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domingo, 1 de junio de 2014

VAL MARTELLO, QUINTANA Y EL QUEBRANTAMIENTO DE LOS DOGMAS UNZUÍSTICOS

Puede decirse ya: Nairo Quintana ha ganado el Giro de 2014. Lo ha ganado sin aparente esfuerzo, sin alterar en ningún momento su rictus imperturbable de cerámica mochica. Tan solo ha necesitado dos etapas, la de Val Martello y la cronoescalada del Monte Grappa, para decantar la carrera a su favor; el resto del tiempo ha chupado rueda, excusándose con estar malito.

Nairo de rosa: entre E.T. y la cerámica moche.


Este ha sido el Giro, en definitiva. Una carrera un tanto decepcionante, con un prólogo irlandés innecesario, con un plantón en Bari, demasiadas etapas para Bouhanni y un final bochornoso en el Zoncolan a causa de bastantes aficionados imbéciles. En realidad, las cuatro últimas ediciones del Giro han sido un poco descafeinadas. La del 2011 marcada por la tragedia de Weylandt, la supresión del Monte Crostis y el dominio excesivo de Contador, posteriormente descalificado. El Giro de 2012 solo la salvó el etapón que se marcó De Gendt en el Stelvio, pues el duelo entre Hesjedal y Purito fue bastante ridículo, de ataquitos de último kilómetro. La edición del 2013 tuvo el nada desdeñable aliciente de ver sufrir a Wiggins en la lluvia, pero la nieve obligó a anular etapas y cambiar recorridos. Tampoco Nibali encontró un rival a su altura. Y esta edición estará marcada por la innecesaria polémica del descenso del Stelvio.

Por mucho que aireen la polémica, la etapa de Val Martello ha salvado esta edición del Giro, y quizá debamos agradecérselo todo a Pierre Rolland y Ryder Hesjedal, los valientes de la jornada. Además, durante la etapa Quintana quebrantó dos dogmas unzuísticos: el fair play y el apaño "para ti la etapa y para mí la general". Empecemos por el principio: la etapa se presentaba interesantísima, con el ascenso encadenado a dos colosos como el Gavia y el Stelvio. La dirección de carrera no estaba dispuesta a anular de nuevo la etapa como el año pasado, y tenía previsto ascender los dos puertos lloviese, nevase o tronase. Por su parte, el pelotón ya había gastado su cartucho huelguístico en la etapa de Bari. En esta etapa, la primera tras la excursión irlandesa, el pelotón, controlado por corredores del norte y australianos del "nuevo ciclismo", se había negado a disputar la carrera hasta la última vuelta. En la capital pugliense el piso estaba muy resbaladizo, pero el plante ocultaba más bien el congénito desprecio que sienten los norteños, mayoría en el pelotón, a correr en el subdesarrollado sur. Por tanto, agotada la posibilidad del plante, se iba a cumplir lo que estableciese la dirección de carrera. 

Dario Cataldo coronó el Stelvio, y se preveía un descenso difícil debido a la incipiente nevada en la cima, la falta de visibilidad y el frío. Entonces entraron en juego las "redes sociales". En twitter se anunciaba la neutralización del descenso del Stelvio, mientras que por radiocorsa se establecía la señalización de la mejor trazada por parte de unas motos con banderines rojos durante los primeros tornanti del descenso, sin hablar en ningún caso de neutralización. Resultado: caos. Algunos equipos se tomaron el descenso con calma, otros en cambio bajaron más rápido. En el grupo de favoritos, Rolland, Hesjedal, Quintana y Gorka Izaguirre se adelantaron. Urán bajaba con excesiva calma. En el grupo delantero habían desaparecido los Omega Pharma - Quick Step, también los Astana, los equipos que se quejarían posteriormente de tongo. Nadie detuvo a Cataldo ni a los dos Ag2r que marchaban escapados. No hubo neutralización en ningún momento, si se entiende por neutralización lo que siempre se ha entendido en ciclismo: parar la carrera, reagrupar a los corredores, y retomar la salida dando ventaja a los escapados. El twitter de la neutralización se había borrado.   



Quintana - y el propio Unzúe - quebrantaban su primer tabú: el que obliga a esperar. Muchos recordamos la actitud de su equipo en el Tour de 2010, en la etapa que terminaba en Lieja, cuando cayeron Andy Schleck y Contador. José Iván Gutiérrez y Fabian Cancellara actuaron como mafiosos del pelotón y obligaron al Rabobank de Menchov a dejar de tirar en cabeza de grupo. Resultado final: Denis Menchov perdió un Tour que debería haber ganado. Ahora, con la lección aprendida debido a los despistes/fracasos de Valverde en la Vuelta de 2012 y el Tour de 2013, Movistar pasaba al ataque mandando a hacer puñetas el fair play. Es éste un concepto importado al ciclismo de forma artificial. Un fair play que reclamaba Oleg Tynkoff, uno de los directores deportivos más combativos al terminar la etapa. Un fair play que luego su pupilo Michael Rogers no ha respetado en absoluto en la subida al Zoncolan, donde ni se le pasó por la cabeza esperar a Bongiorno, el corredor del Bardiani que marchaba con él y que fue desequilibrado por el empujón de un espectador. Un fair play que, como siempre, se invoca según interés. 



Al iniciar la subida a Val Martello, el grupo de Quintana, Rolland y Hesjedal sacaba al grupo de Urán, la maglia rosa, apenas un minuto y medio. Como es habitual en el francés, explotó sin haber dado signos aparentes de fatiga hasta el momento. Solo el achepado canadiense parecía poder seguir el ritmo de Quintana, que avanzaba por las cuestas con su rictus impenetrable, balanceando la cabeza como un pequeño E.T. embutido en un mono azul. En un descansillo antes del infernal último kilómetro, Hesjedal y Quintana parecían dialogar. Ya parecía clara la consabida componenda unzuística, que se remonta a los tiempos de Indurain, y que se resumen en el motto "para ti la etapa, para mí la general". Una componenda que, todo hay que decirlo, desvirtua como pocas otras cosas la competición, pero que en su momento, en los años de la miguelónmanía, era aplaudida por todos como sinónimo de estrategia y caballerosidad. Pero Quintana quebrantó este segundo tabú, más enraizado todavía que el primero. Quintana se llevó la etapa y Urán acabó dejándose cuatro minutos y once segundos, es decir, perdió con su compatriota al menos tres minutos en la subida.



Esta etapa ha salvado al Giro, y ha confirmado definitivamente el nacimiento de un corredor excepcional en montaña, y además listo. Un corredor que sabe chupar rueda siguiendo el mejor estilo colombiano, pero que también sabe asumir riesgos en las bajadas, y lanzar ataques lejanos. Un colombiano ganador que no se limita a recoger las migajas de las victorias en los finales en alto. Aunque de nuevo la etapa decisiva vino precedida de un día de descanso, como la de Fuente Dé en la Vuelta de 2012.

Al finalizar la etapa llovieron las críticas, principalmente y como es habitual, de los principales damnificados. Lefevere llegó a afirmar que la organización le había quitado el Giro a Urán para dárselo a Quintana. Al menos no entonó el cántico de la seguridad, pues hubiese sido bastante incoherente viniendo del director más centrado en la París-Roubaix, esa carrera en la que los ciclistas siempre se dejan alguna clavícula e incluso alguna rótula por el camino.  Todo tenía la pinta de una pataleta, amparada en las fallos y experimentos raros (motos con banderitas) de la organización. Entre los que perdieron tiempo, Pozzivivo y los Ag2r reconocieron que bajaron todo lo rápido que pudieron; otros al parecer se pararon, o dijeron que se pararon, como los del Astana.  Al menos en las siguientes etapas, dada la superioridad de Quintana en montaña, se irían acallando las voces críticas.

Pero aplacada la polémica, este Giro no se ha salvado de una sensación continua de casino. El remate se vivió ayer, en una subida vergonzante al monte Zoncolan.  No solo por los imbéciles que corren al lado de los corredores, les tocan, les empujan, se hacen selfies con ellos a riesgo de desestabilizarles, sino principalmente debido a la ausencia total de policía en la subida. Lo más lamentable fue la presencia de la protección civil y una especie de guardia forestal en el último kilómetro, bien alineados para ver la carrera desde un lugar privilegiado, como si así se quisiese obviar el desmadre anterior. Este tipo de subidas "de cuesta de cabras" solo atraen al público más idiota del planeta, que ve aquí una oportunidad de correr más tiempo al lado de los corredores, y más de algún organizador se debería cuestionar si realmente aportan algo. Al menos subidas como el Stelvio y el Gavia ahuyentan al aficionado que está más pendiente de salir en la tele que de los corredores.

El imbécil del día
 

miércoles, 19 de diciembre de 2012

SIGUE MERECIENDO LA PENA (II)

El ciclismo se encuentra en una fase crepuscular. Amarga y crepuscular. Quizá a ello se deba que la bicicleta se haya convertido en un objeto vintage. Todo lo vintage lo es (los vinilos, el cine, las cámaras de fotos réflex, ciertas profesiones culturales) en cuanto anacrónico e inútil. Algo deviene vintage cuando se siente la necesidad de salvarlo, o del olvido o de una muerte lenta, agónica y silenciosa.   

El terremoto provocado por el caso Armstrong ha hecho caer cornisas y voladizos pero no los cimientos del dopaje en el ciclismo. Igualmente podría decirse de la historia del ciclismo: la damnatio memoriae infligida a Armstrong obliga a replantearse los resultados históricos del pasado, pero no socava, ni mucho menos, el encanto del deporte de la bici, ni el de su tradición. 

Se repiten los escándalos de medicina deportiva fraudulenta, como un eterno bucle. Y cuando las propuestas de mejora del ciclismo se plantean exclusivamente desde una óptica economicista (con el mismo mercantilismo y la misma voracidad globalizadora que nos han llevado a la ruina y están destruyendo a marchas forzadas nuestra sociedad), no podemos hacer otra cosa más que refugiarnos en las imágenes. Buscar lo hermoso y artístico que puede residir en el deporte de la bici: los colores de los maillots, las formas y los sonidos estimulantes de las bicicletas, el paisaje.
 
Así que disfrutemos con este breve fragmento de La Course en tête, documental de Joël Santoni de 1974, centrado en la figura de Eddy Merckx. Acompañados por una música medievalizante, los ciclistas del pelotón del Giro d'Italia de 1973 realizaran una auténtica razzia allí por donde pasan, esquilmando bares y abusando de la generosidad de los espectadores.


Los equipos participantes en ese Giro d'Italia eran: 1. MOLTENI (Merckx, Bruyère, De Schoenmaecker, Van Schil, Swerts, Huysmans, Mintjens, Parecchini), 2. BIANCHI - CAMPAGNOLO (Gimondi, Ritter, Basso, Cavalcanti, "Cochise" Rodríguez), 3. BROOKLYN (De Vlaeminck, Sercu, Bertoglio), 4. DREHER FORTE (Zilioli, Rossi), 5. FILOTEX (Moser, Bergamo, Giuliani, Mugnaini), 6. FLANDRIA - CARPENTER - SHIMANO (De Muynck), 7. GBC - FURZI TV (Panizza), 8. JOLLJ CERAMICA (Battaglin), 9. KAS KASKOL (Fuente, Galdos, Pesarrodona, Aja, Lazcano), 10. MAGNIFLEX (Motta), 11. ROKADO (Karstens, Van Roosbroeck, Van Linden, Kuiper, Gilson), 12. SAMMONTANA (Bitossi), 13. SCIC (Pettersson, Dancelli, Farisato), 14. ZONCA VOGHERA.  

Aparecen también breves planos de la Vuelta del mismo año, en la que participaron los equipos siguientes: KAS, MOLTENI, ROKADO, LA CASERA-BAHAMONTES, BIC, MONTEVERDE, COELIMA - BENFICA y PEUGEOT - BP (de este último, no aparece ningún corredor en imagen). 

viernes, 8 de junio de 2012

HEREDEROS (I)

El ciclismo, como todos los deportes, es un campo abonado para los tópicos. El tópico se caracteriza por su repetición inagotable y por ser expresado de forma indiscrimanda, a veces incluso de forma irracional. Si observamos el caso del fútbol, encontramos tópicos bastante habituales: "no hay enemigo pequeño", "el fúbtol es 11 contra 11", "un partido dura 90 minutos", o el colmo de las tautologías, "el fútbol es fútbol". El ciclismo también es prolífico en expresiones del género, coletillas que los ciclistas, al ser entrevistados tras una larga etapa o carrera, van encadenando sin ton ni son, emitiendo sonidos sin contenido y, algunas veces, sin coherencia: "no se gana hasta cruzar la última línea de meta", "he de agradecer la labor de mi equipo que me ha apoyado en todo momento", "el maillot amarillo da alas", etc. Incluso hace un tiempo, antes de 1998, se repetía un tópico bastante inquietante: "el Tour no se gana solo con spaghettis".

En este caso, quiero sacar a relucir un tópico no exclusivo del ciclismo, pero que sirve un poco para presentar el tema. Sería el siguiente: "las comparaciones son odiosas". En el ciclismo, como en la vida, las catástrofes y las depresiones derivan muchas veces de colocar el listón demasiado alto, estableciendo una comparación con un modelo demasiado excelso, inalcanzable por tanto. Rescato aquí los casos de algunos ciclistas que fueron comparados, para su desgracia, con campeones anteriores, convirtiéndose de la noche a la mañana en el foco de atención de periodistas y público. Cada gran campeón ha tenido su falso sucesor: corredores de clase indudable, que tuvieron la mala suerte de iniciar su carrera deportiva en la estela de una gran figura; corredores que tuvieron la mala suerte de recordar, en su forma de correr, en su estilo, en sus brillos de calidad, a anteriores maestros. Corredores que, ya fuese con la intención de la prensa de vender más periódicos, o debido a la propia ansia y expectación del público, deseoso siempre de nuevos éxitos, acabaron convirtiéndose en el nuevo Coppi, el nuevo Merckx o el nuevo Indurain. Estos son "los herederos".

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El primer gran campeón de la era moderna fue Fausto Coppi. Lo que al cine fue el neorrealismo de Rossellini y De Sica (y Visconti), al ciclismo lo fueron Coppi y Bartali (y Magni): el nacimiento de la modernidad. Pero ya a mediados de los cincuenta, Coppi estaba en pleno declive, deportivo y mediático: no vencía, sus números solitarios ya habían sido olvidados y, para colmo, había abandonado a su mujer y a su hijo para irse con Giulia Occhini, la dama bianca, convirtiéndose así en un adúltero a los ojos de la tradicional sociedad italiana. Entonces ya se buscó un sustituto, y el elegido fue Ercole Baldini, "l'expresso di Forlí". Baldini era fundamentalmente un rodador, un excepcional contrarrelojista, el mejor de su generación junto con Anquetil y Rivière. Pero después de su espectacular temporada de 1958 (victoria en el Giro y en el campeonato del mundo), ya no obtuvo grandes resultados, y la prensa que lo había encumbrado se cebó con él: se le acusaba de interesarse solo por "denaro e cibo" (dinero y comida). Se buscó un nuevo sucesor en Guido Carlesi, no tanto por sus resultados como por su innegable semajanza física con il campionissimo.

Fausto Coppi en el Tour de 1952.

Ercole Baldini con el jersey arco-iris. En la imagen se aprecia su fabulosa planta de contrarrelojista.

Guido Carlesi, el primer Coppino. Su espigado talle y su nariz aguileña recordaban más al mítico Fausto que sus resultados deportivos.
En 1960 Coppi murió a causa de una mal diagnosticada malaria contraida en África, y de campeón viejo y olvidado pasó a ser mito. Toda Italia lloró su muerte. La Gazzetta dello Sport necesitaba una nueva ristra de ases que aplacase el dolor de los tiffosi, pero la nueva generación no parecía cumplir las expectativas. A pesar de que Gastone Nencini venció el Tour de 1960, y Guido Carlesi logró hacer podium en 1961, en 1962 Baldini, Carlesi y Nencini desaparecieron por completo del mapa, y ningún otro italiano se vislumbraba como posible rival de Anquetil en las grandes vueltas. Carlesi, el que auguraba más esperanzas, comenzó a partir de 1962 un prematuro y agudísimo declive. Se necesitaba urgentemente una nueva figura, y en 1963 se creyó encontrarla en un jovencísimo piamontés, de pedaleo elegante y tendencia a las largas escapadas en terrenos hostiles: Italo Zilioli.

Nacido en 1941, Zilioli fue uno de los mejores corredores de su generación, sin duda una de las mejores hornadas del ciclismo italiano. Italo Zilioli compartió pelotones con Vittorio Adorni, Franco Bitossi, Michele Dancelli, Gianni Motta, Wladimiro Panizza y, sobre todo, Felice Gimondi. Su debut en profesionales fue muy prometedor, llevándose en largas escapadas toda una retahila de semiclásicas italianas. Entre ellas, el Giro dell'Appennino. Su ataque en el Passo della Bocchetta cerraba un lapso de tiempo, aparentemente vacío: en el mismo lugar Fausto Coppi había atacado en 1955 para vencer el Giro dell'Appennino, su útlima victoria en una prueba en línea. El estilo ingrávido de Zilioli y su elegancia recordaban lejanamente al de Fausto.

En el Giro, el joven Italo chocó repetidas veces contra un muro. Tras tres segundos puestos consecutivos en el Giro de Italia (1964, 1965 y 1966), y un tercero en 1969, se convirtió en una especie de Poulidor italiano. En 1965 llegó Gimondi, y en 1966 Motta, y pronto cayó en el olvido entre el gran público. Una nueva rivalidad (Gimondi - Motta), muy breve, enganchó al público italiano: revoloteando en torno a esas dos estrellas mediáticas, quedaban los Dancelli, Bitossi, el también mediático Adorni, y Zilioli. En 1970 se convirtió en gregario de lujo de Eddy Merckx en el Faemino, y en los últimos años de profesional obtuvo buenos resultados, como la Setmana Catalana de 1971, o su segundo Giro dell'Appennino en 1973. Resultados muy parcos en comparación con el futuro plagado de éxitos que la prensa había vaticinado diez años antes.

En la temporada de 1967, Zilioli y Gimondi compartían equipo, il G.S. Salvarani
Gimondi y Zilioli en equipos distintos: el bergamasco en la Salvarani, el turinés en la Ferretti. (1971)
Zilioli era uno de esos corredores siempre presentes, siempre bien clasificados, pero que encontraban dificultades para ganar. Sufría problemas de insomnio. En el Tour de 1970, en el que portó durante un tiempo el maillot amarillo, compartía habitación con Merckx. El propio Zilioli señalaba que por la noche, el campeón belga apagaba la luz e inmediatamente se dormía. En cambio él, en el breve tiempo en el que llevó el maillot de líder, al apagar la luz empezaba a darle vueltas a la cabeza, pensando en el recorrido de la etapa siguiente, en los pasos de montaña, en los ataques a los que tendría que responder...Su  incapacidad para gestionar la presión era su principal carencia frente a los grandes campeones, y en definitiva lo que se interponía entre él y la victoria. Y si bien es cierto que a veces el público puede encapricharse con algunos corredores "segundones", frenados por la mala fortuna o por campeones menos humanos (como hizo el público francés con Poulidor), no suele perdonar a aquellos que truncan sus expectativas.

En la temporada de 1970, Zilioli corrió en el equipo de Eddy Merckx, la Faemino.

Décadas después, Fausto Coppi encontraría un nuevo sucesor. En este caso, al igual que sucedió con Guido Carlesi, la semejanza con el campionissimo era ante todo física: se trataba de Franco Chioccioli, ciclista que corrió a finales de los años 80 y principios de los 90, y que tuvo su verdadera eclosión ya siendo veterano, en 1991, en un momento en el que el ciclismo italiano vivió una auténtica rinascita, propiciada por la oscura labor de doctores como Cecchini, Ferrari y Conconi.

La primera aparición de Chioccioli para el gran público fue en el Giro de 1988. Se enfundó la maglia rosa para perderla en la terrorífica decimocuarta etapa, entre Chiesa Valmalenco y Bormio: la etapa en la que il commendatore Torriani decidió que el Passo di Gavia era transitable, a pesar de que arreciaba sobre su cima una tormenta de nieve. Fue el día del descenso infernal, de los dedos congelados, de las retiradas masivas y de los ciclistas buscando desesperadamente refugio en los coches de los pocos y aventurados espectadores. En el Giro de 1991, Chioccioli reapareció por todo lo alto, acercándose más que ninguno de los anteriores a la sombra de Fausto Coppi. Con la maglia rosa a sus espaldas, distanció a sus rivales en las empinadísimas rampas del recién descubierto Passo del Mortirolo: era Coppi redivivo.

Más que un sucesor se buscaba un sosia: Coppino I (Guido Carlesi) y Coppino II (Franco Chioccioli, en la foto en el Giro de 1988, junto con Ernesto Colnago y Andy Hampsten)

viernes, 27 de abril de 2012

LA VIE EN ROSE


Queda apenas una semana para que comience el Giro de Italia. El Giro de Italia...Difícilmente puedo dejar de relacionar el Giro de Italia con los años escolares, cuando mayo anunciaba el final del curso, y ya las horas de sol alargaban y las tardes dejaban de ser depresivas. El Giro de Italia está asociado en mis neuronas a la cercanía de las tardes de junio, libres de colegio. Atrás quedaban los días nublados y la necesidad de hacer deberes; todo podía dejarse de lado un momento, el verano estaba a la vuelta de la esquina. Un verano que luego sería a veces aburrido y otras agotador, demostrando que, aunque sea paradójico, se disfruta más la promesa de libertad que la libertad en sí. El verano se esperaba como una vasta extensión de tiempo sin obligaciones, con libertad, que luego, una vez se experimentaba en carne propia, resultaba las más de las veces carente de todo encanto; en cambio, mayo tenía un punto tentador. No resulta extraño que mayo fuese el mes durante el cual los estudiantes franceses tomaron las calles en 1968; tampoco lo es que fuese el  mes en que el año pasado los jóvenes españoles hicieron lo propio. Mayo tiene la ligereza necesaria  para iniciar una revolución con el mismo estado de ánimo con el que uno inicia un juego, es decir, sin tomarse lo suficientemente en serio como para acabar convirtiendo la propia revuelta en un auténtico monstruo con vida propia.

Por tanto, la llegada del Giro es la demostración palpable de que se ha dejado atrás la temporada del trabajo, de sus obligaciones y servidumbres. Si el Giro es la carrera febril y hermosa del momento álgido de la primavera, el Tour tiene cierto componente soporífero asociado al verano. El Tour huele a piscina y a crema solar, el Tour se ve entre cabezada y cabezada, empachado de paella; del Tour hablan hasta los "futboleros" que se aburren durante la pretemporada. El Giro de Italia es distinto. Para mí es algo así como el Renacimiento. Reduciendo las cosas, podría decir que el Giro es sinónimo de Italia; pero no la Italia del berlusconismo ni de la Gomorra, sino la Italia del Sorrento de Goethe, de la Roma del Grand Tour decimonónico, de la Génova de Nietzsche; es decir, el Giro es Italia, entendiendo ésta como tierra prometida.  "Debe haber islas allá hacia el sur de las cosas / donde sufrir sea una cosa más suave..." (Exagero).

Y los Giri que más recuerdo son aquéllos, los de la infancia, en concreto los de 1993 y 1994. El Giro que comenzó en la Isola d'Elba en 1993, y el Giro que perdería Miguel Indurain frente al ruso Evgeni Berzin al año siguiente. La evocación de aquellos Giri está íntimamente ligada a la aparición de un joven atacante, alocado y medio calvo, con el maillot del Carrera - Tassoni, que se jugaba la vida en el descenso camino a Lienz, y que culminaba su obra maestra camino de Aprica:  Marco Pantani. Pero el Giro está plagado de historias, y cada generación de aficionados al ciclismo ha podido quedarse con un momento irrepetible: en la posguerra, Italia creció con el tappone de Cuneo a Pinerolo de Fausto Coppi en 1949, y la rivalidad Coppi - Bartali, y en los años de plomo, la rivalidad Moser - Saronni era la manifestación externa de la tensión interna latente. Algunos recordarán la nevada del Monte Bondone de 1956, y a Charly Gaul, completamente congelado, siendo llevado en volandas por los carabinieri; otros recordarán la nevada del Gavia del 88, y a Johan van der Velde coronando en manga corta. En mi caso, con el Giro he tenido tres enamoramientos: el primero en 1994; el segundo, diez años después, en 2004, con el duelo entre Gilberto Simoni y Damiano Cunego, ambos en el conjunto Saeco; y el tercero en 2010, in situ (el año de Arroyo y su descenso pírrico del Mortirolo).

Hagamos un repaso al Giro y sus protagonistas: 


Gino Bartali y Fausto Coppi. La Italia católica y la Italia moderna. Ocho Giri entre los dos.
El escalador luxemburgués Charly Gaul, vencedor en 1956 y 1959.

Jacques Anquetil en el Giro de 1964.
Felice Gimondi, el justo heredero del campionissimo Coppi. Vencedor de tres Giri. 


Eddy Merckx, quíntuple ganador del Giro como Alfredo Binda y Fausto Coppi.
El sueco Gösta Pettersson - Faglum, vencedor en 1971.




El belga Johan De Muynck, vencedor del Giro de 1978.Un buen escalador que alcanzó la gloria en la carrera italiana.
Giovanni Battaglin venció en 1981. Poco antes había vencido la Vuelta a España.

Francesco Moser, il Cecco, excepcional rodador, protagonista del tránsito de los 70 a los 80.
Giuseppe Saronni, il Beppe, el gran rival del anterior.
Pareja sonriente de franceses: Laurent Fignon y Bernard Hinault. Un Giro para el primero, tres para el segundo.
Roberto Visentini, vencedor del Giro de 1986, y gran derrotado en el Giro de 1987. 

El irlandés Stephen Roche venció el Giro de 1987 "traicionando" a su compañero de equipo Visentini. Ese mismo año ganaría el Tour.
El jovencísimo norteamericano Andy Hampsten, sorprendente ganador del Giro 1988.

Gianni Bugno, vencedor en 1990 vistiendo la maglia rosa de principio a fin.


Miguel Indurain, primero en 1992 y 1993, y tercero en 1994.
El joven ruso Evgeni Berzin logró derrotar a Indurain en 1994.

El veterano suizo Toni Rominger venció en 1995.

Marco Pantani en su año del doblete: 1998.

Damiano Cunego y Gilberto Simoni en 2004. Ambos protagonizaron un duro duelo dentro de la misma "squadra". La maglia rosa la acabaría llevando el primero.
El ruso Denis Menchov expresaba así su alegría al cruzar la última línea de meta en Roma, en el 2009. Poco antes había sufrido una caída.

Ivan Basso, vencedor de la edición de 2010. Este segundo Giro fue ganado sin ninguna sombra de sospecha, al contrario que sucediera en 2006.

Alberto Contador en 2008. Tras su sanción, tan solo es considerado vencedor de este Giro, no así del de 2011.

El Giro y el cine, por otro lado, también han gozado de una particular relación de amor. Ya hablé en su momento de la película de Jorgen Leth Estrellas y aguadores, crónica del Giro de 1973. Existe otro fascinante documental alemán, concebido como apéndice del de Leth, titulado Die Härteste Show der Welt, centrado en el duelo entre Fuente y Merckx en el Giro de 1974. Y existe esta otra joya, de la que he visto tan sólo algunos clips en YouTube: Totó nel Giro d'Italia, de 1948. El cómico napolitano interpreta a un misterioso participante del Giro, dotado de una sorprendente fuerza que le permite vencer sobradamente a sus rivales, entre los que se encuentran, nada más y nada menos, que Fausto Coppi, Gino Bartali, Louison Bobet, Fiorenzo Magni o Ferdi Kübler. La siguiente escena es toda una metáfora irónica de esa "cara oculta" del ciclismo de la que ya se sabía cosas entonces: la de los "suplementos". De todas formas, la película tiene cierto interés para el aficionado mitómano o acérrimo, al aparecer en ella los ciclistas más importantes del momento (un poco en el mismo estilo que aquellas películas españolas de los 50 protagonizadas por Di Stéfano o Kubala). 

lunes, 3 de octubre de 2011

BICINE: JORGEN LETH

Hace dos años no tenía ni idea de quien era Jorgen Leth. "¿Jorgen Leth?", "Ni idea" . Ahora sé que es un director de cine danés, admirado por Lars von Trier, y que codirgió con este último Cinco condiciones (2003), especie de documental en el que Leth intenta rodar de nuevo su cortometraje La condición humana (1967), partiendo de la serie de obstáculos que el siempre cabroncete director dogma le va poniendo en el camino, en pos de la recurrente austeridad. "¿La he visto?" , "No." Hay que ser sinceros: lo que sé de Cinco concidiones lo he leído en internet, y en realidad tampoco tengo muchas ganas de verla. Si conozco a Jorgen Leth es por otra cosa: ¡por sus documentales sobre ciclismo!



A decir verdad, éste es uno de los casos en los que, de acuerdo a mis caprichos y filias particulares, prima el contenido sobre la forma. Los documentales de Jorgen Leth  no me fascinan ni por sus imágenes, ni por la iluminación, ni por la música, ni por su enfoque vanguardista...no, todo eso sería mentir: simplemente me interesan porque hablan de ciclismo, y porque retratan de primera mano una de  las épocas más míticas de su historia,  los años setenta, lo que equivale a decir los años de Eddy Merckx.



Pero a decir verdad, hay muchas maneras de aproximarse a un deporte, y la de Leth es especial. Es fácil caer en el topicazo, en la épica falsa, en las musiquitas de competición tipo Carros de fuego, en la manida cantinela del esfuerzo solitario o del valor del equipo según toque, y todos esos rollos que salen hasta en la sopa, y que tan bien han sabido explotar los americanos en sus películas. Me viene a la mente, a bote pronto, la película sobre fútbol Evasión o victoria.  En ella sale Pelé, sí;  sale Ardiles, también; pero cómo no, anda de por medio también Stallone.

El acercamiento de Leth al ciclismo es mucho más calmado. Más naturalista, más etnográfico. Su punto de vista es el propio de un explorador que llega a un poblado de Papúa Nueva Guinea, y se sienta a contemplar un poco cómo se las apañan por esos lares. Aunque exagero: me dejo llevar un poco por el punto pasional que siempre me sale cuando hablo de mis temas. En realidad, ese punto de vista  "etnográfico"  no dejaba de ser el punto de vista típico del cine de los sensenta-setenta, de los cines modernos, que entendían cada película, y en especial  cada película documental o pseudodocumental, como un "ir haciéndose", como un "viaje". Con lo cual, podemos decir ya sin exagerar, que sus documentales sobre ciclismo adoptan el planteamiento de un viaje.

En todo viaje hay paisajes, protagonistas, y también  medios de transporte. No creo que haya muchos deportes que se complementen tan bien con el paisaje como el ciclismo: y Leth se sirve de esa ventaja, aunque sin explotarla en exceso. Leth también muestra a los protagonistas, los corredores. La visión  que de ellos ofrece es ambivalente. Por un lado, muestra al campeón sin demasiados adornos,  duchándose, desayunando, en el hotel con camiseta de tirantes, etc. Con tal de excusar a Leth por este tratamiento "desmitificador", cabe decir que el ciclismo es un deporte que nunca ha cuidado en exceso su imagen de cara al exterior, y no ha sido del todo inusual ver a un ganador de etapa siendo entrevistado mientras su masajista le limpia la cara con un trapo, o con una toalla, o mientras está desnudándose, u otros detalles del tipo.

Pero otro lado, cuando se presenta al ciclista en carrera, desaparece la psicología y queda tan sólo la acción: el corredor ciclista, ya sea un campeón o un simple aguador, forma parte de una trama mayor (la del pelotón), y allí ejecuta su rol como si se tratase de una marioneta que ataca, se defiende, desfallece o vence, movida por hilos ajenos a su personalidad e intereses.

Y nos quedan los medios. ¡Los medios! La bicicleta en este caso. La cámara de Leth se detiene en las bicicletas, las fotografía de arriba abajo, se centra en su geometría estilizada. Muchas veces son las auténticas protagonistas, y como tales, Leth desvela la metamorfosis de la bicicleta de carrera en instrumento prodigioso, obra y gracia del trabajo artesanal, cargado de amor, de los mecánicos.  Leth dedica muchos minutos a la tarea de estos profesionales anónimos, y es de agradecer.

La primera de sus películas es Stjernerne og vanbaererne, Stars and watercarriers en inglés,  o lo que es lo mismo, Estrellas y aguadores. Leth se centra en  el pelotón del Giro de Italia de 1973, un Giro con vocación europeísta (pasaba por Bélgica, Holanda, Luxemburgo, la R.F.A. e Italia). Leth sigue principalmente la evolución de la estrella local, el mejor ciclista danés de la época, Ole Ritter, enrolado en aquella edición en la Bianchi de Felice Gimondi. Pero, al mismo tiempo, se detiene también en el duelo principal, protagonizado por Merckx y Fuente, a los que siguen de cerca Gimondi y Battaglin.  La nota predominante es la de la presencia continua de una naturaleza brutalmente amenazadora, dispuesta a machacar a los ciclistas. También se centra, quizá en exceso, en explicar cómo funciona la disciplina contrarreloj, en la que destacaba Ritter. La película finaliza con un plano bastante hermoso y prosaico de Ritter en Milán, una vez finalizado el Giro, vestido de chaqueta (chaqueta setentera), guardando la bicicleta en el maletero de su Fiat. Cabe decir que Ritter se prestará mucho al juego de Leth, y sin riesgo de caer en cierta pedantería, diríamos que lo que Leaud es a Truffaut y Mastroianni a Fellini, lo es Ritter a Leth.


Felice Gimondi
Su segundo film ciclístico se centra ya en exclusiva en la figura de Ritter. Se trata de Den umulige time, The impossible hour, La hora imposible (1974). La película muestra el intento por parte de Ole Ritter de batir el récord de la hora de Eddy Merckx, conseguido en 1972 en el velódromo de México D.F. Ritter ya había conseguido batir el récord en 1968 en México, y vuelve ahora en 1974 a la ciudad azteca para intentar batirlo de nuevo. Con lo cual, la película tiene el aire de una revancha, una especie de retorno al pasado. En realidad, nada de esto se ve en la película: es pura literatura o aderezo por mi parte. La película sigue continuamente a Ritter, asistimos a sus exámenes médicos, a sus entrenamientos, a sus conversaciones en italiano con sus entrenadores: todo dentro de un estilo puramente documental, sin florituras. Los momentos más bellos son aquellos en los que la voz en off del propio Leth describe la técnica de su compatriota, mientras a cámara lenta observamos el pedaleo redondo y perfecto del danés, casi hipnótico.









              Ole Ritter





Y por último, su obra maestra en lo que se refiere a documentales de ciclismo es En Forarsdag i Helvede, A Sunday in Hell, Un domingo en el infierno (1976). Ésta es quizá su película más completa sobre ciclismo, la más lograda,  y por qué no, la más bella. Es ciertamente hermosa. Se trata de un documental sobre la París - Roubaix de 1976. Cierto, en este caso no puedo ser objetivo.

Eddy Merckx
 Leth presenta a los cuatro favoritos: Roger De Vlaeminck, Eddy Merckx, Freddy Maertens y Francesco Moser. Entre los cuatro suman casi mil victorias. Los sigue en las reuniones en los hoteles, en las disputas con los mecánicos, en los desayunos. De Vlaeminck y Merckx parecen los más accesibles, mientras que Maertens parece un tanto más esquivo. Leth no se pierde ni un detalle: de esta manera, se suceden la salida en Compiegne, con la expectación que levantan las estrellas francesas Poulidor y Thevenet, las manías de Merckx con la altura de su sillín, el conato de huelga de los empleados de Le Parisien que bloquean la salida, y dan al documental cierto aire político-social al uso de la época, y la pelea final por la victoria.



Roger De Vlaeminck
El azar se alía en este caso con Leth, y los cuatro ases de la baraja muerden el polvo. Ya se sabe: en el cine siempre queda mejor el perdedor que el vencedor. Para Merckx ha pasado su tiempo, y queda descolgado; Maertens cae; De Vlaeminck y Moser lo dan todo, atacando y demostrando que son los más fuertes sobre el pavé (sin duda son los dos mejores ciclistas de la París-Roubaix de la historia), pero pierden en el sprint final en el velódromo de Roubaix ante Marc Demeyer, gregario de Maertens, que había chupado rueda durante todo el tramo final.

Pero Leth se guarda la artillería para el final. Mete su cámara en los vestuarios del velódromo (míticos vestuarios, por otro lado). A media luz va filmando rostros desencajados, cubiertos de polvo y barro.  Demeyer está eufórico: atiende a los medios con el nerviosismo de un niño que ha marcado su primer gol en el patio del colegio. Merckx parece más cansado que decepcionado, su época de dominio toca a su fin. De Vlaeminck no habla con nadie: su rostro no sólo evidencia decepción,  sino también rabia, y un punto de tristeza. Y el último plano se lo reserva de nuevo a su querido Ritter: el danés se frota la cara con fuerza, bebe agua, se lava como si no hubiese visto el agua en siglos. Sin duda exagera, haciendo un favor a un amigo Leth. Pero por otro lado, el realizador danés parece querer mostrarnos a un hombre ensimismado en sus propios actos, atareado en su aseo personal como quien ejecuta una trabajo que le permitirá sobrevivir en un mundo hostil. Ese último plano de Leth nos muestra a un hombre reducido a su simple presencia en el mundo.  Y ahí es cuando el cine prosaico de Leth, aunque hable de algo tan poco trascendente como el ciclismo, de algo tan estúpido como una competición de bicicletas y ciclistas, se convierte en algo más.


jueves, 5 de mayo de 2011

FRACASO - ÉXITO


7 de junio de 1975. Última etapa del Giro de Italia, Alleghe – Passo dello Stelvio. El Giro concluía por primera y última vez en su historia en una cima de alta montaña. Nada menos que en el puerto de montaña más elevado de los Alpes, a 2.758 metros de altura. El Passo dello Stelvio, también conocido como Stilfser Joch, une el Südtirol y la Lombardía, siendo el paso entre las tierras de habla alemana y las de habla italiana, así como escenario de combates bélicos en el 14, y deportivos desde el 53.


Si se observa en un primer y rápido vistazo la fotografía de la llegada, ésta muestra una aparente contradicción: la expresión desencajada, decepcionada y casi dolorida del vencedor contrasta con los brazos alzados del segundo, y por tanto, perdedor. La lógica nos dicta que las cosas deberían pintar de otro modo. La imagen parece reservarnos así una especie de lección moral: las ideas de éxito y fracaso son ambivalentes.


¿Qué es hoy motivo de éxito? ¿Tarjetas de visita con membrete? ¿Enanitos en el jardín? ¿Una frase siempre recurrente en la boca, muchas anécdotas precisas, y una pizca de inteligencia emocional aprendida en un máster de comunicación empresarial? ¿Fotografías en el despacho de la mujer y de los hijos? ¿O también algún que otro modelito de Skunfunk, Carhatt o Kenzo? ¿Encuentros de las familias y manifestaciones-florero? ¿Arquitectura calatravesca, ésa que queda muy bonita en las postales? ¿Tiendas de moda muy trendy que abren en barrios degradados, y cierran al mes siguiente? ¿Conversaciones de Facebook que suplen conversaciones reales? La vida moderna exige vidas de acuario.

Y para las mentalidades de éxito, adaptadas, ¿qué encarna la idea del fracaso? ¿Esos barrios que se resisten a caerse por sí solos, y dar paso así a una idea de progreso haussmanniana, expresada en grandes avenidas con palmeritas y cemento? ¿Esos hombres antiguos que se resisten a buscarse una casa, durmiendo en cualquier lado y orinando en las esquinas, afeando tanto la ciudad para el turista, cuando ésta debería ofrecerse a los visitantes como una puta de lujo con las piernas bien abiertas? ¿Esas barriadas en todas las ciudades idénticas, en las que se ve demasiado Antena 3 o La Sexta, y en las que abundan chonis y parados?  ¿Los parques con jubilados? ¿Los gatos callejeros? ¿Esas pintadas que torpemente expresan la firma de un artista anónimo, la mayor de las veces adolescente y gamberrete? Bien mirado, ante el adocenamiento que trae todo éxito, prefiero quedarme resistiendo desde las trincheras del fracaso. 

Pero todo merece ser de alguna manera explicado. Volvamos a la fotografía del Stelvio, y desvelemos un poco el misterio de su lógica alterada. Paco Galdos, con el maillot del KAS (amarillo con mangas azules a pesar del blanco y negro), resulta ganador de la etapa. Tras él entra Fausto Bertoglio, del equipo Jollj ceramica, portando la maglia rosa, con los brazos levantados. Ambos eran dos corredores de nivel medio que dieron lo mejor de sí mismos en un Giro ausente de estrellas. Ambos se jugaban la victoria final, pues Galdos, segundo en la clasificación general, estaba distanciado tan sólo por 41 segundos de Bertoglio. El vasco, aparentemente mejor escalador, podía descolgar al italiano en cualquiera de las 28 curvas infernales que conducen a esta zauberberg del ciclismo. Galdos lo intentó repetidas veces, sin éxito. Venció la etapa, sí; pero al no poder sacar diferencia al italiano, perdió el Giro de Italia. Lo que puede parecer un éxito, puede resultar un fracaso, y viceversa; con lo cual, no nos debemos fiar por tanto de las primeras impresiones.