lunes, 12 de diciembre de 2011

LISTAS, LISTAS, LISTAS....

Hoy no tengo ganas de ser original, y me he dado al plagio. Plagio de listas variadas, algunas de ellas recogidas en el eruditísimo libro de Eco El vértigo de las listas. Siento perdición absoluta, ceguera demencial y...no sé me ocurre ninguna pedantería más..., para calificar el delirio que me provocan las listas, sean éstas cuales sean, sobre ornitorrincos, ciclistas, caballitos de mar, preferencias y rechazos, amores consumados o coches de carreras. También siento predilección por esa metodología tan elaborada (y tan recurrente para los trabajos universitarios) del cortar y pegar. Así que...¡a ello!


Prefiero el cine.
Prefiero los gatos.
Prefiero los robles a orillas del río.
Prefiero Dickes a Dostoiewvski.
Prefiero que me guste la gente a amar a la humanidad.
Prefiero tener en la mano hilo y aguja.
Prefiero el color verde.
Prefiero no afirmar que la razón es la culpable de todo.
Prefiero las excepciones.
Prefiero salir antes.
Con los médicos prefiero hablar de otra cosa.
Prefiero las viejas ilustraciones.
Prefiero el ridículo de escribir poemas a lo ridículo de no escribirlos.
En el amor prefiero los aniversarios que se celebran todos los días.
Prefiero a los moralistas que no me prometen nada.
Prefiero la bondad del sabio a la del demasiado crédulo.
Prefiero la tierra vestida de civil.
Prefiero los países conquistados a los conquistadores.
Prefiero tener reservas.
Prefiero el infierno del caos al infierno del orden.
Prefiero los cuentos de los Grimm a las primeras planas de los periódicos.
Prefiero las hojas sin flores a la flor sin hojas.
Prefiero los perros con la cola sin cortar.
Prefiero los ojos claros porque los tengo oscuros.
Prefiero los cajones.
Prefiero muchas cosas que aquí no he mencionado a muchas otras que no he dicho.
Prefiero el cero solo al que hace cola de una cifra.
Prefiero el tiempo de los insectos al tiempo de las estrellas.
Prefiero tocar madera.
Prefiero no preguntar cuánto me queda y cuándo.
Prefiero tomar en cuenta incluso la posibilidad de que todo tiene una razón de ser.

Wyslawa Szymborska, Posibilidades.
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Me gusta: la lechuga, la canela, el queso, los pimientos, el mazapán, el olor del heno cortado (me gustaría que una "nariz" fabricara un perfume como ese), las rosas, las peonías, la lavanda, el champán, las posiciones ligeras en la política, Glenn Gould, la cerveza excesivamente helada, las almohadas planas, el pan tostado, los puros habanos, Händel, los paseos moderados, las peras, los melocotones blancos o de viña, las cerezas, los colores, los relojes, los bolígrafos, las plumas, los postres, la flor de sal, las novelas realistas, el piano, el café, Pollock, Twombly, toda la música romántica, Sartre, Brecht, Verne, Fourier, Eisenstein, los trenes, el médoc, el bouzy, tener dinero, Bouvard y Pécuchet, caminar con sandalias de noche por las callejuelas del Sudoeste, el recodo del Adour visto desde la casa del doctor L., los hermanos Marx, el serrano a las siete de la mañana saliendo de Salamanca, etc.

No me gusta: los perros falderos blancos, las mujeres con pantalones, los geranios, las fresas, el clavecín, Miró, las tautologías, los dibujos animados, Arthur Rubinstein, las villas, los atardeceres, Satie, Bartock, Vivaldi, hablar por teléfono, los coros infantiles, los conciertos de Chopin, los branles de Borgoña, las danzas renacentistas, el órgano, timbales, lo político sexual, las escenas, las iniciativas, la fidelidad, la espontaneidad, las veladas con gentes que no conozco, etc.

Me gusta, no me gusta: esto no tiene la más mínima importancia para nadie, aparentemente, no tiene sentido. Y sin embargo, todo esto quiere decir: mi cuerpo no es igual que el tuyo. Así, en esta espuma anárquica de los gustos y las repelencias, especie de plumeado distraído, se va dibujando poco a poco la figura de un enigma corporal, que invita a la complicidad o a la irritación. Aquí comienza la intimidación del cuerpo, que obliga al otro a soportarme liberalmente, a permanecer silencioso y cortés ante goces o rechazos que no comparte.
(Una mosca me molesta y la mato: uno mata lo que le molesta. Si no hubiese matado la mosca, habría sido por puro liberalismo: soy liberal para no ser un asesino.)

Roland Barthes, Roland Barthes por Roland Barthes


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El maestro cantor Mazetti.
Lilly, un muchacha.
El señor Amtsgerichtsrat en persona.
El mono Mamok.
Ror, el portador de sillas.
Franz, el camarero.
La esposa del ingeniero del tercero izquierda.
Un buffetier del circo,
Flora Baumscheer.
Una dama.
Un hombre que dobla una esquina.
El barón con el crespón de luto.
Baruch, comerciante judío.
Una señora de Bern.
Un vigilante de vía.
Anomalías y gente de la Oktoberfest.
Dos costureras.
Zapadores. Huéspedes. Criados de librea. Campesinos.
Pueblo.

Peter Handke, Papeles

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Qué malos son, qué malos son / qué malos son, qué malos son / qué malos son, nuestros poetas.
Sólo hay que ver las cartas / que Guillén escribió a Salinas / o escuchar a Gil de Biedma / leído por Carod - Rovira para verlo.
Qué malos son, qué malos son / qué malos son, qué malos son / qué malos son nuestros poetas. 
Solo hay que mirar las fotos,  / están en las hemerotecas, / Dámaso Alonso en El Pardo / y Luis Cernuda en Acapulco.
Los que se hicieron ricos,  / los que murieron pobres, / enfermos, en el exilio, / Leopoldo y sus dos hijos, todos ellos.  
Qué malos son, qué malos son / qué malos son, qué malos son / qué malos son, nuestros poetas. Preguntadle a la viuda de Alberti / si pudiese hablar Zenobia / si estuviera vivo el bendito / padre de Jorge Manrique.
Si lo supiésemos todo / sobre algunos / tanta metáfora.../ y tan poca vergüenza todos ellos.
Qué malos son, qué malos son / qué malos son, qué malos son / qué malos son nuestros poetas. 
Quevedo el putero y Góngora el lameculos / Garcilaso el usurero y Rosalía la ludópata / el maricón de Lorca, y Bécquer / que era un poco mariquita también./ Ferrater el desgraciado / Gimferrer el pervertido / los hermanos Machado / el drogadicto y el maltratador / San Juan de la Cruz.../ y Santa Teresa de Jesús.
Qué malos son, qué malos son / qué malos son, qué malos son / qué malos son nuestros poetas. 

Astrud, Nuestros poetas



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