jueves, 1 de mayo de 2014

UNA PRIMAVERA DESVAÍDA: RESUMEN DE LAS CLÁSICAS DE PRIMAVERA Y RECORDATORIO DE GANADORES INSÓLITOS DEL PASADO

El pasado domingo terminó la Liège - Bastogne - Liège, y con ella la temporada de clásicas de primavera. Para todo aficionado auténtico al ciclismo queda un vacío tras ellas, y se abre un breve periodo de luto que solo finaliza con el inicio del Giro d'Italia. Pero esta primavera no quedará en el recuerdo; no tanto a causa de los nombres de los vencedores, algunos más que sorprendetes (Kristoff, Terpstra, el mismo Gerrans), como debido al desarrollo insustancial de las carreras.
Comenzó la temporada de clásicas con una Sanremo en la que la ascensión al Poggio pareció un velatorio, y en la que acabó rematando Alexander Kristoff en un portentoso sprint de fuerza animal en el que hasta Cavendish tuvo que sentarse. De nuevo un final con sorpresa, y no del todo agradable dado el equipo en el que milita el barrigudo noruego. Fue una carrera dura, en la que dominó el Katusha como un rodillo y en la que sorprendentemente Kristoff sacó varias bicicletas a sus rivales. Nibali lanzó un hermoso ataque suicida en la Cipressa, no secundado; el veterano Luca Paolini controló la ascensión al Poggio, demostrando que el Katusha sería el equipo más idóneo para que en él corriesen Christopher Lambert y los demás inmortales;  y Juan José Lobato finalizó en una interesante cuarta posición.


La Ronde encadenó su tercer año insulso, al no incluir en el recorrido ese santo lugar del ciclismo que es el Muur Kapelmuur de Geraardsbergen. El encadenamiento de Oude Kwaremont y Paterberg es interesante, pero no tiene la majestuosidad del tortuoso ascenso a la ermita; el Muur inspiraba una tensa espera previa, y lo que sucedía en él tenía el sabor de lo definitivo. Volviendo al presente, ganó Fabian Cancellara por tercera vez, aunque quizá deberíamos decir que ganó la nueva versión del suizo, pues de trotón bobalicón y desbocado, muy dado a ataques lejanos y a tirar de pelotones, ha pasado a corredor astuto y tacañón. Hizo lo que quiso con  Stijn Vandenbergh, Greg Van Avermaet y Sep Van Marcke, un trío de flamencos que por falta de zorrería no debería compartir nacionalidad con De Vlaeminck o Van Petegem.


La Paris - Roubaix subió un poco el nivel de los monumentos, principalmente gracias a Tom Boonen, que si bien no fue el más fuerte, nos regaló un numerito en solitario. El flamenco, falto de la chispa de otros años, sigue destrozando los irregulares y mastodónticos adoquines de Roubaix a su paso, cual Atila. La resolución fue un ejercicio de pizarra de la escuela Lefevere: lanzar a  Niki Terpstra por delante tras pasar Hem, como hiciese en 2001 con Servais Knaven. Aunque eso sí, de esta forma se nos regaló el placer de ver rodar al holandés, que a pesar de tragarse los últimos quilómetros con su enorme boca abierta, no perdió su elegancia encima de la bicicleta. Cancellara conseguía un nuevo podium, el decimosegundo consecutivo en su particular racha de Sanremo-Flandes-Roubaix finalizadas. Y como sorpresa esperpéntica, un renacido Bradley Wiggins llegó en el grupo delantero.


Los despojos flamencos quedaron para Sagan y Degenkolb. El eslovaco se llevó Harelbeke, pero sigue sin mojar en un monumento, y el fornido alemán acabó llevándose una bonita Gent-Wevelgem resuelta como es habitual al sprint, ampliando de esta forma su creciente palmarés de clásicas. Las Ardenas empezaron con la victoria de un renacido Gilbert en la Amstel, con su ataque casi patentado en el Cauberg, y ante Valverde que, pobrecito, no aprende de errores pasados. El murciano se resarció en la Flecha Valona, esa carrera que no requiere de mucho ingenio estratégico dado su final en cuesta. Sí requiere piernas (y más cosas): no en balde Valverde rebajó su registro de 2006 en la ascensión a Huy.

Finalmente la Doyenne se llevó la palma a la carrera más decepcionante e insulsa de todas. Fue la apoteósis del marcaje y de la "igualdad de fuerzas" entre los equipos punteros, léase Katusha, Movistar, Orica... Un pelotón apenas diezmado controló la carrera hasta llegar a la destartalada capital valona. Los rusos del Katusha, aun perdiendo a Purito por el camino, fueron capaces de cambiar de planes sobre la marcha (todos valen) y lanzar por delante a Giampaolo Caruso, un ex-convicto, con el pequeño Domenico Pozzovivo. La pareja callejeó por Lieja y Ans perseguida por un grupo que se convirtió en un pelotón de treinta corredores en el descenso. El del Katusha estuvo a punto de ganar, pero el que le superó en los últimos metros era todavía de peor calaña: Simon Gerrans. El australiano se llevó la carrera con astucia y con un sprint portentoso, digno de killers de antaño como Bettini y Di Luca. Valverde hizo de nuevo segundo.


En resumen, una primavera para olvidar. Habrá que esperar a otoño para ver si se concluye una temporada de monumentos parangonable a la de 2011. En ese año se dieron las victorias sorprendentes de Matthew Goss en Sanremo, Nick Nuyens en Flandes y  Johann Vansummeren en Roubaix, la esperada de Philippe Gilbert en la Lieja, y la apoteósis del ciclismo "social" con la victoria de Oliver Zaugg en Lombardía, un sputnik que finalizaba contrato (como Cobo y Horner en sus respectivas Vueltas, sin ir más lejos). Esperemos que no se llegue a tanto.
Aprovechemos la situación para recordar a otros vencedores de grandes monumentos. Vencedores anónimos que no confirmaron sus portentosas victorias, o que simplemente demostraron ser cohetes cargados con pólvora especial. Recordemos pues los nombres de los ganadores de grandes monumentos con un palmarés más exiguo, más raquítico. Algunos son notablemente simpáticos; otros no tanto.

En la Milano - Sanremo, los vencedores con menos palmarés después de la II Guerra Mundial han sido Gabriele Colombo, aquel jovencito del hipertrofiado Gewiss, vencedor en 1996, y Marc Gomez, el bretón del Wolber que llegó a la via Roma tras una larga escapada. Les seguirían de cerca Erich Mächler, también vencedor tras una larga escapada, Matthew Goss y Gerald Ciolek. Aunque estos dos últimos todavía son jóvenes y pueden ganar más cosas. El italiano del Gewiss venció con un ataque en el Poggio digno de sus predecesores (Fondriest, Furlan, Jalabert), llevándose con él a Gonchenkov y Coppolillo. Menudo trío en Vía Roma.

Marc Gomez (19.09.1954): Milano - Sanremo (1982), Campeonato de Francia (1985), Tour de Suecia (1985), 3 etapas Vuelta a España (1 en 1982, 2 en 1986).


Erich Maechler (24.09.1960): Milano - Sanremo (1987), Campeonato de Suiza (1984), Tirreno - Adriatico (1988), Vuelta a Valencia (1988), 1 etapa Tour de Francia (1986), 4 etapas Tirreno - Adriatico, 3 etapas Dauphiné Liberé. 

Gabriele Colombo (11.05.1972): Milano - Sanremo (1996), Giro di Calabria (1996), Giro di Sardegna (1996), 1 etapa Vuelta al País Vasco, 1 etapa Tirreno - Adriatico, 1 etapa Setmana catalana, 1 etapa Quatre Jours de Dunkerque.  3º Liège - Bastogne - Liège (1997). 


En la Ronde van Vlaanderen ha habido bastantes casos de corredores sorprendentes. Obviando el reciente de Stijn Devolder, que repitió victoria, los ganadores más insólitos desde finales de los años sesenta han sido holandeses: Cees Bal, Evert Dolman y Johan Lammerts. Podriamos añadir el grupo el belga René Martens, que consiguió pocas victorias, pero escogidas (una Ronde en 1982, una etapa en el Tour y una Bordeaux - Paris), e incluso a Jacky Durand (1992) y Nick Nuyens (2011).


Evert Dolman (22.02.1946 - 12.05.1993): Ronde van Vlaanderen (1971), Campeonato de Holanda (1968), 1 etapa de Vuelta a España (1967). Como amateur: Campeonato del mundo (1966), Campeonato de Holanda (1964, 1965), Medalla de oro en los J.J.O.O. contra el crono por equipos (Tokyo 1964, junto con Zoetemelk, Karstens y Pieterse).


Cees Bal (21.11.1951): Ronde van Vlaanderen (1974), 1 etapa Vuelta a España (1979).

Johan Lammerts (02.10.1960): Ronde van Vlaanderen (1964), 1 etapa Tour de Francia (1985).


En la Paris - Roubaix se han dado en ocasiones vencedores salidos de escapadas matutinas. Uno de ellos fue Dirk Demol, vencedor en 1988 y actualmente director deportivo del conjunto Trek. Su palmarés es de los más escasos. En Roubaix han ganado corredores que han sido auténticos especialistas, o simplemente amantes abnegados de la carrera que no han brillado más allá de ella: en este grupo se podría incluir a Roger Rosiers (1971), Frederic Guesdon (1997), Servais Knaven (2001), Magnus Backstedt (2004) y el ya mentado Johan Vansummeren (2011). Otro sería el grupo de clasicómanos efímeros, con Marc Demeyer (1976) y Jean-Marie Wampers (1989).

Dirk Demol (04.11.1959): Paris - Roubaix (1988), Omloop Vlaamse Ardennen (1990).


Magnus Backstedt: Paris - Roubaix (2004), Campeonato de Suecia (2007), 1 etapa Tour de France (1998), G.P. Isbergues (1997), Le Samyn (2002). Puestos: 2º Gent - Wevelgem (2004)
 

Johan Vansummeren: Paris - Roubaix (2011), Tour de Pologne (2006), 1 etapa Tour de Pologne. Puestos: 5º Paris - Roubaix (2009). Como amateur: Het Volk (2002), Liège - Bastogne - Liège (2003)

En la Liège - Bastogne - Liège desde los años cincuenta los vencedores con un palmarés más parco fueron Valere Van Sweevelt, un buen corredor amateur cuya única victoria importante en profesionales fue ésta, y el también belga Alois De Hertog, que venció tras una larguísima escapada con muchos minutos de ventaja. Podría incluirse con ellos al luxemburgués Marcel Ernzer, gregario de Charly Gaul, vencedor en 1954, pero hemos preferido colocar en el podium de honor a Maxim Iglinskiy, con su meteórica victoria de 2012. Otros vencedores con un palmarés reducido, o con algunas otras clásicas menores, serían Willy Bocklandt (1964), Carmine Preziosi (1965) y  Josef Fuchs (1980, tras la descalificación de Johan van der Velde por doping). 

Aloïs De Hertog (09.04.1927 - 22.11.1993): Liège - Bastogne - Liège (1953). 

Valere Van Sweevelt (15.04.1947): Liège - Bastogne - Liège (1968). Como amateur: Campeonato de Bélgica (1967), Ronde van Vlaanderen (1967).

Maxim Iglinskiy (18.04.1981): Liége - Bastogne - Liège (2011), Campeonato de Kazajstán (2007), Strade Bianche (2010), G.P. Camaiore (2005), 1 etapa Tour de Romandie

En el Giro di Lombardia no solo encontramos algunos de los vencedores más sorprendentes, sino también algunos de los más sospechosos. El primero a reseñar, induscutible líder de la lista de ganadores "cutres" de gran monumento, es Oliver Zaugg, un corredor que consiguió aquí su primera victoria como profesional pasada la treintena, con una ataque de lo más desarmante. También Vladislav Bobrik entraría en esa lista doble de ganador sorpresa/ganador sospechoso. El ruso era un miembro más de aquel Gewiss-1994 que deslumbró al mundo. Finalmente, remontándonos un poco más en el pasado, encontramos a Bruno Landi, vencedor en 1953, que llegó al Vigorelli tras una larguísima escapada. Otros vencedores más o menos anónimos serían Cleto Maule (1955), Gianni Faresin (1996) y el francés Gilles Delion (1990), corredor que no consiguió más victorias al rechazar el dopaje en un periodo, principios de los noventa, en el que estaba generalizado.  

Bruno Landi (05.12.1928): Giro di Lombardia (1953).Puestos: 4º Giro di Lombardia (1954)


Vladislav Bobrik (06.01.1971): Giro di Lombardia (1994), 1 etapa Paris - Nice.

Oliver Zaugg (09.05.1981): Giro di Lombardia (2011). Única victoria como profesional.

viernes, 18 de abril de 2014

SALAS DE CINE

Antes de que Old Trafford pasase a ser “el teatro de los sueños”, la barraca de los hermanos Lumière ya lo era. A partir de entonces, cada pueblo y cada barrio tuvieron el suyo: ese espacio mágico, oscuro y comunitario en el que enamorarse, pasar miedo, divertirse, recapacitar o simplemente pasar el rato en la contemplación de las sombras. ¿Quién no recuerda los cines de verano, con su bocata o merendola? Algunos, entre los que me incluyo, consideran la sala de cine una especie de templo al que entrar con reverencia. Otros, en cambio, prefieren añadir al placer que supone ver una película la delectación de masticar y sorber. Hay quien prefiere comentar en voz alta lo que piensa, ya sea bueno o malo,  y hay quien manda callar. Los hay que se besan o se meten mano, los hay que roncan o a los que les suena el móvil. Hay niños hiperactivos y ancianos somnolientos. Los hay que van en pareja, los que van en grupo y los que van solos. Aunque de todos ellos cada vez hay menos.
Las salas de cine se vacían. La subida del IVA cultural está siendo la puntilla a un proceso de declive iniciado años antes. Estos templos de la modernidad, como tantos otros, cierran sus puertas, aunque quizá se vacíen mucho antes los cines que las iglesias, quién sabe. Quizá sea un tópico hablar de la muerte del cine, como lo era en otro tiempo hablar de la muerte de la literatura o la muerte de la historia;  el audiovisual está demasiado vivo como para poder hablar de muertes en el horizonte más inmediato, lo que no quita que el modelo de salas de cine, de espacios comunitarios en los que disfrutar de imágenes y sonidos, esté desgraciadamente en declive.  Quizá el cine es una actividad demasiado pasiva para un nuevo mundo que exige constantemente más interactuación, y por otro lado, la crisis pesa mucho en los bolsillos. Es una pena enorme que las distribuidoras se piensen dos o tres veces exhibir películas de festivales en España. Es una pena que yo tenga que pensarme dos o tres veces si ir al cine o no. En mi ciudad son muchas las salas de cine que han cerrado (ABC Martí, Albatros, Cine Serrano, Flumen, Tyris, Aragón…), y otras que resisten con valentía (Babel, Cinestudio d’or),  pero a pesar de ello, el cine es como el monstruo de Frankenstein, una criatura medio muerta que está muy viva, y si ha sobrevivido a la televisión, al home-video, a las series de la HBO, ¿por qué no iba a sobrevivir a la crisis?



Cinema Paradiso (Giuseppe Tornatore, 1988)

El espíritu de la colmena (Víctor Erice, 1973)

Holly Motors (Leos Carax, 2012)

El hombre de la cámara (Dziga Vertov, 1929)

Pierrot, el loco (Jean-Luc Godard, 1965)

Roma (Federico Fellini, 1972)

Soñadores (Bernardo Bertolucci, 2003)

Taxi driver (Martin Scorsese, 1976)
Sogni d'oro (Nanni Moretti, 1981)
Angustia (Bigas Luna, 1986)
El quimérico inquilino (Roman Polanski, 1976)

sábado, 12 de abril de 2014

NATURALEZAS MUERTAS

Las naturalezas muertas, también llamadas bodegones, son pinturas que pertenecen a un género que se remonta a los legendarios pintores de la antigua Grecia y Roma, cuyas obras se perdieron en el trascurso del tiempo. Posteriormente, la lista de artistas aficionados a este género ha sido larga: encontramos los bodegones de Zurbarán, los de Caravaggio, las naturalezas muertas holandesas de Claesz Heda…también Cézanne o Picasso utilizaron el bodegón para deconstruir la realidad. La naturaleza muerta ha sido siempre un tipo de pintura en la que el artista podía mostrar su pericia, al mismo tiempo que llevaba al lienzo la imagen de objetos perecederos, recodando así en la época del Barroco la caducidad de la vida.
El cine es un arte híbrido que ha ido tomando cosas de aquí y de allá.  La pretensión del cine siempre ha sido, como la de todas las artes, el dominio de la vida: para ello se ha servido de lo que las artes precedentes ya habían apuntado, es decir, diálogos, interpretación y escenarios del teatro, estructura narrativa de la novela, fragmentos musicales de la ópera, composiciones del plano de la pintura, etc. Las artes nunca han sido compartimentos estancos, pues precisamente lo que siempre caracteriza al arte es la fluidez, la capacidad de transformación, la originalidad, la rima. De esta forma, muchos directores de cine han centrado su mirada en esos objetos inanimados, en jarrones, vasos, plantas, utensilios cotidianos, y en el efecto producido por la luz al resbalar sobre ellos. Objetos dispuestos formando un orden aparentemente aleatorio, con la única finalidad de provocar placer al espectador, afinar su observación. Objeto filmados, no ya pintados, que remiten a la tradición de las naturalezas muertas.

 El amigo americano (Wim Wenders, 1977)

Arrebato (Iván Zulueta, 1979)

El espíritu de la colmena (Víctor Erice, 1973)

Inseparables (David Cronenberg, 1988)

El decamerón (Pier Paolo Pasolini, 1972)

El eclipse (Michelangelo Antonioni, 1962)

Jeder für sich und Gott gegen alles (Werner Herzog, 1974)
El manuscrito encontrado en Zaragoza (Wojciech J. Has, 1966)
Moonrise Kingdom (Wes Anderson, 2012)

Vertigo (Alfred Hitchcock, 1958)


El color de la granada (Sergei Paradjanov, 1968)

La ciencia del sueño (Michel Gondry, 2006)
Érase una vez en Anatolia (Nuri Bilge Ceylan, 2011)

El espejo (Andrei Tarkovsky, 1974)

sábado, 5 de abril de 2014

DESNUDOS

No hay nada más hermoso que el cuerpo humano, y bien lo sabe el arte. Desde el momento en que los pintores del arte levantino descubrieron el placer de pintar la realidad en apenas dos trazos, el arte ha ido explorando el cuerpo, tanto femenino como masculino, creando al mismo tiempo códigos de belleza. Los ideales fueron cambiando y sustituyéndose, al mismo tiempo que la escultura y la pintura, con el paso de los siglos, fueron ritualizando ciertas poses, ciertas formas de acercarse al cuerpo. El cine no es ajeno a ellas: los cuerpos femeninos tendidos sobre un lecho, ofreciéndose a un espectador privado y anónimo, como los de Tiziano, Goya y Manet, y los cuerpos masculinos que se exhiben orgullos, conscientes de su virilidad, como los de Polícleto, Miguel Ángel y Gericault.
Con el cine, el disfrute del cuerpo desnudo ha dejado de ser privado, convirtiéndose en masivo. El cuerpo se ha exhibido tanto que ha llegado a banalizarse, e incluso los cánones de belleza creados desde los medios masivos han alterado nuestra visión de cómo un cuerpo debe ser. Ante tal explotación, algunos cineastas optan por crear desnudos que entronquen con una larga trayectoria histórica de imágenes, para así escapar a su vulgarización. En otros casos, como sucede con la reciente La vie d’Adèle, se invoca, a través del realismo y la inmediatez, la belleza del cuerpo desnudo en movimiento.  Ambas opciones son válidas, si el objetivo final no es otro que la exaltación del cuerpo, de cualquier cuerpo, entendido como ejemplo máximo de la belleza.

Melancholia (Lars von Trier, 2011)

Au hasard Balthazar (Robert Bresson, 1966)

La cicatriz interior (Philippe Garrel, 1972)

Soñadores (Bernardo Bertolucci, 2003)

La doble vida de Verónica (Krzysztof Kieslowski, 1990)

El desprecio (Jean-Luc Godard, 1963)

Gruppo di famiglia in un interno (Luchino Visconti, 1974)

Shame (Steve McQueen, 2011)

Salò o los 120 días de Sodoma (Pier Paolo Pasolini, 1975)
Satiricón (Federico Fellini, 1969)

El color de la granada (Sergei Paradjanov, 1968)

Carretera perdida (David Lynch, 1996)

Un verano ardiente (Philippe Garrel, 2011)

Mamá cumple 100 años (Carlos Saura, 1979)
Las mil y una noches (Pier Paolo Pasolini, 1974)

El decamerón (Pier Paolo Pasolini, 1972)

Las amargas lágrimas de Petra von Kant (Ranier Werner Fassbinder, 1972)

Zabriskie point (Michelangelo Antonioni, 1970)