Queda apenas una semana para que comience el Giro de Italia. El Giro de Italia...Difícilmente puedo dejar de relacionar el Giro de Italia con los años escolares, cuando mayo anunciaba el final del curso, y ya las horas de sol alargaban y las tardes dejaban de ser depresivas. El Giro de Italia está asociado en mis neuronas a la cercanía de las tardes de junio, libres de colegio. Atrás quedaban los días nublados y la necesidad de hacer deberes; todo podía dejarse de lado un momento, el verano estaba a la vuelta de la esquina. Un verano que luego sería a veces aburrido y otras agotador, demostrando que, aunque sea paradójico, se disfruta más la promesa de libertad que la libertad en sí. El verano se esperaba como una vasta extensión de tiempo sin obligaciones, con libertad, que luego, una vez se experimentaba en carne propia, resultaba las más de las veces carente de todo encanto; en cambio, mayo tenía un punto tentador. No resulta extraño que mayo fuese el mes durante el cual los estudiantes franceses tomaron las calles en 1968; tampoco lo es que fuese el mes en que el año pasado los jóvenes españoles hicieron lo propio. Mayo tiene la ligereza necesaria para iniciar una revolución con el mismo estado de ánimo con el que uno inicia un juego, es decir, sin tomarse lo suficientemente en serio como para acabar convirtiendo la propia revuelta en un auténtico monstruo con vida propia.
Por tanto, la llegada del Giro es la demostración palpable de que se ha dejado atrás la temporada del trabajo, de sus obligaciones y servidumbres. Si el Giro es la carrera febril y hermosa del momento álgido de la primavera, el Tour tiene cierto componente soporífero asociado al verano. El Tour huele a piscina y a crema solar, el Tour se ve entre cabezada y cabezada, empachado de paella; del Tour hablan hasta los "futboleros" que se aburren durante la pretemporada. El Giro de Italia es distinto. Para mí es algo así como el Renacimiento. Reduciendo las cosas, podría decir que el Giro es sinónimo de Italia; pero no la Italia del berlusconismo ni de la Gomorra, sino la Italia del Sorrento de Goethe, de la Roma del Grand Tour decimonónico, de la Génova de Nietzsche; es decir, el Giro es Italia, entendiendo ésta como tierra prometida. "Debe haber islas allá hacia el sur de las cosas / donde sufrir sea una cosa más suave..." (Exagero).
Y los Giri que más recuerdo son aquéllos, los de la infancia, en concreto los de 1993 y 1994. El Giro que comenzó en la Isola d'Elba en 1993, y el Giro que perdería Miguel Indurain frente al ruso Evgeni Berzin al año siguiente. La evocación de aquellos Giri está íntimamente ligada a la aparición de un joven atacante, alocado y medio calvo, con el maillot del Carrera - Tassoni, que se jugaba la vida en el descenso camino a Lienz, y que culminaba su obra maestra camino de Aprica: Marco Pantani. Pero el Giro está plagado de historias, y cada generación de aficionados al ciclismo ha podido quedarse con un momento irrepetible: en la posguerra, Italia creció con el tappone de Cuneo a Pinerolo de Fausto Coppi en 1949, y la rivalidad Coppi - Bartali, y en los años de plomo, la rivalidad Moser - Saronni era la manifestación externa de la tensión interna latente. Algunos recordarán la nevada del Monte Bondone de 1956, y a Charly Gaul, completamente congelado, siendo llevado en volandas por los carabinieri; otros recordarán la nevada del Gavia del 88, y a Johan van der Velde coronando en manga corta. En mi caso, con el Giro he tenido tres enamoramientos: el primero en 1994; el segundo, diez años después, en 2004, con el duelo entre Gilberto Simoni y Damiano Cunego, ambos en el conjunto Saeco; y el tercero en 2010, in situ (el año de Arroyo y su descenso pírrico del Mortirolo).
Hagamos un repaso al Giro y sus protagonistas:
Gino Bartali y Fausto Coppi. La Italia católica y la Italia moderna. Ocho Giri entre los dos.
El escalador luxemburgués Charly Gaul, vencedor en 1956 y 1959.
Jacques Anquetil en el Giro de 1964.
Felice Gimondi, el justo heredero del campionissimo Coppi. Vencedor de tres Giri.
Eddy Merckx, quíntuple ganador del Giro como Alfredo Binda y Fausto Coppi.
El sueco Gösta Pettersson - Faglum, vencedor en 1971.
El belga Johan De Muynck, vencedor del Giro de 1978.Un buen escalador que alcanzó la gloria en la carrera italiana.
Giovanni Battaglin venció en 1981. Poco antes había vencido la Vuelta a España.
Francesco Moser, il Cecco, excepcional rodador, protagonista del tránsito de los 70 a los 80.
Giuseppe Saronni, il Beppe, el gran rival del anterior.
Pareja sonriente de franceses: Laurent Fignon y Bernard Hinault. Un Giro para el primero, tres para el segundo.
Roberto Visentini, vencedor del Giro de 1986, y gran derrotado en el Giro de 1987.
El irlandés Stephen Roche venció el Giro de 1987 "traicionando" a su compañero de equipo Visentini. Ese mismo año ganaría el Tour.
El jovencísimo norteamericano Andy Hampsten, sorprendente ganador del Giro 1988.
Gianni Bugno, vencedor en 1990 vistiendo la maglia rosa de principio a fin.
Miguel Indurain, primero en 1992 y 1993, y tercero en 1994.
El joven ruso Evgeni Berzin logró derrotar a Indurain en 1994.
El veterano suizo Toni Rominger venció en 1995.
Marco Pantani en su año del doblete: 1998.
Damiano Cunego y Gilberto Simoni en 2004. Ambos protagonizaron un duro duelo dentro de la misma "squadra". La maglia rosa la acabaría llevando el primero.
El ruso Denis Menchov expresaba así su alegría al cruzar la última línea de meta en Roma, en el 2009. Poco antes había sufrido una caída.
Ivan Basso, vencedor de la edición de 2010. Este segundo Giro fue ganado sin ninguna sombra de sospecha, al contrario que sucediera en 2006.
Alberto Contador en 2008. Tras su sanción, tan solo es considerado vencedor de este Giro, no así del de 2011.
El Giro y el cine, por otro lado, también han gozado de una particular
relación de amor. Ya hablé en su momento de la película de Jorgen Leth Estrellas y aguadores, crónica del Giro de 1973. Existe otro fascinante documental alemán, concebido como apéndice del de Leth, titulado Die Härteste Show der Welt, centrado
en el duelo entre Fuente y Merckx en el Giro de 1974. Y existe esta
otra joya, de la que he visto tan sólo algunos clips en YouTube: Totó nel Giro d'Italia, de 1948. El
cómico napolitano interpreta a un misterioso participante del Giro,
dotado de una sorprendente fuerza que le permite vencer sobradamente a
sus rivales, entre los que se encuentran, nada más y nada menos, que Fausto Coppi, Gino
Bartali, Louison Bobet, Fiorenzo Magni o Ferdi Kübler. La siguiente escena
es toda una metáfora irónica de esa "cara oculta" del ciclismo de la que
ya se sabía cosas entonces: la de los "suplementos". De todas formas,
la película tiene cierto interés para el aficionado mitómano o acérrimo, al aparecer en ella los ciclistas más
importantes del momento (un poco en el mismo estilo que aquellas
películas españolas de los 50 protagonizadas por Di Stéfano o Kubala).
Les ha llegado el turno a los noventa. El color predominante fue el gris, y el tono, la mediocridad aplastante. Dominaba el consumismo del primer mundo, de forma campante y orgullosa, aunque sin paranoias posteriores: no había enemigos a la vista. El bienestar se extendió en los países de "occidente", y con él la obesidad (y la anorexia), y cierta degradación de la política, que devino espectáculo electoralista. La informática alcanzó la mayoría de edad y la juventud expresaba su descontento con un tenue ronroneo, oscuro y escéptico, mostrado a través del refugio en las drogas y de la música, que abandonaba conscientemente lo naïf de la década anterior. Y mientras tanto, lo más espantoso de la centuria (las matanzas motivadas por racismo o nacionalismo) volvía a aparecer, como un guiño macabro de un siglo XX dispuesto a despedirse por todo lo alto.
A pesar de que Fukuyama hablaba del final de la historia, no debían pensar lo mismo en la atomizada Yugoslavia, que pasó del sitio de Vukovar al de Sarajevo, de la voladura del puente de Mostar a la matanza de Srebenica, para terminar finalmente la década con la guerrilla del UÇK y los bombardeos de Belgrado por parte de la OTAN. Las política se prostituía: Berlusconi se convertía en presidente de la república tras el escándalo de tangentopoli, siéndolo también del AC Milan y de Telecinque; Monica Lewinsky amenazaba con mostrar el vestido manchado de semen de Bill Clinton, y Boris Yeltsin se cogía unos monumentales pedos, incluso en público. En España, fueron los tiempos de Curro, Cobi y el empacho post-92, de Roldán y del Gal, del Aznarato, del Póntelo, pónselo, de Lobatón, el ¿Quién sabe dónde? y las niñas de Alcasser. Y si se empezó conla ruta del bakalao se acabó con el FIB, con un mismo leit-motiv: las drogas de diseño. También fueron los años de la sobredosis de Kurt Cobain, del accidente mortal de Senna en Imola, del imperio de Bill Gates, de los hutus y los tutsis, de la CEI (¿llegó realmente a existir?) y el Equipo unificado, de Lady Di y Austin Powers, de la operación Tormenta del Desierto, de las Spice Girls y los Backstreet Boys, de la visita del papa a Cuba, de Tarantino y sus imitadores y el cine "de festivales" de Theo Angelopoulos y Abbas Kiarostami.
En el ámbito ciclístico, la década estuvo marcada por una fecha: julio de 1998, y el descubrimiento del pastel. En pleno Tour de Francia estallaba el caso Festina y se descubría el consumo organizado de EPO por parte de algunos equipos, poniendo en entredicho todos los resultados deportivos de la década. Recordemos: esta fue la década de Miguel Indurain, de sus duelos con Chiappucci y Bugno, de Toni Rominger y su dominio en la Vuelta a España, de la ONCE de Jalabert y Zülle, del Telekom de Riis y Ullrich, y de las extraordinarias prestaciones en montaña de Marco Pantani. Todo quedó en parte deslucido: pero en vez de encontrar soluciones, se decidió hacer un revoltijo con todos los problemas, formar una buena pelota y dar un patadón hacia delante, a ver si se resolvía la cosa en la próxima década. En el esperado y futurista siglo XXI.
En otro orden de cosas, el arranque de la década supuso el final de la artificial separación entre ciclismo profesional y amateur, lo que trajo como consecuencia directa la llegada al ciclismo de estrellas consagradas del Este, como los alemanes orientales Olaf Ludwig y Uwe Raab, y una nueva generación ex-soviética, formada por Dimitri Konyshev, Djmolidin Abdujaparov, Andrei Chmil, Evgeni Berzin, Pavel Tonkov y Jan Kirsipuu. En el ámbito de la indumentaria, antes de que todo estallase, en la década triunfaron las estridencias y los difuminados. Se mantuvo la tónica de la década anterior de convertir al corredor en un soporte multi-anuncio: ninguna parte del maillot quedaba desaprovechada, y a finales de la década, la decoración, y con ella la publicidad, pasó a cubrir de forma integral el culotte. Estas son algunas de las joyas de la década:
El uzbeko Djamolidin Abdujaparov con el maillot del POLTI de 1994.
El ARIOSTEA, maillot ya presente en la década anterior. Un maillot clásico y elegante. En la fotografía, Alberto Elli, de 1990.
Laurent Brochard, luciendo su coleta, con el maillot "mono de trabajo" del CASTORAMA de 1994.
El efímero equipo LE GROUPEMENT de 1995, con un maillot de "camuflaje multicolor". En la fotografía, el escocés Robert Millar.
Fotografía promocional del maillot del TOSHIBA francés de 1990.
LOTTO - SUPERCLUB de 1992. Posando, Johan Bruyneel, actual director deportivo de los hermanos Schleck.
Johan Museeuw con el maillot del MAPEI - BRICOBI de 1998.
El vistoso maillot del equipo AMORE & VITA - GALATRON, de 1993, equipo patrocinado por el Vaticano.
Frank Vandenbroucke con el maillot del LOTTO - VETTA CALOI de 1994, su primer equipo profesional.
Laudelino "Lale" Cubino corriendo para el SEGUROS AMAYA de Javier Mínguez en 1993.
El mítico Marco Pantani con el maillot del MERCATONE UNO - BIANCHI - ALBACOM de 1999.
El NAVIGARE - BLUE STORM de 1994. Un modesto equipo italiano, pero batallador, con Coppolillo, Zanini y Alexander Shefer como "estrellas".