domingo, 11 de diciembre de 2011

HORTVS PALATINVS



Hace poco más de un año, paseaba por los restos del Hortus Palatinus del castillo de Heidelberg. Era una mañana otoñal, y entonces nada sabía del jardín, simplemente disfrutaba del ambiente, sin saber donde ponía mis pies. Es ahora, y por otras circunstancias, cuando me he informado más del lugar. El jardín fue diseñado por Salomon de Caus para el príncipe elector Federico V a principios del siglo XVII;  se trataba de un jardín de estilo renacentista, uno de los más importantes diseñados en Europa en la fecha, al menos fuera Italia. Lo más complejo fue su construcción en un terreno escarpado, lo que supuso la creación de una serie de terrazas, a modo de vaga rememoración de los Jardines Colgantes de Babilonia. El jardincito estaba repleto de saltos de agua, ingenios hidráulicos y grutas con esculturas y cursos de agua, y daba cuenta de la riqueza que lograban acumular algunos de los príncipes alemanes.

El jardín quedó a mitad de su construcción, debido a la proclamación de Federico V como rey de Bohemia, transladando su corte a Praga. Poco después estallará la Guerra de los Treinta Años, y el jardín será destruido por las tropas de los Habsburgo. El castillo contiguo, residencia de los electores del Palatinado, sería arrasado a finales del siglo por las tropas francesas.

Yo paseaba tranquilo, sin saber que en realidad el jardín tenía una lectura hermética, como un poco todo en aquella época. El propio Salomon de Caus era de la hermandad de los rosacruces, y seguramente el propio Federico V quería hacer de Heidelberg una especie de corte mágica como lo fue la Praga de Rodolfo II. Ya se sabe, en aquel tránsito del XVI al XVII todo tenía una lectura hermética, asociada con la alquimia; en los orígenes de la ciencia moderna, difícil era diferenciar ciencia de alquimia: desde Bacon a Newton, todos tenían inquietudes en el asunto; los típicos rollos del macrocosmos y el microcosmos. Y en los jardines, el Hortus Palatinus no es una excepción: ya existía el Sacro Bosco de Bomarzo, en las proximidades de Roma, plagado de grupos escultóricos basados en los libros de emblemas. 
    

Nubarrones copiados de Giorgione,       
hay hoy en aquellos cielos lívidos        
del otoño, antes rasos y alegres,       
que vaticinaban crudos inviernos.       

El sol doraba bosques y colinas;
hoy, sin él, contemplamos el río
que repta como una negra babosa
en múltiples, contrarias direcciones.

Las calles han cambiado su trazado,
han cerrado tiendas y galerías,
no se erigen monumentos al futuro
y crece la herrumbre en los autómatas.
 

No se oyen los pájaros mecánicos,           
y esos mitos y esas fuentes no son más   
que representaciones para viejos           
maquillados y carentes de pasión. 


Limpios y decapados por el tiempo
que avanza y retrocede, en espiral,
identificamos con el recuerdo
lo que ha sido sólo un confuso sueño


que ayer vivíamos narcotizados,
menos sabios, pero quizá más bellos,
como naturaleza no domada
en laberintos de fría razón.





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