lunes, 21 de enero de 2013

NIÑOS TRISTES

Estos niños en blanco y negro, al hacerse grandes y algo más experimentados, se convirtieron en grandes escritores. En sus miradas inquietas hay un ligero destello del deseo de aventura y de la curiosidad asombrada de la niñez, pero también de la tristeza de niños habituados a juegos solitarios. No saben qué hacer en esos decorados que parecen pensados para motivar depresiones. ¿Ya pensaban entonces  en El libro del desasosiego, El hombre sin atributos o El proceso?

Fernando Pessoa

Robert Musil

Franz Kafka


jueves, 10 de enero de 2013

EL JOVEN TÖRLESS, DE VOLKER SCHLÖNDORFF (1966)

El joven Törless (Der junge Törless, Volker Schlöndorff 1966), es una película de aprendizaje, como la novela de la que es adaptación cinematográfica, Las tribulaciones del estudiante Törless (Die Verwirrungen des Zöglings Törless, 1906), la opera prima del escritor austríaco Robert Musil . En esta novela semiautobiográfica, Musil colocaba en la figura del alterego Törless sus experiencias en la academia militar de Hranice.


Törless es un adolescente internado en una academia militar. Tal institución es un vetusto edificio situado en una localidad alejada del centro del Imperio: en ella se educan los hijos de la alta burguesía austro-húngara. Desde el primer momento, se aprecia que Törless es un muchacho inteligente, taciturno y soñador, que aparentemente echa en falta a sus padres y se aburre mortalmente en las clases. Frecuenta la compañía de dos alumnos astutos y crueles, Reiting y Beineberg. El primero se siente fascinado por la violencia de un modo primario (en una escena inicial mata a una mosca con su pluma), el segundo de un modo más "intelectual". Por Beineberg Törless siente aversión y atracción, como si fuese una fuente de peligros pero también un ángel protector. Precisamente con Beineberg irá de visita a la humilde casa de la prostituta Bozena. Este encuentro será algo incómodo para Törless, al compararse la propia Bozena, a fin de escandalizar al muchacho, con su madre.


Reiting y Beineberg encontrarán en Basini, un chico débil y que intenta ganarse a toda costa el aprecio de los demás, una víctima propicia para sus juegos. Reiting descubrirá que Basini es el que se oculta tras el robo de una cantidad de dinero perteneciente a Beineberg. De esta forma, tanto Reiting como Beineberg decidirán someterlo a vigilancia en vez de acusarlo ante la dirección del centro para, llegados a cierto punto, comenzar a ensañarse con él. Törless asistirá a las vejaciones a las que se somete a Basini, en un inicio atraído por la dialéctica creada entre verdugo y víctima, pero cada vez más asquedado por la brutalidad de sus amigos y atraído por la suerte de Basini, al que intentará comprender y del que se sentirá cada vez más cercano.   


Es esta, por tanto, una de las tantas película que muestra el tránsito muchas veces doloroso, o cuanto menos dubitativo, de la pubertad al cenagoso mundo adulto. Estas historias ganan enteros cuando reproducen ciertos ambientes. El ambiente corrector de un instituto de prestigio, con sus uniformes, sus estricta normativa  y la atractiva transgresión de ésta, es más propicio, más literario si se quiere, para que crezcan en él historias de este tipo. Solo hace falta repasar un poco la lista, que comenzaría con Los cuatrocientos golpes de Truffaut y podría terminar en Submarine de Richard Ayoade, pasando por Adiós, muchachos de Louis Malle y El club de los poetas muertos de Peter Weir, sin olvidarnos de Academia Rushmore de Wes Anderson. El colegio o instituto público ha dado históricamente menos juego: solo el más reciente cine francófono ha sabido aprovechar toda la carga explosiva que reside en estas instituciones (La clase, Profesor Lazhar, En la casa...).  

Pero la historia de Törless de Schlöndorff, tomada casi al pie de la letra de la del genial Musil, entronca con una larga tradición germánica: la novela de formación o Bildungsroman. Estas novelas se caracterizan por el descubrimiento del mundo por parte del adolescente: un descubrimiento que, desde el lado de la vida, va ligado a contrariadades, impulsos, ilusiones y desengaños, y desde el lado opuesto, o cuanto menos distante, de la reflexión, va acompañado del entusiasmo de las ideas y de algún que otro aprendizaje moral.  El descubrimiento del amor, la iniciación sexual, las primeras responsabilidades, el combate contra lo establecido y la duda que genera la discordancia entre el sujeto y el mundo...vamos, lo de siempre. La opera prima de Musil viene a ser un eslabón más en una larga cadena, pero un eslabón determinante, en cuanto que introduce en el mundo ya de por sí confuso de la adolescencia la ambivalente atracción por lo inconcebible, lo violento y lo prohibido. Aparecen así las dinámicas de crueldad-humillación, sojuzgamiento-servilismo, atecendentes del booling, y que tanto juego han dado en el cine alemán. La iniciación en la crueldad no es otra cosa que el tema clave de La cinta blanca de Haneke, y también de la cinta más recóndita Teenage Angst de Thomas Stuber (2008), que parece aludir al Törless musiliano directamente. Ese mismo juego sádico puede apreciarse en Ping-pong de Matthias Lutthart (2008), e incluso la reflexión sobre el adoctrinamiento y el servilismo adolescente (pero también extrapolable a nivel nacional) alcanza su culmen en La ola de Dennis Gansel. La película de Schlöndorff supone una inspiración de todos estos films en cuanto que introduce por primera vez la concomitancia entre educación reaccionaria, violencia y totalitarismo. La novela, en cambio, no es tanto una reflexión sobre la educación, ni mucho menos una advertencia contra los peligros del totalitarismo (en 1906 Musil poco sabía de cómo iban a ir las cosas a posteriori). Más bien supone un análisis de las desorientaciones en el crecimiento hacia la edad adulta, la libertad de pensamiento de la adolescencia, y también sus abismos, tentaciones y desórdenes.    

Robert Musil en sus años en la academia militar.
La película sortea algos charcos en los que se sumerge la novela, de una mayor densidad. En la novela se trata el tema de la homosexualidad adolescente: Törless interpreta en inicio como una fuente de dudas y tormentos interiores sus impulsos hacia Basini, interiorizándolos y naturalizándolos a posteriori; en la película, las "tribulaciones" homosexuales de Törless se insinúan con mucha elegancia, sin mostrarse claramente.  También en las relaciones con la prostituta Bozena la película introduce un aspecto nuevo: Bozena adquirirá un papel más maternal al dar amparo a Törless en su huida, cosa que no sucede en la novela. En ésta, el recuerdo del contacto de Törless con la prostituta es en todo momento un recuerdo vergonzante, pero también alumbrador, pues supone el descubrimiento para Törless de la posibilidad de otro mundo.


Pero quizá donde más alternativas plantea la película es en el trasfondo filosófico. Schlöndorff altera casi imperceptiblemente algunos diálogos, para introducir en ellos una reflexión sobre la génesis del nazismo que lógicamente no estaba presente en el libro. Beineberg encarna una y otra vez estos pensamientos, una especie de simplifación pre-SS de la filosofía nietzschiana, aludiendo a la violencia sistemática como una forma de acceso a un nível superior, previo despojamiento de la compasión humana. Reiting encarnaría en cambio la vertiente simplona del nazismo, sustentada en la brutalidad por la brutalidad. El discurso de Törless ante los profesores al final de la película muestra cómo éste ha comprendido que tras las vejaciones y la violencia no hay nada "sobrenatural", que no hay nada misterioso en los papeles del verdugo y la víctima, nada que hable de la condición humana, ningún tema literario, ni ninguna idea que pueda servir de coartada, sino que sucede sin más, como algo natural, inquietantemente natural, y por tanto posible. En una significativa y anacrónica alusión al presente de Alemania, Schlöndorff pone en boca de Törless que "no hay un muro que separe un mundo malo de un mundo bueno, sino una continuidad del uno al otro" (en clara alusión a la construcción del muro en 1961, separando el mundo"bueno" del "malo"). Törless concluye diciendo que lo único que se puede sacar en claro es que la brutalidad y la violencia puede darse en cualquier momento, y es necesario saberlo y estar prevenido. 



En la novela, el discurso final de Törless, si bien alude a la dialéctica de lo bueno y lo malo y su a veces indistinguibilidad, no está preñado de referencias históricas. Señala más bien que habita algo natural en lo inconcebible (algo inquietantemente natural en el contraste entre Bozena y su madre, o en la violencia a la que someten a Basini, o en sus propios impulsos homosexuales), de igual forma que hay algo animado en lo inanimado, y bajo todo pensamiento e idea late un sentimiento. Para ello es necesario ver el mundo quizá con dos ojos: uno dirigido a la claridad, otro dirigido a la oscuridad. Musil pone en boca de Törless sus propias contradicciones internas, y la inutilidad de buscar justificaciones literarias a ciertos impulsos oscuros: "Ahora todo ha pasado. Sé que me equivoqué. Ya no temo nada. Sé que las cosas son las cosas y que siempre seguirán siendo ellas mismas, y que yo las veré ora de una manera, ora de otra. Ora con los ojos del entendimiento, ora con los otros...Y ya no intentaré compararlas, cotejarlas..."



Los cambios introducidos por Schlöndorff en este aspecto vienen motivados por la voluntad de los artistas del Nuevo Cine Alemán de no eludir el tema del pasado inmediatamente reciente. Uno de los principios rectores del Nuevo Cine Alemán era la voluntad de afrontar el pasado nazi de cara, mostrándolo ya fuese metafóricamente, ya fuese directamente. Serán sintomáticos los intentos de Fassbinder o del propio Schlöndorff en este terreno. De esta forma, deposita en la novela de Musil pequeñas dosis de pre-nacionalsocialismo, de igual forma que tiempo después Haneke hará de La cinta blanca un estudio de los orígenes de la violencia en grupo de muchachos, que tiempo después presumiblemente formarían parte del movimiento nazi, o cuanto menos de sus simpatizantes.


Por último, señalar que la película de Schlöndorff tiene ese aire espontáneo y soñador, como el de una inocente fábula de tiempos remotos, que tenían las películas de su época, inspiradas en las nuevas sendas, tanto temáticas como formales, abiertas por la nouvelle vague. Con pocos recursos y una voluntad intimista logra captar la atención del espectador desde el principio. La narración se reduce a sus puntos climáticos, con algún que otro plano de un contemplativo Törless frente a la naturaleza. Schlöndorff logra dar intensidad a cada escena, a cada movimiento de cámara, sin que por ello pase por alto el abocetamiento - pero también la intensidad - que tiene toda primera película, o toda película juvenil. Con más crudeza y menos ironía recuerda a películas como Trenes rigurosamente vigilados del checo Menzel, o a las películas de Louis Malle (productor de la película). Con todo, a pesar de las pequeñas omisiones y los sutiles cambios operados sobre la novela de Robert Musil, la adaptación de Schlöndorff le hace sobradamente justicia, adaptándola en espíritu, y sirviéndose de la interesante actuación del joven alemán Mathieu Carrière en el papel de Törless para conseguirlo.

martes, 8 de enero de 2013

LOS RETOS DE UN NUEVO AÑO SOBRE LAS CENIZAS DE LOS ANTERIORES

En la "edad de oro" esta era una tierra de ensueño, una nueva Canaan de la leche y miel donde todo era posible. Todo eran pabellones, nuevas construcciones, series modernas, sol y playa, objetivos terroristas (dada la importancia del país), azores y alianzas de civilizaciones, suplementos dominicales, revistas ilustradas, aeropuertos, ferias del agua, controversias bizantinas, vuelcos electorales, ciudades de las ciencias, pinturas de Barceló, platos de Adrià, canales televisivos, reales nupcias, éxitos editoriales, producciones de El Terrat, fórmulas 1, repúblicas de Redonda y óscares para Almodóvar. Hoy de la gran bambolla hinchada con esmero durante los años arcádicos solo queda el bufido estridente, ahogándose poco a poco, de su paulatino desinflado. De todas formas, el 2011 pareció un año de renacimiento: de primaveras. Pero ya lo decía Deleuze: a la revolución inglesa le siguió Cromwell, a 1789 Napoleón y a 1917 Stalin. A 2011 le han seguido los hermanos musulmanes y Rajoy. 

De todas formas, de los rescoldos de 2011 todavía queda algo. Un preocupación, quizá impostada, quizá dictada por los nuevos tiempos, por lo colectivo. En 2011 se presentía, aquí y allá, en bares y autobuses, la nostalgia de los paradigmas perdidos. Salía a relucir, como quien se acuerda de un cariñoso abuelo muerto hace tiempo, el nombre de Marx; y durante un momento hablar de comunismo dejó de ser escandaloso (si alguna vez ha sido escandaloso hablar de ideas muertas desde 1956). El 15 M, si sirvió para algo, fue para evidenciar afortunadamente la carencia de un plan de ruta, de una ideología o creencia que guíe los pasos y encamine a una colectividad, cuya máxima y más silenciosa aspiración es la de convertirse en rebaño. Las grandes ideas se volatilizaron desde el momento en que el tijeretazo se convirtió en 2012 en una nueva y poderosa arma de refeudalización, como tras las crisis medievales. En aquellos tiempos remotos, el campesino pagaba los platos rotos de las epidemias y de las carestías, incrementándose sus cargas feudales a fin de que los señores siguiesen mantuviendo su tren de vida: ya lo decía aquél, el "eterno retorno de lo idéntico".

Tras las ilusiones frustradas se ha abierto la veda para los redentores culturales, siempre dispuestos a crear una nueva revista o un nuevo tema de conversación con el que hacernos olvidar que ya no estamos en los años arcádicos de Marías, Adrià y Barceló (Miquel, no el ron). Como sucediese en su momento con Camps, que siempre que empezaba un tema acababa hablando del trasvase y del "agua para todos", como la bola del pinball que irremediablemente siempre cae en el mismo agujero, estos redentores culturales, empachados de una nostalgia algo navideña y americanizante, siempre incurren en los mismos deslices: fútbol y series de la HBO, no hay más. Un fútbol poetizado, rescatado de lo vulgar (del discurso habitual de un Marca TV), pero con la motivación íntima y no expresada de convertirlo en un nuevo culto de élites periodísticas, haciendo de lo popular enaltecido algo distinto, y naturalmente más elevado, que lo popular a secas. 

De esta forma, con el discursito madridistabarcelonista imperante (también en política) y la alabanza ciega a las series americanas, entendidas éstas como el nuevo maná que nos trae el Imperio, los articulistas que juegan a ser novelistas, no sabiendo que no es lo mismo escribir cien palabras que seiscientas páginas, nos van entreteniendo, convenciéndonos de que todavía queda algo de esa cultura de la edad de oro, que añoran. Pero no solo proliferan futboleros, pobrecitos, también han surgido como setas tras una lluvia otoñal los cansinos debates políticos, en los que el espectador avezado ya ha comenzado a barruntar que los periodistas presentes en las tertulias interpretan un papel diferente ya sea el canal Intereconomía o La Sexta. El espectador o el lector tendrá que vérselas de ahora en adelante con una nueva raza de periodistas (no todos, menos mal) que, amparándose en galones conseguidos en los años de transición, felipismo y aznarismo (nunca zapaterismo, Zapatero es hoy en día el "malo malísimo" innombrable), tienden a convertirse en una casta nada menos que sacerdotal, instructora de las almas y salvadora de conciencias.

Pero si el 15 M ha traído algo bueno, algo definitivo, esto ha sido la desconfianza hacia el sistema. Antes solo desconfiaba del "maravilloso" espíritu de la Transición la generación de los hijos de los artífices de tal espíritu. Era lógico: cada generación es como una ola que sepulta las ideas de la anterior, o mejor dicho, que no las combate porque las ignora. Mi generación no comprende (y en realidad poco le importan) las llanuras a las que se llegó desde las montañas enfrentadas de la derecha y la izquierda en los setenta. Poco interesan los símbolos y las medianías conquistadas. Pero lo más curioso es que hoy esa desconfianza ha trepado desde la juventud hasta generaciones más maduras. El descrédito de la corona es un ejemplo. El rey se tambalea con su cuerpo fofo, con esa apariencia casi plastificada, hinchada como un globo, sobre sus dos enclenques patas de palo, cosidas y remendadas mil veces después de infinidad de accidentes en Baqueira y el enésimo escándalo en Botswana: igual de inestable es el paso del Estado, su unidad, su inamovible Constitución y su forma de ser se tambalean ante la indiferencia lógica de todos, pues su camino ha ido de descrédito en descrédito.  A este régimen le quedan dos días, a pesar de Rajoy, Rubalcaba y sus estados de emergencia, y del mismísimo rey: la gente ya se ha dado cuenta de que son monigotes en manos de intereses ajenos, ya sean los de la banca, los de Alemania, los de China o los de Emilio Botín y Amancio Ortega.

Estoy convencido, por otro lado, de que si el 15 M hubiese llegado a conclusiones a gran escala, si hubiese creado su propio sistema, éste solo hubiese traído problemas: de la indignación y la rabia no sale nada bueno. Y mucho menos del fanatismo, tipo ulema, de los estudiantes de historia. El 15M, aunque parezca contradictorio, enarboló la idea de un capitalismo de las ideas, en el cual, en libre competencia, cada uno pretendía decir una idea más solidaria, más colectiva y más brillante que el anterior. El juguete 15M no había salido del tablero de su papá capitalismo. Pero, aunque suene raro, quizá sea más bonito así. Su poético fracaso lo equipara al otro gran hito juvenil: el mayo francés.  Ahora, como antes, "el recreo ha terminado", pero queda algo: un aguijón en la conciencia de cada uno que motiva a pensar antes en los fines comunes que en los personales. También en este mayo, como en aquel otro, el primer tiempo de los ángeles y los corderos dio paso a una resaca de lobos y chacales. Sin duda, hubiese sido mejor que el clima creado en el más reciente mayo se hubiese aprovechado para eleminar las humedades y dar dos o tres capas de pintura al Estado: eliminar caciquismos, fraudes electorales e intereses privados. Pero lo dicho: si de ahí hubiese salido algo, es decir, un nuevo sistema ordenado, hubiese sido peor.

Así pues afrontamos en 2013 con el riesgo de caer gratuitamente en la demonización de los contrarios. Hay una gran y preocupante facilidad hoy en día (y me temo que irá en aumento) de explotar la humillación y la rabia como arma arrojadiza contra enemigos invisibles, de igual forma con la que impunemente se hace de la crueldad (de momento no tanto física, a pesar de los pelotazos de goma, como espiritual, "monetaria") y de la desconsideración valores en alza en el mercado. Y mientras tanto, de la "edad dorada" tan solo quedan harapos, que se van deshilachando a la misma velocidad con la que se va perdiendo la confianza en el futuro y los ingresos menguan o desaparecen. Avisados estamos: tendremos que ser precavidos.