domingo, 21 de octubre de 2012

RESISTENCIA FRENTE A LA DESTRUCCIÓN: LA LITERATURA DE LÁSZLÓ KRASZNAHORKAI

Conocía a Krasznahorkai, o al menos me sonaba de algo este impronunciable nombre, de las películas de Béla Tarr.  Me fui enterando poco a poco de que no solo era guionista, sino que además las películas de Tarr se basaban en novelas suyas, con lo cual llegué a la conclusión de que seguramente sería un escritor reiterativo y algo plomizo, dadas las imágenes del director húngaro. Nada más lejos de la realidad. Leí en algún sitio que Sátántangó (Béla Tarr, 1994) es una especie de sátira: y si algo de ésta aparece en algún momento en las siete horas de metraje, es precisamente en los monólogos del jefe de policía y de Irimiás, o en las observaciones del doctor, y sin duda, en los breves, demoledores y poéticos apuntes de la voz en off: es decir, en las aportaciones de Krasznahorkai. La voz en off hablando del cese de la roedura de la carcoma en El caballo de Turín (Béla Tarr, 2011), y el impresionante monólogo de la mitad del mismo film, también son obra de Krasznahorkai. Con lo cual, se llega a la conclusión de que, sí, en efecto,  Tarr es un gran creador de imágenes, un tipo que podría pasarse horas y horas rodando, en plano secuencia, los tambaleos de cuatro borrachos de taberna, o la tediosa vida de una silenciosa familia de comedores de patatas, pero que la auténtica brillantez y genialidad residen en Krasznahorkai.


En los libros de este húngaro hay humor, un humor negrísimo y desesperado, pero también humano, humanista diría casi. El lector que se enfrente a sus libros encontrará frases kilométricas, que abarcan a veces una o dos páginas, y en el flujo de esa hipnótica y mareante narración se le irá guiando hasta el último recoveco, se le desmenuzarán todos los pensamientos de los personajes, hasta el más ínfimo detalle. Krasznahorkai se aleja por completo de ese tipo de escritor, mecanógrafo o periodístico, que busca la concisión, la palabra exacta, y precisa que el lector rellene los huecos. Krasznahorkai es un narrador posmoderno, en cuanto que sus obras se caracterizan por la atemporalidad y la unión de elementos completamente dispares, pero también a la antigua usanza, en el sentido de que observa a sus personajes desde las alturas, adoptando el mismo punto de vista que tomaba Brueghel para mostrar su mundo de locos adorables y campesinos remolones. 



Por el momento he leído tres de sus novelas: Melancolía de la resistencia (Az ellenállás melankóliája, 1989), Guerra y guerra (Háború és háború, 1999), Al norte la montaña, al sur el lago, al este el camino, al oeste el río (Északról hegy, Délről tó, Nygatról utak, Keletről folyó, 2003), todas ellas publicadas en Acantilado. 

Melancolía de la resistencia es a mi juicio la mejor de las tres, aunque Guerra y guerra le va a la zaga. Béla Tarr y el propio Krasznahorkai llevaron al cine su parte central y más extensa, las armonías de Werckmeister. Si la película es ya una obra maestra, la novela lo es todavía más. Recuerdo una profesora de literatura que nos comentaba, allá en la EGB, que si no te "enamorabas" del Quijote y de Sancho Panza una vez acabada la lectura de la novela de Cervantes, es que no te gustaba la literatura. Pues algo sucede con Melancolía de la resistencia: es imposible no acabar amando al inocente János Valuska y al descreído señor Eszter. El primero es el adorable tonto del pueblo, siempre hechizado por el movimiento de los astros, obnubilado con los incesantes amaneceres y atardeceres, siempre dando vueltas por las calles de la ciudad con su bolsa de cartero; el segundo es un compositor y maestro de música que se ha retirado del mundo y ya no sale de su casa, ni siquiera de su cama, porque no cree en la existencia de las armonías musicales, y por ende, en el orden del mundo. Ambos son amigos, ambos son aliados en ese combate silencioso de la resistencia de lo puro frente a la contaminación de lo externo. Se trata de criaturas frágiles, como el cadáver de la ballena que llega a la ciudad con un circo ambulante; criaturas dejadas caer en un mundo en el que los sentimientos y las contemplaciones están en huelga. 

El señor Eszter (Peter Fitz) y Valuska (Lars Rudolph), los dos personajes principales de Melancolía de la resistencia, en su adaptación cinematográfica, Las armonías de Werckmeister (Béla Tarr & Ágnes Hranitzky, 2000)

Guerra y guerra es otra magnífica obra, más fascinante si cabe al incluir una novela dentro de otra.  La primera novela sería la de György Korin, otro bendito loco, adorable y locuaz hasta la extenuación; la segunda es el manuscrito que Korin ha encontrado en un remoto archivo de una ciudad de provincias de Hungría. Korin ha tomado la decisión de ir a Nueva York y colgar el manuscrito en internet antes de suicidarse: eso sí, sin tener ni idea de inglés ni de informática. En un inicio, seguimos las andanzas de Korin en un amenazante Nueva York, compartiendo sus neuróticos pensamientos y su incansable verborrea. Posteriormente,  la novela se enriquece desde el momento en que Korin va desgranando, ante la mujer maltratada por su compañero de piso, el contenido del misterioso manuscrito, que no es otra cosa que la historia de cuatro enigmáticos personajes, Kasser, Falke, Bengazza y Toot, que aparecen en diferentes lugares y  épocas históricas, intentando encontrar en todo momento un fugaz instante de tranquilidad y paz en el que desarrollar sus conversaciones sobre la belleza de la naturaleza, sobre los amaneceres, sobre el arte, antes de que llegue un quinto personaje, el misterioso Mastemann, y todo acabe. Guerra y guerra por lo tanto es una obra que combina humor y poesía, una historia cargada de significado: una fugaz reflexión sobre lo insólito de los momentos de paz, y sobre la necesidad del arte como refugio frente a la destrucción.



Al norte la montaña, al sur el lago, al este el camino, al oeste el río, es la más breve y enigmática de las tres novelas. Junto al nieto del príncipe Genji visitamos un monasterio japonés, cerca de Kyoto: allí supuestamente se encuentra el jardín más bello del mundo. Ésta es sin duda la novela más estética de las tres, más poética y menos narrativa, así como la más desestructurada, la más posmoderna. Su lectura se convierte por momentos en una auténtica delicia si uno disfruta de las prolongadas descripciones. Se trata, fundamentalmente, de un canto a la belleza, aunque, como en las anteriores novelas de Krasznahorkai, la belleza tiene algo de gratuito y espontáneo, algo de incontrolable y contingente, que puede dar lugar a las incertidumbres, a las dudas, y en definitiva, al abandono, pues puede pasar por completo inadvertida. 


De momento todavía no se ha traducido al español la novela Tango satánico (Sátántangó), que dio lugar a la magistral, aunque a veces soporífera, película de Tarr. Esperaremos su publicación (seguramente también en Acantilado) ¡con auténtica ansia!

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