sábado, 3 de noviembre de 2012

VOMITONA (OBRAS EN PROYECTO)

Siempre he soñado con atravesar los cristales quebrados del espejo, uno a uno, dividiéndome, y observar desde su interior, como si se tratase de un vasto paisaje pintado, un lento crepúsculo.

Tras este inicio formalista no se oculta nada más que el deseo de exploración, y con él, el de disolución. O dicho de un modo más optimista: un deseo de disolución, pero también de exploración.

No son estos dos impulsos, de disolución y de exploración, otra cosa que los intrínsecos impulsos del arte. ¿Debo renunciar, con veintinueve años cumplidos (es decir, ya en plena desbandada, ya en tiempo de derrota, ya superada la edad de muerte de los héroes juveniles, e incluso ya de largo la edad del famoso abandono "rimbaudiano" de la poesía), a la creación artística? Decididamente no. Los tocados como yo no tanto por el talento como por la curiosidad (y somos muchos), díficilmente podemos asumir como propio un mundo sin creación, eso que tantos otros llaman simplemente "realidad" cuando, bien por el contrario, la realidad rebosa creación.

En esta libreta de renglones torcidos quizá sea el momento de dar voz y forma a todo lo reprimido, a mi ridículo guiñol de sueños y pesadillas que a nadie importan, eso sí, sin convertirla en el silencioso e imperturbable contenedor de desquites y lamentos. Escribí un poema titulado La escritura no debe ser...en el que daba cumplida cuenta de todo aquello que la escritura precisamente debía no ser, y fundamentalmente no debía ser el ajuste de cuentas personal con el mundo.

Quizá deba dejarme conducir por las señales que se me cruzan en el camino, por los consejos, advertencias, intuiciones y también recomendaciones que voy cogiendo al vuelo de conversación en conversación. Y una de tantas cosas, una bastante principal y recurrente, me dice: "da rienda suelta...", "vuela" y "aprovecha la oportunidad".

Dejémonos de autoayudas. Esto no conduce al terreno de la exploración. Sí en cambio lo incongruente...Debo escribir el cuento sobre los veintisiete años y sus torturas.

Todas estas imágenes acabarán por hacerme explotar si no les doy forma.

El mundo debería ser como lo he soñado, no como lo he visto.

¿Qué hay de esas fotografías? ¿De esas imágenes de una ciudad en ruinas? ¿No fue fantástico ese largo paseo desde los bordes de la ciudad hasta su mismo centro, bajo la lluvia? Es una pena que en esta ciudad no nieve: que sobre el cielo, plúmbeo a causa del frío, se yergan las oscilantes e inestables columnas de humo de los hogares, de las estufas de leña; que de entre las nubes grises, superpuestas sobre un cielo blanco, se abra paso tímidamente un sol rojizo, sangriento, o bien anaranjado pálido, sin que se sepa muy bien si asciende o baja. En realidad hay demasiada polución, demasiado ruido. Los coches, con sus prisas, transmiten el ritmo de la "realidad". De la realidad amputada precisamente, de aquella a la que le falta concienzudamente la dosis exacta de invención, truco, artificio y mito, quedando reducida a una muleta, ante la cual ellos dicen un "ooooooooohhhhhhhhhh" prolongado.

Necesito hoy, precisamente hoy, la dosis justa de mentira, aquella que me hacía vivir, día sí, día también. Bien mirado, esa mentira no era tu mentira, sino la mentira que yo veía y amaba en ti, es decir, mi mentira por tanto (para ti no era más que verdad, con todos sus inútiles heroísmos). Pero...¡ya está!, ¡ya estoy hablando de mí de nuevo! No tengo remedio...

Pues bien, quizá toque elogiar la mentira. La historia debe tener cuatro partes, pues el cuatro es el número de la estabilidad, del equilibrio, de la obra lograda; aunque también es, pese a parecer paradójico, el número de la dislocación, de la alternancia de voces, de la ambivalencia. Yo me entiendo. Cuatro épocas históricas también, cuatro momentos del pasado, marcados por el signo de la disolución. Cuatro personajes con vocaciones artísticas dispares...cuatro muertes, o cuatro instantes de cambio: mejor aún, cuatro cesuras, que marcan el paso hacia la adopción de una personalidad artística definida, aunque perseguida en cuanto diferente, o el paso a la locura y la escisión en múltiples voces, o el paso a la adopción de la normalidad, entendida ésta como derrota y muerte en vida, o la muerte, entendida ésta como conclusión necesaria para dejar hablar a la obra, y no al autor.

1. Cesura como empuje para aceptar la propia diferencia, y convertirla en santo y seña de la libertad creativa.
2. Cesura como fuga definitiva al reino de la locura, huida congruente.
3. Cesura como derrota y aceptación de la norma.
4. No cesura sino fin: que hable la obra, que se contemple ésta como algo finito y redondo.

No he visto todo el mundo que me hubiese gustado ver, pero...lo que he visto lo he visto con tres, cuatro, seis o cinco ojos. Si soy sincero, en realidad no he visto nada de nada.

El contacto con los otros (familia, amigos) me es pesado...pero lo necesito, como el vampiro la sangre de la víctima, para extraer de esos encuentros la savia que me permite crear, esto es, ir ordenando palabras, una tras otra.

Pero, ¿qué hay de esas fotografías? ¿De esos paisajes urbanos casi en ruinas, que tan alegremente quería eternizar? Si fuese un buen pintor, les haría un retrato, pero como no lo soy debería conformarme con una buena fotografía. Tengo tiempo. Y a la posesión del tiempo puedo añadir, además, sin que ello sea signo de soberbia, mi falta de mezquindad. ¡Ya estoy otra vez hablando de mí mismo! Menos mal que no he gozado nunca del sentido del ridículo y de la prudencia que otros tienen para hablar de sentimientos, y demás tonterías.

Recuerdo haber muerto, otras veces, pero siempre, siempre, siempre, he renacido, aunque tal renacimiento no se produjese en un lugar llamado vida, sino más bien en un espacio intermedio. Con lo cual, vuelvo al principio: a esa voluntad de atravesar los cristales quebrados del espejo, e inmortalizarme en la espera que su interior promete.  

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