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viernes, 6 de enero de 2012

REGALO DE REYES: EL GRAN ÉXTASIS DEL ESCULTOR STEINER

Después de disfrutar de una semana de auténtica navidad fuera de España, pasando frío y gozando de la nieve - brevemente debido a este atípico invierno, excesivamente caluroso, que afecta a toda Europa y quizá al mundo entero - me ha dado por interesarme por los deportes de invierno. Nunca antes me habían interesado. Y qué mejor que buscar algún tipo de conexión afín, para hacerlos más agradables, más míticos, más familiares, a modo de introducción.

La conexión es esta: El gran éxtasis del escultor Steiner (Die Grosse Ekstase des Bildschnitzers Steiner), 1974, de Werner Herzog. La breve película para televisión (dura 45') se centra en el saltador de esquí suizo Walter Steiner, ante el reto del trampolín de Planica (en Yugoslavia, actualmente Eslovenia).



Este documental puede considerarse una especie de microcosmos del mundo herzogiano, un resumen, pues en él surgen algunos temas recurrentes en la filmografía del director alemán: el combate entre el hombre y la naturaleza, la obsesión del protagonista, o la búsqueda de lo imposible. Como curiosidad, Herzog aparece en escena, no sólo su voz en off, sino su rostro, un poco a la manera de un locutor televisivo.

El combate entre hombre y naturaleza, entre la fé y los sueños del individuo y la implacable indiferencia ante los mismos de la naturaleza, es el tema central a mi parecer de la filmografía del alemán. El saltador de esquí compite contra otros oponentes, sí, pero antes que con ellos compite contra la gravedad, contra el viento, contra la nieve, a veces quizá demasiado blanda. Herzog repite varias caídas escalofriantes de saltadores de esquí, a cámara lenta: a pesar de la preparación y los entrenamientos, los riesgos asumidos por todos los saltadores son elevados, y sus combates parecen condenados al fracaso. Si en Fata Morgana Herzog encadenaba al inicio del film varias veces el despegue de aeroplanos, en este caso repite saltos infructuosos, que comienzan con un leve desequilibrio en el posicionamiento paralelo de los esquíes, y acaban con los cuerpos de los saltadores casi inertes, rodando ladera abajo.  En este caso, esta repitición carece el carácter hipnótico que tenía en Fata Morgana; acompañados los saltos en cámara lenta por la música siempre inspiradora de Popol Vuh, estos parecen antes una metáfora que una simple representación de la belleza y dureza del deporte. Salto, vuelo y caída, a veces brillante, otras veces extremadamente dolorosa, como en la vida.

Walter Steiner parece todo un héroe herzogiano. Obsesionado con la perfección, un poco paranoico también (se queja constantemente de los jueces yugoslavos), un poco esteta como todo loco... Lo descubrimos no sólo ejecutando sus portentosos saltos (con la boca abierta, quizá de gozo o éxtasis), sino también tallando figuras de madera. La talla de madera es una actividad lo suficientemente primitiva como para concordar a la perfección con el espíritu de Herzog, y de igual forma, las obras de Steiner parten de las formas de la naturaleza, de los nudos de la madera, al igual que las películas de Herzog parten de lo que ofrecen la naturaleza y el azar en las visicitudes de todo viaje. Esta película, aun siendo breve, aun estando en todo momento centrada en Planica, también tiene el carácter de un viaje, como toda película de Herzog.

La búsqueda de los límites, la superación de lo aparentemente imposible y la consecución de los sueños que en principio parecían meros desvaríos, son otro de los temas recurrentes de Herzog. Se aprecia en Aguirre, en Grizzly man, y cómo no en Fitzcarraldo, película en la que literalmente se sube un barco por una montaña, previamente talada, en plena Selva Amazónica. Walter Steiner también juega con los límites: tiene puesta la mirada en el récord, en su propio récord no homologado en Obertsdorf. Es consciente de los peligros (¡se saltaba entonces sin casco!), pero no habla de miedo, se habla de "respeto a las circunstancias".

Este documental me recuerda a otro del mismo año del que ya hablé en este blog, The impossible hour, de Jorgen Leth, en este caso sobre saltos de esquí y no sobre ciclismo. En la película del director danés  se seguía a su compatriota Ole Ritter en su tentativa fracasada de batir el récord de la hora en el velódromo de México. La meticulosidad del ciclista danés, su preocupación por el material, me recordaron mucho a la de Walter Steiner. Ambas son dos películas sobre deporte, sobre obsesiones individualistas, sobre traspasar los límites, sobre individuos que realizan tareas con pasión, acoplándose a la perfección a sus máquinas o artilugios, ya sean bicicletas o esquís, a los que aman como un artesano ama y cuida sus herramientas de trabajo. 

Al final del film surge a relucir otro tema, el de lo marginado en cuanto insólito. Los marginados, los raros, los inadaptados en cuanto locos (Signos de vida, Aguirre, Fitzcarraldo), deformes (También los enanos empezaron pequeños) o simplemente inocentes (El enigma de Kaspar Hauser, Stroszek), suelen relucir de vez en cuando en los films de Herzog. Walter Steiner cuenta una historia, que se non è vero è ben trovato, que resume un poco la filosofía herzogiana, en la que se aúna conmiseración y crueldad. Steiner cuenta cómo de pequeño tenía un cuervo de animal de compañía, al que alimentó y enseñó a volar. El cuervo le seguía a todas partes, encariñado con el futuro esquiador. Pero quizá debido a la alimentación dada por el propio Steiner, el cuervo fue perdiendo progresivamente las plumas, y los demás cuervos le rechazaban y le atacaban por no poder volar. El joven Steiner se vio forzado a abatirlo para evitarle el dolor, provocado tanto por el rechazo como por la impotencia. Steiner no era capaz de comprender una vida sin vuelos: él, no destinado por naturaleza a volar como un ave, y por tanto empujado desde su infancia a soñar y planear futuros vuelos, no podía tolerar la crueldad de una naturaleza capaz de privar de sus principales dones a las criaturas capacitadas para ellos.


La película termina con toda una declaración.



"Yo debería estar solo en el mundo, Steiner, y ninguna otra forma de vida. Sin sol, sin cultura, yo desnudo sobre una alta roca, sin tormentas, sin nieve, sin calles, sin bancos, sin dinero, sin tiempo y sin aliento. Entonces seguro que no tendría más miedo."

lunes, 3 de octubre de 2011

BICINE: JORGEN LETH

Hace dos años no tenía ni idea de quien era Jorgen Leth. "¿Jorgen Leth?", "Ni idea" . Ahora sé que es un director de cine danés, admirado por Lars von Trier, y que codirgió con este último Cinco condiciones (2003), especie de documental en el que Leth intenta rodar de nuevo su cortometraje La condición humana (1967), partiendo de la serie de obstáculos que el siempre cabroncete director dogma le va poniendo en el camino, en pos de la recurrente austeridad. "¿La he visto?" , "No." Hay que ser sinceros: lo que sé de Cinco concidiones lo he leído en internet, y en realidad tampoco tengo muchas ganas de verla. Si conozco a Jorgen Leth es por otra cosa: ¡por sus documentales sobre ciclismo!



A decir verdad, éste es uno de los casos en los que, de acuerdo a mis caprichos y filias particulares, prima el contenido sobre la forma. Los documentales de Jorgen Leth  no me fascinan ni por sus imágenes, ni por la iluminación, ni por la música, ni por su enfoque vanguardista...no, todo eso sería mentir: simplemente me interesan porque hablan de ciclismo, y porque retratan de primera mano una de  las épocas más míticas de su historia,  los años setenta, lo que equivale a decir los años de Eddy Merckx.



Pero a decir verdad, hay muchas maneras de aproximarse a un deporte, y la de Leth es especial. Es fácil caer en el topicazo, en la épica falsa, en las musiquitas de competición tipo Carros de fuego, en la manida cantinela del esfuerzo solitario o del valor del equipo según toque, y todos esos rollos que salen hasta en la sopa, y que tan bien han sabido explotar los americanos en sus películas. Me viene a la mente, a bote pronto, la película sobre fútbol Evasión o victoria.  En ella sale Pelé, sí;  sale Ardiles, también; pero cómo no, anda de por medio también Stallone.

El acercamiento de Leth al ciclismo es mucho más calmado. Más naturalista, más etnográfico. Su punto de vista es el propio de un explorador que llega a un poblado de Papúa Nueva Guinea, y se sienta a contemplar un poco cómo se las apañan por esos lares. Aunque exagero: me dejo llevar un poco por el punto pasional que siempre me sale cuando hablo de mis temas. En realidad, ese punto de vista  "etnográfico"  no dejaba de ser el punto de vista típico del cine de los sensenta-setenta, de los cines modernos, que entendían cada película, y en especial  cada película documental o pseudodocumental, como un "ir haciéndose", como un "viaje". Con lo cual, podemos decir ya sin exagerar, que sus documentales sobre ciclismo adoptan el planteamiento de un viaje.

En todo viaje hay paisajes, protagonistas, y también  medios de transporte. No creo que haya muchos deportes que se complementen tan bien con el paisaje como el ciclismo: y Leth se sirve de esa ventaja, aunque sin explotarla en exceso. Leth también muestra a los protagonistas, los corredores. La visión  que de ellos ofrece es ambivalente. Por un lado, muestra al campeón sin demasiados adornos,  duchándose, desayunando, en el hotel con camiseta de tirantes, etc. Con tal de excusar a Leth por este tratamiento "desmitificador", cabe decir que el ciclismo es un deporte que nunca ha cuidado en exceso su imagen de cara al exterior, y no ha sido del todo inusual ver a un ganador de etapa siendo entrevistado mientras su masajista le limpia la cara con un trapo, o con una toalla, o mientras está desnudándose, u otros detalles del tipo.

Pero otro lado, cuando se presenta al ciclista en carrera, desaparece la psicología y queda tan sólo la acción: el corredor ciclista, ya sea un campeón o un simple aguador, forma parte de una trama mayor (la del pelotón), y allí ejecuta su rol como si se tratase de una marioneta que ataca, se defiende, desfallece o vence, movida por hilos ajenos a su personalidad e intereses.

Y nos quedan los medios. ¡Los medios! La bicicleta en este caso. La cámara de Leth se detiene en las bicicletas, las fotografía de arriba abajo, se centra en su geometría estilizada. Muchas veces son las auténticas protagonistas, y como tales, Leth desvela la metamorfosis de la bicicleta de carrera en instrumento prodigioso, obra y gracia del trabajo artesanal, cargado de amor, de los mecánicos.  Leth dedica muchos minutos a la tarea de estos profesionales anónimos, y es de agradecer.

La primera de sus películas es Stjernerne og vanbaererne, Stars and watercarriers en inglés,  o lo que es lo mismo, Estrellas y aguadores. Leth se centra en  el pelotón del Giro de Italia de 1973, un Giro con vocación europeísta (pasaba por Bélgica, Holanda, Luxemburgo, la R.F.A. e Italia). Leth sigue principalmente la evolución de la estrella local, el mejor ciclista danés de la época, Ole Ritter, enrolado en aquella edición en la Bianchi de Felice Gimondi. Pero, al mismo tiempo, se detiene también en el duelo principal, protagonizado por Merckx y Fuente, a los que siguen de cerca Gimondi y Battaglin.  La nota predominante es la de la presencia continua de una naturaleza brutalmente amenazadora, dispuesta a machacar a los ciclistas. También se centra, quizá en exceso, en explicar cómo funciona la disciplina contrarreloj, en la que destacaba Ritter. La película finaliza con un plano bastante hermoso y prosaico de Ritter en Milán, una vez finalizado el Giro, vestido de chaqueta (chaqueta setentera), guardando la bicicleta en el maletero de su Fiat. Cabe decir que Ritter se prestará mucho al juego de Leth, y sin riesgo de caer en cierta pedantería, diríamos que lo que Leaud es a Truffaut y Mastroianni a Fellini, lo es Ritter a Leth.


Felice Gimondi
Su segundo film ciclístico se centra ya en exclusiva en la figura de Ritter. Se trata de Den umulige time, The impossible hour, La hora imposible (1974). La película muestra el intento por parte de Ole Ritter de batir el récord de la hora de Eddy Merckx, conseguido en 1972 en el velódromo de México D.F. Ritter ya había conseguido batir el récord en 1968 en México, y vuelve ahora en 1974 a la ciudad azteca para intentar batirlo de nuevo. Con lo cual, la película tiene el aire de una revancha, una especie de retorno al pasado. En realidad, nada de esto se ve en la película: es pura literatura o aderezo por mi parte. La película sigue continuamente a Ritter, asistimos a sus exámenes médicos, a sus entrenamientos, a sus conversaciones en italiano con sus entrenadores: todo dentro de un estilo puramente documental, sin florituras. Los momentos más bellos son aquellos en los que la voz en off del propio Leth describe la técnica de su compatriota, mientras a cámara lenta observamos el pedaleo redondo y perfecto del danés, casi hipnótico.









              Ole Ritter





Y por último, su obra maestra en lo que se refiere a documentales de ciclismo es En Forarsdag i Helvede, A Sunday in Hell, Un domingo en el infierno (1976). Ésta es quizá su película más completa sobre ciclismo, la más lograda,  y por qué no, la más bella. Es ciertamente hermosa. Se trata de un documental sobre la París - Roubaix de 1976. Cierto, en este caso no puedo ser objetivo.

Eddy Merckx
 Leth presenta a los cuatro favoritos: Roger De Vlaeminck, Eddy Merckx, Freddy Maertens y Francesco Moser. Entre los cuatro suman casi mil victorias. Los sigue en las reuniones en los hoteles, en las disputas con los mecánicos, en los desayunos. De Vlaeminck y Merckx parecen los más accesibles, mientras que Maertens parece un tanto más esquivo. Leth no se pierde ni un detalle: de esta manera, se suceden la salida en Compiegne, con la expectación que levantan las estrellas francesas Poulidor y Thevenet, las manías de Merckx con la altura de su sillín, el conato de huelga de los empleados de Le Parisien que bloquean la salida, y dan al documental cierto aire político-social al uso de la época, y la pelea final por la victoria.



Roger De Vlaeminck
El azar se alía en este caso con Leth, y los cuatro ases de la baraja muerden el polvo. Ya se sabe: en el cine siempre queda mejor el perdedor que el vencedor. Para Merckx ha pasado su tiempo, y queda descolgado; Maertens cae; De Vlaeminck y Moser lo dan todo, atacando y demostrando que son los más fuertes sobre el pavé (sin duda son los dos mejores ciclistas de la París-Roubaix de la historia), pero pierden en el sprint final en el velódromo de Roubaix ante Marc Demeyer, gregario de Maertens, que había chupado rueda durante todo el tramo final.

Pero Leth se guarda la artillería para el final. Mete su cámara en los vestuarios del velódromo (míticos vestuarios, por otro lado). A media luz va filmando rostros desencajados, cubiertos de polvo y barro.  Demeyer está eufórico: atiende a los medios con el nerviosismo de un niño que ha marcado su primer gol en el patio del colegio. Merckx parece más cansado que decepcionado, su época de dominio toca a su fin. De Vlaeminck no habla con nadie: su rostro no sólo evidencia decepción,  sino también rabia, y un punto de tristeza. Y el último plano se lo reserva de nuevo a su querido Ritter: el danés se frota la cara con fuerza, bebe agua, se lava como si no hubiese visto el agua en siglos. Sin duda exagera, haciendo un favor a un amigo Leth. Pero por otro lado, el realizador danés parece querer mostrarnos a un hombre ensimismado en sus propios actos, atareado en su aseo personal como quien ejecuta una trabajo que le permitirá sobrevivir en un mundo hostil. Ese último plano de Leth nos muestra a un hombre reducido a su simple presencia en el mundo.  Y ahí es cuando el cine prosaico de Leth, aunque hable de algo tan poco trascendente como el ciclismo, de algo tan estúpido como una competición de bicicletas y ciclistas, se convierte en algo más.