martes, 19 de junio de 2012

MOONRISE KINGDOM: ARCHIPIÉLAGO WESANDERSIANO

Cuando llegue por fin el cataclismo total que se avecina, y se traspapelen todas las novelas, se incendien todas las filmotecas y museos, y se pierda la información contenida en todas las memorias portátiles del planeta; cuando se deje de consultar la wikipedia por apatía, y ya nadie cuelgue vídeos en YouTube, y no haya registros civiles, ni colas del paro, ni ocupaciones sanas, y corran años, incluso siglos, oscuros de analfabetismo e incultura, de los que haya que salir con paciencia y mucho esfuerzo, los historiadores del cine que sobrevivan a toda esa vorágine de acontecimientos destructivos tendrán serios problemas para atribuir qué obra pertenece a cada autor. Pero no todo será tan negro, por supuesto: a la hora de atribuir, en algunos casos lo tendrán más fácil que en otros.  A aquellos cineastas con un estilo visual propio e intrasferible, reconocible desde el primer minuto de visionado, se les adjudicarán, con un margen de error bastante reducido, la mayoría de las películas que hicieron (dando por hecho que hayan sobrevivido éstas a las catástrofes que desde aquí tan a la ligera  vaticinamos). Las películas de Hitchcock se sabrá que son de Hitchcock, las de Fellini, de Fellini. Se reconocerá fácilmente la autoría de Bresson, Ozu, Tarr, Tati, Lynch, Tarantino o Godard. Y por supuesto, también las de Wes Anderson.  

¡Nos vamos de excursión al universo de Wes Anderson!

Nos pueden gustar más o menos las historias de sus películas (en mi caso concreto, me chiflan), podrá repetirse más o menos (todo autor, en definitiva, escribe o rueda siempre la misma obra), pero no se podrá negar que Wes Anderson cuida al máximo cada detalle. Desde las letras de los títulos de crédito (siempre en amarillo, y en el caso que nos atañe, el de Moonrise Kingdom, especialmente hermosas), hasta la composoción de cada plano, pasando por la música (de Alexandre Desplat de nuevo), los diálogos y los gestos de los actores, nada se deja al azar: no hay un solo plano banal, un solo plano que no haya sido pensado y construido al milímetro. No hay un solo plano sobrante. Quizá, en toda su filmografía (no he visto su primera película, he de reconocerlo) solo sobre aquel vergonzante anuncio de una marca deportiva inserto en The Life Aquatic. 

Moonrise Kingdom  sigue un poco la línea de Fantastic Mr.Fox, en cuanto que une universo infantil y peripecia.  No hay intentos de suicidio. No hay muertes (la única muerte en la filmografía de Anderson, si no recuerdo mal, se da en The Life Aquatic). Pero, cómo no, sí hay matrimonios a punto de quebrarse y niños desatendidos. En resumen, el sempiterno tema wesandersiano de la familia como "institución" inestable, que se mantiene unida en cuanto que cada miembro forma parte del decorado, como si fuese uno de los tantos objetos vintage que lo conforman, adorable y raro externamente, pero vacío y muerto en su interior.

Las familias wesandersianas: adorables objetos en un mundo de objetos.

Desde Rushmore Academy, el tema de Anderson ha sido siempre la adolescencia y la diferencia. Sus personajes son siempre seres al margen, aun siendo su marginalidad algo no buscado conscientemente. Unas veces puede ser una diferencia impostada, otras veces congénita, o incluso derivada de una genialidad un tanto repelente, como sucede con los niños-prodigio venidos a menos de The Royal Tenembaums.  Pero la marginalidad para Anderson no es un drama: es un tesoro. No es una marginalidad social, tipo Accatone, tipo No quarto da Vanda, ni mucho menos. No se trata del niño nacido y crecido en un ambiente hostil, plagado de obstáculos y puertas cerradas. No se trata ni siquiera de una marginalidad edulcorada, tipo Hollywood. Es la marginalidad un tanto egoísta del niño crecido en una familia acomodada que, de pronto, descubre que es diferente al resto y que no encaja del todo bien; pero que también comienza a vivir entonces la aventura de ser individual y único. 

El niño inadaptado...pero combativo: héroe wesandersiano por antonomasia.

La realidad nunca aparece en primer plano en las películas de Anderson: siempre la escomotea por la madriguera caliente e imaginativa que sus personajes saben muy bien construirse, a fin de no crecer, a fin de no conocer la crueldad, a fin de no notar el vacío que poco a poco les envuelve y al que, sin remedio, se ven abocados.  La adolescencia de Anderson es triste; aun así, los adultos suelen ser mucho más tristes, como se comprueba fácilmente en Moonrise Kingdom. En esta última película, los adultos son seres derrotados, que tampoco despiertan mucha compasión, sino más bien una sonrisa cargada de patetismo; los adolescentes, en cambio, a pesar de ser algo depresivos y oscuros para su edad, todavía tienen la ilusión de huir a toda costa de un mundo hueco, a fin de construirse su propio refugio: esa guarida es precisamente Moonrise Kingdom. 


El territorio para una locura compartida: ¡Moonrise Kingdom!
A Wes Anderson le interesa la niñez/adolescencia como parafernalia. Es un periodo que analizamos desde la edad adulta con ojos nostálgicos, y los objetos a tal periodo asociados son siempre mágicos. La parafernalia, que podríamos llamar vintage en cierta manera, oculta o endulza la crudeza del trauma. El humor absurdo, a veces gélido, junto a la parafernalia de objetos, colores y músicas, oculta la mayoría de las veces problemas personales como divorcios, separaciones, intentos de suicidio, autolesiones, depresiones, o en este caso, la horfandad. Humor absurso y parafernalia son las herramientas wesandersianas para neutralizar y sobrellevar la tremenda carga negativa de estos asuntos, sin pasarlos por alto (se pasan más bien de puntillas, cayendo de vez en cuando en algún cenagoso charco). Por tanto, la infancia de Anderson no es una infancia caramelizada, que trata a los niños como subnormales o seres diáfanos, y un tanto cursis (tipo Disney); la infancia de Anderson es sombría. Cada niño o niña debe defender su identidad, su pequeño mundo, con uñas y dientes, frente a la agresión continua de la realidad.  


Los niños (tristes) utilizan la intelegencia y la imaginación  para sortear el control de los adultos (también tristes).

En las películas de Anderson suele haber siempre un viaje o aventura, en este caso, como decía, cargada de más peripecias, de inesperados cambios de escenario, de postergación infinita de la captura de los fugitivos (copiando un esquema que ya aparecía en Fantastic Mr.Fox, y que Anderson parece tomar de las películas de animación para público adolescente). Ya no hay un viaje "interior" ficticio, como en The Darjeeling Limited, ni tampoco se trata de la última aventura de un "héroe" olvidado y crepuscular (drogata, carismático y mal padre, podríamos añadir), como en The Life Aquatic. En este caso, el viajecito parece una excusa en sí misma, para desplegar un eterno juego, y un tanto carente de garra, entre perseguidos y perseguidores. Aun así, Anderson se las ingenia para conseguir una película lograda, y estéticamente magistral, que hará las delicias de cinéfilos y gafapastas (entre los que me incluyo). Además, Anderson introduce un personaje que me recordó remotamente a l'avvocato felliniano de Amarcord: un narrador que habla directamente al espectador, y que nos va comentando las peculiaridades geográficas y climatológicas de la isla de New Penzance, al igual que l'avvocato comentaba las maravillas arqueológicas de aquel Rimini inventado por Fellini.


El comentarista wesandersiano y el felliniano. La comparación puede ir más lejos: el personaje de Anderson comenta las catastróficas consecuencias de un temporal, "el más fuerte de las segunda mitad del XX"; el personaje de Fellini comentaba una asombrosa y copiosísima nevada en junio, adjuntando a su erudito discurso los pocos años en los que se había producido un fenómeno semejante tan insólito.

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