domingo, 25 de diciembre de 2011

LO VULGAR

Todos somos un poco vulgares. Quien más y quien menos se aburre de vez en cuando y enciende la tele; quien más y quien menos mantiene conversaciones sobre el tiempo; quien más y quien menos se mea fuera o no tira la cadena. En nuestros actos cotidianos, actos pequeños, anónimos, insignificantes, realizados mecánicamente, por rutina, habita el dios de la vulgaridad. Quien más y quien menos habla de política y se cree importante; quien más y quien menos se cree capaz, con sus palabras, de enmendar los errores ajenos; quien más y quien menos acaba creyendo en algo.

También es vulgar quien decide, en un acto de afirmación de su yo, rehuir lo vulgar, y ser "diferente". El que es diferente lo es sin ser consciente: el acto marcado de diferencia, la supuesta rebeldía contra lo vulgar, es la mayor parte de las veces algo bastante vulgar. Y más que nunca hoy en día, cuando los mecanismos para escapar de la vulgaridad los crea el mismo sistema que fomenta la vulgaridad, de forma que el escapismo consciente de la vulgaridad acaba convirtiéndose, por repetición, por exceso de excusas, justificaciones y reflexiones, y defecto de originalidad, en un acto más de la vulgaridad, quizá el más significativo.

También puede darse el caso de asumir la vulgaridad como forma de vida: comprometerse con lo que uno ve a diario en Telecinco, convertirse en ferviente seguidor de Aída o de alguna serie autonómica, o simplemente llevar una vida a remolque, marcada por otros (quien más y quien menos va a remolque de algo o de alguien). Todo el mundo sabe que es vulgar quien asume como único camino el ya andado, por miedo, por pereza o por comodidad.

Es vulgar el que decide casarse por la iglesia, pero también el que decide que hay que hacerlo en el juzgado. Es vulgar el que va a comprar el pan en coche, pero también el que lo hace en bicicleta. Es vulgar el que desayuna un café con leche, y también el que merienda un té verde. Es vulgar el que pasa las tardes de domingo en un centro comercial, y también el que se queda en casa, con un libro entre manos, condenando al resto de la humanidad. Es vulgar el hincha del equipo de fútbol, y también lo es el profesor de bachillerato. Es vulgar el que tiene como compañía un perro, y también el que tiene un gato, y también el que tiene familia. Es vulgar el que dice "tronco", "tío", "nen", o "nano", y también lo es quien dice "oxirribonucleico", "casuística", "tetragammaton" o "supercalifragilisticoespialidoso". Es vulgar el lector de Público y el lector del Hola. Es vulgar quien adora los animales, y también el aficionado a los toros, a las peleas de gallos, a las peleas de perros, a las peleas de hormigas rojas, las acrobacias de pulgas o a los gatitos que cantan villancicos en vídeos de Youtube.  Es vulgar, un poco vulgar como todos, el que diserta y busca información constantemente sobre la II República y la Guerra Civil, y habla del alzamiento, de los milicianos, de Paracuellos o del POUM como quien habla de sus cuatro hijos y sus dos o tres nietos, y también el que colecciona con auténtico furor toda noticia sobre Egipto, o sobre los nazis. Es vulgar quien ve El intermedio, y también el que antes veía el Diario de Patricia y ahora ve Mujeres, hombres y viceversa. Es vulgar el parado y el que tiene trabajo. Es vulgar el que va a las exposiciones, el rapero, el explorador, el funcionario, el payaso del Circo Gran Fele, el joven y depresivo emo, y el aplicado opositor. Es vulgar el que se ríe del humor inteligente, y el que se ríe con el humor absurdo. Es vulgar el que consulta sus acciones por internet - o desde su blackberry - , y el que ve vídeos de bebés graciosos que acaban estrellando la cabeza contra la moqueta del salón por internet - o desde su blackberry. Son muy vulgares todos aquellos que se enfangan en discusiones sobre bilingüismo, y sobre diglosia. Son vulgares actores encasillados como Robert De Niro y  Bill Murray, pero también buenas actrices como Kate Winslet, e incluso lo son los actores de las películas iraníes y de las coreanas de los que no se sabe el nombre, pero que lo hacen muy requetebien. Es vulgar el ecologista que sólo compra en la herboristería de la esquina, y también el pijo que se ha comprado el último producto de Apple. Es vulgar el drogadicto de fin de semana, y también el abstemio, y por supuesto también las madres de ambos (que suelen prepararles comidas copiosas, con mucho rebozado). Son vulgares esos novios de ahí, y esos recién casados de más allá, y esa pareja de homosexuales que se cogen de la mano, y esa pandilla de amigos solterones de treinta y tantos que intentan ligarse a veinteañeras, y ese matrimonio ya hastiado que apenas se habla.  Yo soy vulgar, tú eres vulgar, ella es vulgar, él es vulgar, somos vulgares nosotros, son vulgares ellos y vosotros tambien lo sóis...¿y qué más da? Son vulgares los niños (son muy vulgares casi todos), y los adolescentes de quince años, y los ancianos, y también, cómo no, los sacerdotes y los motoristas.

Puede que no sean vulgares algunos héroes de ficción. Yo qué sé... Don Quijote, Stroszek, Monsieur Hulot, el barón de Münchhausen, el tipo de la Cabeza Borradora...Tipos que no existen, y que de existir serían un poco insoportables, todo hay que decirlo.  

 
En cuanto individuos no destinados a perdurar, en cuanto cuerpos destinados a desaparecer, somos todos, a fin de cuentas, un poco vulgares, ¿no es así? Ambiciosos o no, todos vulgares. No se nos permite vivir siempre, ni en las páginas de un libro, ni en un trozo de celuloide. Y eso, ni Papá Noel ni los Reyes Magos lo puede remediar. Hay que ser conscientes; y poniéndonos un poco estoicos, podemos decir que sólo siendo conscientes de nuestra vulgaridad innata podremos ser felices, ser auténtica y completamente libres.

No hay comentarios:

Publicar un comentario