miércoles, 31 de agosto de 2011

En el parque de los skaters


caen las primeras hojas del año.
Los skaters ocupan hoy
el tiempo
que antes nos daba sentido
a ti y a mi,
y hoy se lo da a ellos.
Pues años atrás,
- apenas durante una primavera -
Deleuze hablaba de nosotros,
Astrud estaba de nuestra parte,
y Dadá obraba prodigios
en nuestras proximidades.
Hubo un tiempo
en que tocar un cuerpo
y posar el dedo
sobre cualquier parte del mapa
eran idéntico gesto:
la Ciudad era la flecha
que atravesaba nuestros costados
de sebastianes,
y el Arte era el último árbol
que se mantenía solemne en pie
en el bosque de los ídolos.
En el celuloide de nuestras vidas
se imprimía la promesa de una meta
más allá del amor, más allá del sexo,
en la droga y la cultura,
y en la compañía de poetas.
Nuestro refinamiento y sofisticación
todavía no eran insultos para el resto.
Pero cambió la década.
De pronto nos hicimos mayores,
llegaron las obligaciones.
Ya no se podía hablar más tiempo
de infrarrealismo
ni de suprarrealismo,
y la Realidad,
a pesar de los poetas,
a pesar de los filósofos,
quedó reducida
a cuatro palabras malsonantes. 
Hoy no puedo dejar de observar
su desplazamiento en los toboganes
de un tiempo que les peternece
con pleno derecho.
Así que el día menos pensado,
y sin previo aviso,
me pego un tiro. 


                                                             A Vicente Roig Condomina