viernes, 8 de junio de 2012

HEREDEROS (I)

El ciclismo, como todos los deportes, es un campo abonado para los tópicos. El tópico se caracteriza por su repetición inagotable y por ser expresado de forma indiscrimanda, a veces incluso de forma irracional. Si observamos el caso del fútbol, encontramos tópicos bastante habituales: "no hay enemigo pequeño", "el fúbtol es 11 contra 11", "un partido dura 90 minutos", o el colmo de las tautologías, "el fútbol es fútbol". El ciclismo también es prolífico en expresiones del género, coletillas que los ciclistas, al ser entrevistados tras una larga etapa o carrera, van encadenando sin ton ni son, emitiendo sonidos sin contenido y, algunas veces, sin coherencia: "no se gana hasta cruzar la última línea de meta", "he de agradecer la labor de mi equipo que me ha apoyado en todo momento", "el maillot amarillo da alas", etc. Incluso hace un tiempo, antes de 1998, se repetía un tópico bastante inquietante: "el Tour no se gana solo con spaghettis".

En este caso, quiero sacar a relucir un tópico no exclusivo del ciclismo, pero que sirve un poco para presentar el tema. Sería el siguiente: "las comparaciones son odiosas". En el ciclismo, como en la vida, las catástrofes y las depresiones derivan muchas veces de colocar el listón demasiado alto, estableciendo una comparación con un modelo demasiado excelso, inalcanzable por tanto. Rescato aquí los casos de algunos ciclistas que fueron comparados, para su desgracia, con campeones anteriores, convirtiéndose de la noche a la mañana en el foco de atención de periodistas y público. Cada gran campeón ha tenido su falso sucesor: corredores de clase indudable, que tuvieron la mala suerte de iniciar su carrera deportiva en la estela de una gran figura; corredores que tuvieron la mala suerte de recordar, en su forma de correr, en su estilo, en sus brillos de calidad, a anteriores maestros. Corredores que, ya fuese con la intención de la prensa de vender más periódicos, o debido a la propia ansia y expectación del público, deseoso siempre de nuevos éxitos, acabaron convirtiéndose en el nuevo Coppi, el nuevo Merckx o el nuevo Indurain. Estos son "los herederos".

1

El primer gran campeón de la era moderna fue Fausto Coppi. Lo que al cine fue el neorrealismo de Rossellini y De Sica (y Visconti), al ciclismo lo fueron Coppi y Bartali (y Magni): el nacimiento de la modernidad. Pero ya a mediados de los cincuenta, Coppi estaba en pleno declive, deportivo y mediático: no vencía, sus números solitarios ya habían sido olvidados y, para colmo, había abandonado a su mujer y a su hijo para irse con Giulia Occhini, la dama bianca, convirtiéndose así en un adúltero a los ojos de la tradicional sociedad italiana. Entonces ya se buscó un sustituto, y el elegido fue Ercole Baldini, "l'expresso di Forlí". Baldini era fundamentalmente un rodador, un excepcional contrarrelojista, el mejor de su generación junto con Anquetil y Rivière. Pero después de su espectacular temporada de 1958 (victoria en el Giro y en el campeonato del mundo), ya no obtuvo grandes resultados, y la prensa que lo había encumbrado se cebó con él: se le acusaba de interesarse solo por "denaro e cibo" (dinero y comida). Se buscó un nuevo sucesor en Guido Carlesi, no tanto por sus resultados como por su innegable semajanza física con il campionissimo.

Fausto Coppi en el Tour de 1952.

Ercole Baldini con el jersey arco-iris. En la imagen se aprecia su fabulosa planta de contrarrelojista.

Guido Carlesi, el primer Coppino. Su espigado talle y su nariz aguileña recordaban más al mítico Fausto que sus resultados deportivos.
En 1960 Coppi murió a causa de una mal diagnosticada malaria contraida en África, y de campeón viejo y olvidado pasó a ser mito. Toda Italia lloró su muerte. La Gazzetta dello Sport necesitaba una nueva ristra de ases que aplacase el dolor de los tiffosi, pero la nueva generación no parecía cumplir las expectativas. A pesar de que Gastone Nencini venció el Tour de 1960, y Guido Carlesi logró hacer podium en 1961, en 1962 Baldini, Carlesi y Nencini desaparecieron por completo del mapa, y ningún otro italiano se vislumbraba como posible rival de Anquetil en las grandes vueltas. Carlesi, el que auguraba más esperanzas, comenzó a partir de 1962 un prematuro y agudísimo declive. Se necesitaba urgentemente una nueva figura, y en 1963 se creyó encontrarla en un jovencísimo piamontés, de pedaleo elegante y tendencia a las largas escapadas en terrenos hostiles: Italo Zilioli.

Nacido en 1941, Zilioli fue uno de los mejores corredores de su generación, sin duda una de las mejores hornadas del ciclismo italiano. Italo Zilioli compartió pelotones con Vittorio Adorni, Franco Bitossi, Michele Dancelli, Gianni Motta, Wladimiro Panizza y, sobre todo, Felice Gimondi. Su debut en profesionales fue muy prometedor, llevándose en largas escapadas toda una retahila de semiclásicas italianas. Entre ellas, el Giro dell'Appennino. Su ataque en el Passo della Bocchetta cerraba un lapso de tiempo, aparentemente vacío: en el mismo lugar Fausto Coppi había atacado en 1955 para vencer el Giro dell'Appennino, su útlima victoria en una prueba en línea. El estilo ingrávido de Zilioli y su elegancia recordaban lejanamente al de Fausto.

En el Giro, el joven Italo chocó repetidas veces contra un muro. Tras tres segundos puestos consecutivos en el Giro de Italia (1964, 1965 y 1966), y un tercero en 1969, se convirtió en una especie de Poulidor italiano. En 1965 llegó Gimondi, y en 1966 Motta, y pronto cayó en el olvido entre el gran público. Una nueva rivalidad (Gimondi - Motta), muy breve, enganchó al público italiano: revoloteando en torno a esas dos estrellas mediáticas, quedaban los Dancelli, Bitossi, el también mediático Adorni, y Zilioli. En 1970 se convirtió en gregario de lujo de Eddy Merckx en el Faemino, y en los últimos años de profesional obtuvo buenos resultados, como la Setmana Catalana de 1971, o su segundo Giro dell'Appennino en 1973. Resultados muy parcos en comparación con el futuro plagado de éxitos que la prensa había vaticinado diez años antes.

En la temporada de 1967, Zilioli y Gimondi compartían equipo, il G.S. Salvarani
Gimondi y Zilioli en equipos distintos: el bergamasco en la Salvarani, el turinés en la Ferretti. (1971)
Zilioli era uno de esos corredores siempre presentes, siempre bien clasificados, pero que encontraban dificultades para ganar. Sufría problemas de insomnio. En el Tour de 1970, en el que portó durante un tiempo el maillot amarillo, compartía habitación con Merckx. El propio Zilioli señalaba que por la noche, el campeón belga apagaba la luz e inmediatamente se dormía. En cambio él, en el breve tiempo en el que llevó el maillot de líder, al apagar la luz empezaba a darle vueltas a la cabeza, pensando en el recorrido de la etapa siguiente, en los pasos de montaña, en los ataques a los que tendría que responder...Su  incapacidad para gestionar la presión era su principal carencia frente a los grandes campeones, y en definitiva lo que se interponía entre él y la victoria. Y si bien es cierto que a veces el público puede encapricharse con algunos corredores "segundones", frenados por la mala fortuna o por campeones menos humanos (como hizo el público francés con Poulidor), no suele perdonar a aquellos que truncan sus expectativas.

En la temporada de 1970, Zilioli corrió en el equipo de Eddy Merckx, la Faemino.

Décadas después, Fausto Coppi encontraría un nuevo sucesor. En este caso, al igual que sucedió con Guido Carlesi, la semejanza con el campionissimo era ante todo física: se trataba de Franco Chioccioli, ciclista que corrió a finales de los años 80 y principios de los 90, y que tuvo su verdadera eclosión ya siendo veterano, en 1991, en un momento en el que el ciclismo italiano vivió una auténtica rinascita, propiciada por la oscura labor de doctores como Cecchini, Ferrari y Conconi.

La primera aparición de Chioccioli para el gran público fue en el Giro de 1988. Se enfundó la maglia rosa para perderla en la terrorífica decimocuarta etapa, entre Chiesa Valmalenco y Bormio: la etapa en la que il commendatore Torriani decidió que el Passo di Gavia era transitable, a pesar de que arreciaba sobre su cima una tormenta de nieve. Fue el día del descenso infernal, de los dedos congelados, de las retiradas masivas y de los ciclistas buscando desesperadamente refugio en los coches de los pocos y aventurados espectadores. En el Giro de 1991, Chioccioli reapareció por todo lo alto, acercándose más que ninguno de los anteriores a la sombra de Fausto Coppi. Con la maglia rosa a sus espaldas, distanció a sus rivales en las empinadísimas rampas del recién descubierto Passo del Mortirolo: era Coppi redivivo.

Más que un sucesor se buscaba un sosia: Coppino I (Guido Carlesi) y Coppino II (Franco Chioccioli, en la foto en el Giro de 1988, junto con Ernesto Colnago y Andy Hampsten)

No hay comentarios:

Publicar un comentario