miércoles, 2 de mayo de 2012

FRIEDENSFAHRT / ZÁVOD MÍRU / WYSCIG POKOJU (CARRERA DE LA PAZ) BY ROULEUR

Hoy ha llegado a mi buzón la revista Rouleur. La espero con ansia cada dos meses, y una vez la tengo entre manos, la hojeo en pocos minutos. La devoro. Rouleur es un soplo de aire fresco en la habitación mal ventilada del ciclismo. Nada de equipaciones de última moda de Etxe Ondo. Nada de bicicletas de alta gama. Nada de los resultados de la Vuelta a Suiza, la última etapa del Tour de Francia, o los diez primeros de la clasificación Pro Tour. Nada de entrevistas plagadas de tópicos encubridores, dispuestos aquí y allá como vallas en una carrera de obstáculos. Rouleur nace de un profundo amor al ciclismo y a la bicicleta, y por ello su aproximación a ambos temas se realiza desde diversos frentes, a veces insólitos. En la habitación mal ventilada del ciclismo por tanto, Rouleur no es solo una ventana abierta, sino dos o tres; incluso una puerta abierta de par en par y una claraboya.



En Rouleur se da voz a ciclistas anónimos del pasado, con historias duras detrás - a gregarios, a estrellas caídas en desgracia, a ciclistas de otro tiempo, en algunos casos destruidos por el dopaje. Tienen cabida Fiorenzo Magni y también el modesto corredor Giovanni Varini, y su actual granja de pollos. También se exploran los centros fabriles donde nace la bicicleta - aquellos donde aun se respira cierto amor artesanal por el trabajo bien hecho. Y tienen cabida tanto la modernísima NAHBS (North American Handmade Bycicle Show) como la fábrica de las clásicas Gios Torino. Se profundiza en la personalidad de ciclistas actuales, como Voeckler, Breschel, Geraint Thomas o Chavanel. Se recorre el mundo en busca de carreras que pasan desapercibidas, para mostrar que la bicicleta no solo es patrimonio de europeos occidentales, sino del mundo entero: el Tour de Ruanda, el Tour de Qinghai en China...pero también el Tro Bro Léon bretón. Es una gozada leer Rouleur. En Rouleur, cada fotografía es un icono de la religión de la bicicleta.  

Llevaba mucho tiempo persiguiendo la idea de escribir algo sobre esta revista, y hoy me he decidido. En parte tal determinación ha venido impuesta por el interesantísimo reportaje que Herbie Sykes y el fotógrafo Tim Kölln dedican en este número de mayo al ciclismo en la RDA, y en concreto a la extinta Carrera de la Paz, vuelta por etapas del bloque comunista, que partía cada uno de mayo de Varsovia y, vía Praga, finalizaba en Berlín. Carrera que se disputó desde 1948 hasta 2006 (aunque, siendo exactos, hasta 1991 mantuvo su importancia, convirtiéndose en sus últimas ediciones en una carrera menor).
 


Ya hablamos de ella en este blog.  La Friedensfahrt pretendía ser la carrera de la Centroeuropa nueva, surgida de los rescoldos de la guerra y del triunfo sobre el nazismo. Absorbida por la propaganda política de la guerra fría, la Carrera de la Paz era el Tour de Francia del Este. Pero acciones propagandísticas aparte, la carrera de las tres capitales gozó de una popularidad inmensa.  También hablamos en su momento de los problemas que sufrieron algunos ciclistas de la RDA al no querer integrarse en el partido. El caso más conocido es el de Wolfgang Lötzsch: su caso adquirió notoriedad al escribirse un libro y editarse un documental sobre su figura, Sportsfreund Lötzsch.  En una línea semejante, en el reportaje de Roleur se recogen las palabras de la pistard Irene Dorn, que se ha resarcido en la actualidad, en la categoría master, de lo que no pudo conseguir en su juventud debido a los boictos sistemáticos hacia su persona, perpretados por entrenadores y federativos, que la empujaron a la retirada prematura.


La Carrera de la Paz fue uno de los inventos hermosos de la R.D.A. Quizá el más hermoso, junto al muñequito Sandmann y el maravilloso himno (uno de los más hermosos jamás escritos) Auferstanden aus Ruinen (resucitando de las ruinas).  Tal tríada hablaba de la hermandad de los pueblos, del hombre nuevo, y de la paz, es decir, de la fachada bonita que ocultaba el muro de Berlín, la ausencia de libertades, los delaciones, la Stasi, la fiscalización y politización de la vida cotidiana y el dopaje de Estado. Como aspectos positivos, podría decirse que la RDA era el único sistema socialista que "funcionaba"; e igualmente, su autodestrucción, favorecida por Gorbachov, fue modélica. No así la unificación con la Alemania Occidental.




En el reportaje de Syke destacan especialmente las palabras de Horst Schäfer, antiguo aficionado a la carrera y actual conservador del museo dedicado a la misma, sito en Magdeburg. Sus palabras evocan una carrera multinacional (participaban libaneses, ingleses, belgas, de todos los países del Pacto de Varsovia, mongoles, cubanos, norcoreanos...), en la que no era tan importante competir individualmente como compartir esfuerzos, experiencias y emociones. También comenta el shock que en su vida produjo no solo la desaparición de la carrera (y con ella de parte de su vida) sino también el duro esfuerzo que supuso la adaptación a un nuevo sistema económico y social, con valores muy distintos, tras la caída del muro, especialmente para los nacidos como él ya bajo el sistema socialista. Me limitaré a copiar y traducir algunas de sus palabras:

"(...) cuando me casé, le dije a mi mujer: "Mira, estaré contigo durante 50 semanas al año, pero estas otras dos semanas tengo otro amor. Durante ese tiempo, pertenezco a la Friedensfahrt". (A título personal, esto yo también lo he vivido, más o menos...)

"(...) la clave era: gente de muchas partes del mundo junta, compartiendo experiencias. No consistía en gente corriendo por dinero, y gente corriendo para ganar precisamente. Aquellas dos semanas de mayo eran como una isla en medio de nuestras vidas cotidianas. Un isla de suerte...


(...) Para mí la Carrera de la Paz era un oasis, a través del cual me era posible soñar. Gente diferente, países diferentes, atravesando fronteras y marchando juntos. Era genuino compañerismo, y ahí residía su belleza y sus virtudes. La Friedensfahrt, durante dos semanas al año, nos ofrecía la ventana a un mundo al que no nos era permitido acceder. Era una gran paradoja, obviamente, pero para mí sigue siendo algo hermoso. Era la carrera de la paz..."


Palabras sin duda motivadas por la nostalgia de lo amado y ya perdido. 

Un último ejemplo de las esperanzas corrompidas. Jan Schur, hijo de la gran estrella ciclista de los cincuenta, Gustav-Adolf "Täve" Schur, habla acerca de su padre. "Täve" Schur no solo fue un ciclista prodigioso, sino también todo un símbolo político de la RDA: adorado por el pueblo y por el partido. Jan Schur comenta cómo se rodó una película sobre su padre, y cómo en ella le preguntaron qué pensaba sobre la Carrera de la Paz al principio, a lo que Täve respondió:

"Estaba allí en Varsovia, en medio de esas ruinas, vistiendo mi inmaculado, prístino jersey. Representaba al estado alemán, y la única cosa que podía hacer era demostrarles que era diferente a los nazis."


Toda una declaración de intenciones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario