el Us Postal de los años dorados de Armstrong - Bruyneel, el High Road, ex-T-Mobile, de Bob Stapleton (con Cavendish, Hagen, Velits, Eisel, Greipel y compañía), o el CSC - Saxo Bank de Bjarne Riis. 

El profesor Hans-Michael Holczer con sus pupilos Rebellin y Schumacher.

Bjarne Riis en su etapa del Gewiss, en 1994. Cumplió el sueño de cenicienta del ciclismo: de gregario anónimo y gris, a líder indiscutible, rocoso e imbatible. ¿Precedente de Froome?

Para el bien del ciclismo, es necesaria otra limpieza. Es extraño que ciclistas que vuelven de una sanción sean mejores ahora que antes. Es vergonzoso que se descubra que un ciclista compra a otro para que le ceda una victoria, y no pase nada (Vinokourov en la Lieja de 2010). Es vergonzoso que haya equipos con una interminable lista de positivos, y que sigan en la élite (el Katusha, con los positivos de Colom, Pfannberger, Kolobnev y Galimzyanov; o el Astana, con los de Kashechkin, Vinokourov y Contador; o el Euskaltel, con Landaluce, Astarloza y Aitor González). Es vergonzoso que no se elimine a los dopados del palmáres (Basso todavía figura como ganador del Giro 2006, y Riis como ganador del Tour 1996; Di Luca todavía es segundo en 2010 para La Gazzetta dello sport). Es vergonzoso que todavía sigan los mismos al volante (Lefevere, Martinelli...), con una larga lista de ciclistas dopados a sus espaldas, y algún que otro muerto. Es vergonzoso que la Operación Puerto se haya quedado a medias, y haya ciclistas que hayan salido de rositas (A.C., sin ir más lejos), y que otros hayan vuelto sin arrepentimiento o declaración pública al respecto, como Valverde. Es vergonzoso que cuando un ciclista da positivo, directores y médicos de su equipo digan no saber nada. Es vergonzoso que un ciclista que ha dado positivo se reconozca como único y exclusivo culpable (por omertà, o para ser de nuevo enrolado en el mismo equipo tras la sanción). Es vergonzoso que cuando un ciclista da positivo el resto de pelotón mire hacia otro lado, o incluso peor, que haya algún hipócrita ciclista retirado (implicado en su día en casos de dopaje) que le acuse  de "manchar el ciclismo".  También es vergonzoso que el ciclista dopado sea un drogadicto, y el futbolista que muere en el campo a causa de un paro cardíaco, cuando debería de gozar de una salud de hierro en plena juventud, haya sido presa de un fatídico "problema genético".

Casi deseo, por el bien de este deporte que me gusta tanto practicar y ver, que se destape un nuevo caso, uno brutal, que se lleve por delante a todos aquellos que llevan años y años en la cresta de la ola del dopaje, sin mojarse. Los directores deportivos más jóvenes ya fueron ciclistas en los años de la barra libre de EPO (los Riis, Peeters, González de Galdeano, Aldag...). Las patrocinadores exigen resultados. El dopaje se inicia en juveniles. A este deporte le sobra caspa y trampa, le sobra hipocresía: es necesario hacer limpieza ya.

viernes, 8 de junio de 2012

HEREDEROS (I)

El ciclismo, como todos los deportes, es un campo abonado para los tópicos. El tópico se caracteriza por su repetición inagotable y por ser expresado de forma indiscrimanda, a veces incluso de forma irracional. Si observamos el caso del fútbol, encontramos tópicos bastante habituales: "no hay enemigo pequeño", "el fúbtol es 11 contra 11", "un partido dura 90 minutos", o el colmo de las tautologías, "el fútbol es fútbol". El ciclismo también es prolífico en expresiones del género, coletillas que los ciclistas, al ser entrevistados tras una larga etapa o carrera, van encadenando sin ton ni son, emitiendo sonidos sin contenido y, algunas veces, sin coherencia: "no se gana hasta cruzar la última línea de meta", "he de agradecer la labor de mi equipo que me ha apoyado en todo momento", "el maillot amarillo da alas", etc. Incluso hace un tiempo, antes de 1998, se repetía un tópico bastante inquietante: "el Tour no se gana solo con spaghettis".

En este caso, quiero sacar a relucir un tópico no exclusivo del ciclismo, pero que sirve un poco para presentar el tema. Sería el siguiente: "las comparaciones son odiosas". En el ciclismo, como en la vida, las catástrofes y las depresiones derivan muchas veces de colocar el listón demasiado alto, estableciendo una comparación con un modelo demasiado excelso, inalcanzable por tanto. Rescato aquí los casos de algunos ciclistas que fueron comparados, para su desgracia, con campeones anteriores, convirtiéndose de la noche a la mañana en el foco de atención de periodistas y público. Cada gran campeón ha tenido su falso sucesor: corredores de clase indudable, que tuvieron la mala suerte de iniciar su carrera deportiva en la estela de una gran figura; corredores que tuvieron la mala suerte de recordar, en su forma de correr, en su estilo, en sus brillos de calidad, a anteriores maestros. Corredores que, ya fuese con la intención de la prensa de vender más periódicos, o debido a la propia ansia y expectación del público, deseoso siempre de nuevos éxitos, acabaron convirtiéndose en el nuevo Coppi, el nuevo Merckx o el nuevo Indurain. Estos son "los herederos".

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El primer gran campeón de la era moderna fue Fausto Coppi. Lo que al cine fue el neorrealismo de Rossellini y De Sica (y Visconti), al ciclismo lo fueron Coppi y Bartali (y Magni): el nacimiento de la modernidad. Pero ya a mediados de los cincuenta, Coppi estaba en pleno declive, deportivo y mediático: no vencía, sus números solitarios ya habían sido olvidados y, para colmo, había abandonado a su mujer y a su hijo para irse con Giulia Occhini, la dama bianca, convirtiéndose así en un adúltero a los ojos de la tradicional sociedad italiana. Entonces ya se buscó un sustituto, y el elegido fue Ercole Baldini, "l'expresso di Forlí". Baldini era fundamentalmente un rodador, un excepcional contrarrelojista, el mejor de su generación junto con Anquetil y Rivière. Pero después de su espectacular temporada de 1958 (victoria en el Giro y en el campeonato del mundo), ya no obtuvo grandes resultados, y la prensa que lo había encumbrado se cebó con él: se le acusaba de interesarse solo por "denaro e cibo" (dinero y comida). Se buscó un nuevo sucesor en Guido Carlesi, no tanto por sus resultados como por su innegable semajanza física con il campionissimo.

Fausto Coppi en el Tour de 1952.

Ercole Baldini con el jersey arco-iris. En la imagen se aprecia su fabulosa planta de contrarrelojista.

Guido Carlesi, el primer Coppino. Su espigado talle y su nariz aguileña recordaban más al mítico Fausto que sus resultados deportivos.
En 1960 Coppi murió a causa de una mal diagnosticada malaria contraida en África, y de campeón viejo y olvidado pasó a ser mito. Toda Italia lloró su muerte. La Gazzetta dello Sport necesitaba una nueva ristra de ases que aplacase el dolor de los tiffosi, pero la nueva generación no parecía cumplir las expectativas. A pesar de que Gastone Nencini venció el Tour de 1960, y Guido Carlesi logró hacer podium en 1961, en 1962 Baldini, Carlesi y Nencini desaparecieron por completo del mapa, y ningún otro italiano se vislumbraba como posible rival de Anquetil en las grandes vueltas. Carlesi, el que auguraba más esperanzas, comenzó a partir de 1962 un prematuro y agudísimo declive. Se necesitaba urgentemente una nueva figura, y en 1963 se creyó encontrarla en un jovencísimo piamontés, de pedaleo elegante y tendencia a las largas escapadas en terrenos hostiles: Italo Zilioli.

Nacido en 1941, Zilioli fue uno de los mejores corredores de su generación, sin duda una de las mejores hornadas del ciclismo italiano. Italo Zilioli compartió pelotones con Vittorio Adorni, Franco Bitossi, Michele Dancelli, Gianni Motta, Wladimiro Panizza y, sobre todo, Felice Gimondi. Su debut en profesionales fue muy prometedor, llevándose en largas escapadas toda una retahila de semiclásicas italianas. Entre ellas, el Giro dell'Appennino. Su ataque en el Passo della Bocchetta cerraba un lapso de tiempo, aparentemente vacío: en el mismo lugar Fausto Coppi había atacado en 1955 para vencer el Giro dell'Appennino, su útlima victoria en una prueba en línea. El estilo ingrávido de Zilioli y su elegancia recordaban lejanamente al de Fausto.

En el Giro, el joven Italo chocó repetidas veces contra un muro. Tras tres segundos puestos consecutivos en el Giro de Italia (1964, 1965 y 1966), y un tercero en 1969, se convirtió en una especie de Poulidor italiano. En 1965 llegó Gimondi, y en 1966 Motta, y pronto cayó en el olvido entre el gran público. Una nueva rivalidad (Gimondi - Motta), muy breve, enganchó al público italiano: revoloteando en torno a esas dos estrellas mediáticas, quedaban los Dancelli, Bitossi, el también mediático Adorni, y Zilioli. En 1970 se convirtió en gregario de lujo de Eddy Merckx en el Faemino, y en los últimos años de profesional obtuvo buenos resultados, como la Setmana Catalana de 1971, o su segundo Giro dell'Appennino en 1973. Resultados muy parcos en comparación con el futuro plagado de éxitos que la prensa había vaticinado diez años antes.

En la temporada de 1967, Zilioli y Gimondi compartían equipo, il G.S. Salvarani
Gimondi y Zilioli en equipos distintos: el bergamasco en la Salvarani, el turinés en la Ferretti. (1971)
Zilioli era uno de esos corredores siempre presentes, siempre bien clasificados, pero que encontraban dificultades para ganar. Sufría problemas de insomnio. En el Tour de 1970, en el que portó durante un tiempo el maillot amarillo, compartía habitación con Merckx. El propio Zilioli señalaba que por la noche, el campeón belga apagaba la luz e inmediatamente se dormía. En cambio él, en el breve tiempo en el que llevó el maillot de líder, al apagar la luz empezaba a darle vueltas a la cabeza, pensando en el recorrido de la etapa siguiente, en los pasos de montaña, en los ataques a los que tendría que responder...Su  incapacidad para gestionar la presión era su principal carencia frente a los grandes campeones, y en definitiva lo que se interponía entre él y la victoria. Y si bien es cierto que a veces el público puede encapricharse con algunos corredores "segundones", frenados por la mala fortuna o por campeones menos humanos (como hizo el público francés con Poulidor), no suele perdonar a aquellos que truncan sus expectativas.

En la temporada de 1970, Zilioli corrió en el equipo de Eddy Merckx, la Faemino.

Décadas después, Fausto Coppi encontraría un nuevo sucesor. En este caso, al igual que sucedió con Guido Carlesi, la semejanza con el campionissimo era ante todo física: se trataba de Franco Chioccioli, ciclista que corrió a finales de los años 80 y principios de los 90, y que tuvo su verdadera eclosión ya siendo veterano, en 1991, en un momento en el que el ciclismo italiano vivió una auténtica rinascita, propiciada por la oscura labor de doctores como Cecchini, Ferrari y Conconi.

La primera aparición de Chioccioli para el gran público fue en el Giro de 1988. Se enfundó la maglia rosa para perderla en la terrorífica decimocuarta etapa, entre Chiesa Valmalenco y Bormio: la etapa en la que il commendatore Torriani decidió que el Passo di Gavia era transitable, a pesar de que arreciaba sobre su cima una tormenta de nieve. Fue el día del descenso infernal, de los dedos congelados, de las retiradas masivas y de los ciclistas buscando desesperadamente refugio en los coches de los pocos y aventurados espectadores. En el Giro de 1991, Chioccioli reapareció por todo lo alto, acercándose más que ninguno de los anteriores a la sombra de Fausto Coppi. Con la maglia rosa a sus espaldas, distanció a sus rivales en las empinadísimas rampas del recién descubierto Passo del Mortirolo: era Coppi redivivo.

Más que un sucesor se buscaba un sosia: Coppino I (Guido Carlesi) y Coppino II (Franco Chioccioli, en la foto en el Giro de 1988, junto con Ernesto Colnago y Andy Hampsten)

sábado, 26 de mayo de 2012

EUROPEOS EN AMÉRICA

Generalizando, podría decirse que ha habido dos emigraciones de cineastas europeos a Estados Unidos: la primera, desde finales de los años veinte a mediados de los cuarenta del siglo XX; la segunda, desde finales de los sesenta hasta la actualidad. La primera fue sin duda más trascendental; los cineastas que emigraron en ese momento crearon el cine clásico americano tal y como lo conocemos, desde Charles Chaplin a Billy Wilder, pasando por Lang, Murnau, Lubitsch, Ophüls, Sirk, Curtiz, Wyler, Hitchcock, Tourneur, e incluso Jean Renoir. Estos directores dotaron de mayor sofisticación al screwball comedy (Lubitsch, Wilder), dieron un tratamiento adulto y psicológico al fantástico (Tourneur), y recargaron visualmente el melodrama clásico (Sirk). En tal emigración no solo participaron directores, sino operadores de cámara como Karl Freund, e intérpretes como Marlene Dietriech, Paul Muni, Boris Karloff, y un largo etcétera. La segunda, que es la que me interesa, no ha sido de hecho una emigración, sino más bien una serie de contactos esporádicos: acercamientos o tanteos de directores europeos con cierta aura autoral, que a veces han visto coronado por el éxito sus pretensiones de adecuar los extensos horizontes norteamericanos a sus particulares y a veces excéntricos estilos visuales, y otras tantas no. 

En esa línea podrían encuadrarse películas como Zabriskie Point de Michelangelo Antonioni, Stroszek de Werner Herzog, Atlantic City de Louis Malle, Paris, Texas de Wim Wenders o El sueño de Arizona de Emir Kusturica. Con bastantes matizaciones, que no veo oportuno realizar en este momento, todos estos directores, y seguramente algún que otro más del que no me acuerdo ahora, han intentado mostrar el contrapunto del sueño americano, sin dejar de sentir, por otro lado, cierta fascinación por la América profunda, o al menos, por la naturaleza todavía virgen de Norteamérica. Para todos estos directores, América es un territorio por explorar, donde pueden darse la mano lo fascinante y lo cruel: naturaleza fascinante, sociedad cruel (aunque ya en la naturaleza exista la competencia extrema que luego tiene su perfecto reflejo en el sistema socioeconómico americano). La única salida posible ante la disyuntiva que generan afinidad y rechazo puede ser la contemplación, o más bien el aislamiento. El mito del llanero solitario.

Y en esta mismo grupo se podría ubicar la extraña This must be the place, de Paolo Sorrentino.Bien es cierto que la película no se desarrolla al completo en Estados Unidos, pero podemos decir que el director italiano aprovecha la parte de la historia localizada en tal país para ofrecer su particular visión del mismo y de su cultura, con todos sus emblemas: las extensas llanuras, los pick up, los indios impenetrables, las casas prefabricadas, los moteles de carretera, los bares de moteros con la bandera confederada en la pared, etc. A mi entender, la película fluctúa peligrosamente entre la excentricidad buscada y la convencionalidad superficial. Pero aun así, tiene interesantes toques de humor absurdo, y  no puedo negar que disfruté viéndola, aunque el final me resultase un tanto decepcionante y, por qué no, frustrante. El tiempo dirá. 



Veamos dos de los ejemeplos antes mencionados. Los finales respectivos de Zabriskie Point y de Stroszek. Se trata de dos finales sorprendentes para dos películas un tanto irregulares, especialmente la primera.

En Zabriskie Point, Antonioni se recrea en las superficies de la contracultura norteamericana, como años antes hiciese con el Swinging London en Blow up, con mayor profundidad y éxito, todo hay que decirlo. Antonioni siempre fue un cineasta de superficies, un cineasta muy plástico, muy abstracto: lo que se llevaba en la época. Con todo, hay que decir que a nivel visual pocos (o nadie) han alcanzado un rigor y una libertad comparables en la composición del encuadre; y en sus momentos de gloria, su cine alcanzaba la profundidad desde la forma. Su legado es impagable: con sus tiempos muertos, hizo que el cine girase definitivamente de la historia a los personajes. En cambio, en Zabriskie Point se quedó tan solo en la pátina, sin rascar ni siquiera la primera capa de pintura: quizá lo que intentaba retratar (el movimiento hippie, la contracultura) tampoco diese más de sí, siendo un movimiento de las sensaciones como era. Aun así el final es espectacular, a la par que sintomático: muestra el deseo de destrucción y la esperanza de algo nuevo, muy en consonancia con el estado de ánimo de finales de los sesenta. 




Stroszek es una película más lúcida, más escéptica. Y con un humor más absurdo. Stroszek parte en un ambiente más fassbinderiano que herzogiano: los bajos fondos del Berlín occidental, en los que el vagabundo Stroszek se gana la vida tocando el acordeón y cantando (más bien recitando) endiabladamente mal. El personaje es interpretado por el genuino Bruno S., actor no profesional que sabía conferir a los personajes de Herzog  la determinación, la terquedad y la lógica particular de los niños. 

En Berlín, Stroszek se junta con una protituta maltratada por la vida y con un anciano locuelo y adorable, fascinado por el mesmerismo. Juntos forman una tríada de personajes inocentes y encantadores: almas puras herzogianas. Deciden emigrar a Estados Unidos, para dejar atrás la gris Alemania. Pero América no es de color de rosa.  Stroszek desmonta, uno a uno, todos los sueños americanos: el dinero, el trabajo, la casa, la chica, el coche...Al final tan solo queda el círculo, lo repetitivo, el cuento de nunca acabar. Un final extraño y sobrecogedor.


  

viernes, 11 de mayo de 2012

IMPRESIONES

Toda luz, todo aterdecer, todo olor o color, siempre aluden a otra cosa ya pasada. Conocemos en cuanto recordarmos, pero recordar es crear, es en parte inventar; poner un poco de color aquí, una nota o un sonido más allá, hasta crear una imagen reconfortante. Bien podría decirse que recordar es edulcorar, falsificar, aunque me gusta más otra palabra: reconstruir. Pero también es proyectar hacia el futuro: crear un pasado para poder aceptar el presente, ese instante que cuando lo nombramos ya ha pasado, irremediablemente abocado a ese futuro que se va haciendo, paso a paso. Quizá me esté haciendo mayor, pues cada día me viene un recuerdo nuevo, alguna imagen. Me vienen a la mente rincones de otras ciudades en las que he sido feliz, paisajes de la infancia, caras de antiguos conocidos, etc. Todos esos recuerdos son, aunque me pese, viejas escenas teatrales, con su decorado, su iluminación y sus actores. 


Una sensación extraña se produce cuando la realidad nos demuestra el engaño de la memoria. Pongamos algunos ejemplos. La plaza, con la estatua del poeta, es más pequeña de como la recordábamos. Aquella vista desde el castillo con el río abajo, verde y de rápido fluir, no era para tanto. Aquella sensación que experimentaste entonces difícilmente se repetirá, y lo sabes: quizá la ciudad te pareció más bella porque una luz anaranjada de atardecer resbalaba sobre los edificios, y al esconderse el sol tras los tejados y azoteas parecía que colocaba sobre ellos una particular corona de rayos; pero cuando veas esa misma ciudad sin que hierva nada en tu interior, quizá ese mismo atardecer te parezca intrascendente. Aquel mercadito de la explanada polvorienta te pareció más interesante sin duda porque se desarrollaba en verano. Tumbado en la cama, despertándote, sonó un piano, el vecino tocaba; pero esa habitación quizá no era tan blanca, ¿y por qué te ves a ti mismo, con esa sonrisa en la cara, si bien sabes que esa imagen es imposible? Ese sol que se ocultaba tras los árboles es como otros tantos soles ya vistos, y aunque bien sabes que solo hay un sol, la memoria, algo tramposa, te crea la ilusión de que un sol diferente nace cada día.

Solo se abre el abismo cuando lo familiar, lo conocido, se percibe desde un ángulo completamente diferente, resultando algo extraño, incómodo, enrarecido: entonces se siente en carne propia la distancia que nos separa de las auténticas certezas. Pero ese terror viene rodeado, paradójicamente, de cierto cosquilleo creciente, que puede llegar a convertirse en una intensa sensación de placer: la propia de la curiosidad, del conocimiento.


No habría nada más estimulante que poder olvidar de vez en cuando para vivir en un estado de deslumbramiento continuado lo que la monótona vida nos ofrece. Aunque, a pesar de esto, a veces parece habitar un dios algo burlón en medio de la rutina, sorprendiéndonos hasta tal punto que, a pesar de saber que el momento vivido no es nuevo, sino más bien un remedo de otro sumamente parecido, podamos sentirlo como único, aferrándonos a él a fin de vivir con soltura en el presente. Aunque, sin darnos cuenta, al esforzarnos en retener ese instante de arrobamiento en forma de recuerdo, ya lo estamos embalsamando, convirtiéndolo en imagen. 

"Vive cada instante como si fuese a repetirse siempre" F. Nietzsche

miércoles, 2 de mayo de 2012

FRIEDENSFAHRT / ZÁVOD MÍRU / WYSCIG POKOJU (CARRERA DE LA PAZ) BY ROULEUR

Hoy ha llegado a mi buzón la revista Rouleur. La espero con ansia cada dos meses, y una vez la tengo entre manos, la hojeo en pocos minutos. La devoro. Rouleur es un soplo de aire fresco en la habitación mal ventilada del ciclismo. Nada de equipaciones de última moda de Etxe Ondo. Nada de bicicletas de alta gama. Nada de los resultados de la Vuelta a Suiza, la última etapa del Tour de Francia, o los diez primeros de la clasificación Pro Tour. Nada de entrevistas plagadas de tópicos encubridores, dispuestos aquí y allá como vallas en una carrera de obstáculos. Rouleur nace de un profundo amor al ciclismo y a la bicicleta, y por ello su aproximación a ambos temas se realiza desde diversos frentes, a veces insólitos. En la habitación mal ventilada del ciclismo por tanto, Rouleur no es solo una ventana abierta, sino dos o tres; incluso una puerta abierta de par en par y una claraboya.



En Rouleur se da voz a ciclistas anónimos del pasado, con historias duras detrás - a gregarios, a estrellas caídas en desgracia, a ciclistas de otro tiempo, en algunos casos destruidos por el dopaje. Tienen cabida Fiorenzo Magni y también el modesto corredor Giovanni Varini, y su actual granja de pollos. También se exploran los centros fabriles donde nace la bicicleta - aquellos donde aun se respira cierto amor artesanal por el trabajo bien hecho. Y tienen cabida tanto la modernísima NAHBS (North American Handmade Bycicle Show) como la fábrica de las clásicas Gios Torino. Se profundiza en la personalidad de ciclistas actuales, como Voeckler, Breschel, Geraint Thomas o Chavanel. Se recorre el mundo en busca de carreras que pasan desapercibidas, para mostrar que la bicicleta no solo es patrimonio de europeos occidentales, sino del mundo entero: el Tour de Ruanda, el Tour de Qinghai en China...pero también el Tro Bro Léon bretón. Es una gozada leer Rouleur. En Rouleur, cada fotografía es un icono de la religión de la bicicleta.  

Llevaba mucho tiempo persiguiendo la idea de escribir algo sobre esta revista, y hoy me he decidido. En parte tal determinación ha venido impuesta por el interesantísimo reportaje que Herbie Sykes y el fotógrafo Tim Kölln dedican en este número de mayo al ciclismo en la RDA, y en concreto a la extinta Carrera de la Paz, vuelta por etapas del bloque comunista, que partía cada uno de mayo de Varsovia y, vía Praga, finalizaba en Berlín. Carrera que se disputó desde 1948 hasta 2006 (aunque, siendo exactos, hasta 1991 mantuvo su importancia, convirtiéndose en sus últimas ediciones en una carrera menor).
 


Ya hablamos de ella en este blog.  La Friedensfahrt pretendía ser la carrera de la Centroeuropa nueva, surgida de los rescoldos de la guerra y del triunfo sobre el nazismo. Absorbida por la propaganda política de la guerra fría, la Carrera de la Paz era el Tour de Francia del Este. Pero acciones propagandísticas aparte, la carrera de las tres capitales gozó de una popularidad inmensa.  También hablamos en su momento de los problemas que sufrieron algunos ciclistas de la RDA al no querer integrarse en el partido. El caso más conocido es el de Wolfgang Lötzsch: su caso adquirió notoriedad al escribirse un libro y editarse un documental sobre su figura, Sportsfreund Lötzsch.  En una línea semejante, en el reportaje de Roleur se recogen las palabras de la pistard Irene Dorn, que se ha resarcido en la actualidad, en la categoría master, de lo que no pudo conseguir en su juventud debido a los boictos sistemáticos hacia su persona, perpretados por entrenadores y federativos, que la empujaron a la retirada prematura.


La Carrera de la Paz fue uno de los inventos hermosos de la R.D.A. Quizá el más hermoso, junto al muñequito Sandmann y el maravilloso himno (uno de los más hermosos jamás escritos) Auferstanden aus Ruinen (resucitando de las ruinas).  Tal tríada hablaba de la hermandad de los pueblos, del hombre nuevo, y de la paz, es decir, de la fachada bonita que ocultaba el muro de Berlín, la ausencia de libertades, los delaciones, la Stasi, la fiscalización y politización de la vida cotidiana y el dopaje de Estado. Como aspectos positivos, podría decirse que la RDA era el único sistema socialista que "funcionaba"; e igualmente, su autodestrucción, favorecida por Gorbachov, fue modélica. No así la unificación con la Alemania Occidental.




En el reportaje de Syke destacan especialmente las palabras de Horst Schäfer, antiguo aficionado a la carrera y actual conservador del museo dedicado a la misma, sito en Magdeburg. Sus palabras evocan una carrera multinacional (participaban libaneses, ingleses, belgas, de todos los países del Pacto de Varsovia, mongoles, cubanos, norcoreanos...), en la que no era tan importante competir individualmente como compartir esfuerzos, experiencias y emociones. También comenta el shock que en su vida produjo no solo la desaparición de la carrera (y con ella de parte de su vida) sino también el duro esfuerzo que supuso la adaptación a un nuevo sistema económico y social, con valores muy distintos, tras la caída del muro, especialmente para los nacidos como él ya bajo el sistema socialista. Me limitaré a copiar y traducir algunas de sus palabras:

"(...) cuando me casé, le dije a mi mujer: "Mira, estaré contigo durante 50 semanas al año, pero estas otras dos semanas tengo otro amor. Durante ese tiempo, pertenezco a la Friedensfahrt". (A título personal, esto yo también lo he vivido, más o menos...)

"(...) la clave era: gente de muchas partes del mundo junta, compartiendo experiencias. No consistía en gente corriendo por dinero, y gente corriendo para ganar precisamente. Aquellas dos semanas de mayo eran como una isla en medio de nuestras vidas cotidianas. Un isla de suerte...


(...) Para mí la Carrera de la Paz era un oasis, a través del cual me era posible soñar. Gente diferente, países diferentes, atravesando fronteras y marchando juntos. Era genuino compañerismo, y ahí residía su belleza y sus virtudes. La Friedensfahrt, durante dos semanas al año, nos ofrecía la ventana a un mundo al que no nos era permitido acceder. Era una gran paradoja, obviamente, pero para mí sigue siendo algo hermoso. Era la carrera de la paz..."


Palabras sin duda motivadas por la nostalgia de lo amado y ya perdido. 

Un último ejemplo de las esperanzas corrompidas. Jan Schur, hijo de la gran estrella ciclista de los cincuenta, Gustav-Adolf "Täve" Schur, habla acerca de su padre. "Täve" Schur no solo fue un ciclista prodigioso, sino también todo un símbolo político de la RDA: adorado por el pueblo y por el partido. Jan Schur comenta cómo se rodó una película sobre su padre, y cómo en ella le preguntaron qué pensaba sobre la Carrera de la Paz al principio, a lo que Täve respondió:

"Estaba allí en Varsovia, en medio de esas ruinas, vistiendo mi inmaculado, prístino jersey. Representaba al estado alemán, y la única cosa que podía hacer era demostrarles que era diferente a los nazis."


Toda una declaración de intenciones.